A menudo nos solemos quejar de nuestra suerte, envidiando a otras personas que parece tienen justo lo que a nosotros nos gustaría para ser plenamente felices.
Y entretenidos en esos pensamientos no caemos en la cuenta de todas las cosas buenas que tenemos, desaprovechando grandes ocasiones de vivir felizmente saboreando los pequeños -o grandes- detalles de la vida, desde la sonrisa de un niño a la compañía de esa amistad especial.
La historia de esta semana me ha hecho meditar más profundamente sobre este tema y, sobre todo, dar gracias a Dios por todas las cosas sencillas que me rodean y me ayudan casi sin darme cuenta en el vivir cotidiano.
Se titula Dios y el zapatero, y espero que os guste.
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Dios y el zapatero
Un buen día Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo. Buscó la casa del zapatero y le dijo: “Hermano, soy muy pobre, no tengo ni una moneda en la bolsa, estas son mis únicas sandalias y están rotas, si me hicieras el favor...”.
El zapatero le dijo: “Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar”.
El Señor le dijo: “Yo puedo darte lo que tu necesitas”.
El zapatero desconfiado, viendo a un mendigo, le preguntó: “¿Tu podrías darme el millón de dólares que yo necesito para ser feliz?”.
El Señor le dijo: “Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo”.
El zapatero preguntó: “¿A cambio de qué?”
El Señor le respondió: “A cambio... a cambio de tus piernas”.
El zapatero dijo: “Para qué quiero yo diez millones de dólares si no voy a poder caminar”.
Entonces el Señor le dijo: “Puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos”.
El zapatero dijo: “Para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera voy a poder comer solo”.
El Señor le dijo: “Bueno, entonces puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos”.
El zapatero pensó un poco y dijo: “Para que quiero yo mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos...”.
Entonces el Señor le dijo: “Hermano, hermano... ¡¡qué fortuna tienes y no te das cuenta!!”.