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domingo, 24 de marzo de 2019

La Plaza

Hay historias muy sencillas del día a día que tienen una gran calidad humana y encierran una lección ejemplar.

 

Hoy comparto esta historia de Manuel, ese señor mayor, de pueblo, que queda viudo y tiene que ir a vivir a la ciudad con su hijo, en la que tiene que iniciar una nueva vida en un entorno extraño y con un poso de melancolía.

Hasta que encuentra una plaza en la que se siente útil ayudando a los demás.

 

A mí me recuerda las grandes cosas que se pueden hacer de manera callada y sencilla con un poco de sensibilidad, y que ayudan a hacer de este mundo un lugar mejor.
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La Plaza

La plaza era más o menos redonda. Tenía siete árboles viejos, que habían sobrevivido a todas las obras. Tenía cuatro bancos de madera. Tenía una fuente. Tenía cinco farolas, a cuyo talle se abrazaban cinco papeleras. Y nada más. La plaza más o menos redonda no tenía nada más. Los siete árboles daban sombra a las personas y servían de hogar a un centenar de gorriones. 


En los cuatro bancos de madera la gente se sentaba a merendar, a leer el periódico, a mirar a los demás, a dibujar corazones atravesados por las flechas del amor.
 
Alrededor de la fuente jugaban los niños: atascaban el desagüe de la pileta con tierra y abrían el grifo hasta que se formaba un charco grande.

Las cinco farolas se encendían al atardecer y las amorosas papeleras siempre estaban llenas de envoltorios de golosinas.
 
Algunas mañanas, Lola y Braulio, dos gitanos jóvenes, aparcaban su vieja furgoneta en la plaza y vendían melones. El pelo de Braulio parecía esculpido en carbón brillante. El delantal de colores de Lola no disimulaba su embarazo.

Todos los días, puntualmente, Manuel acudía a la plaza más o menos redonda. Manuel era muy viejo y caminaba despacio, arrastrando los pies. Cada paso que daba le costaba un esfuerzo muy grande. Su rostro, lleno de surcos, parecía un campo áspero y recién labrado, en el que sólo brillaban las dos gotas de rocío que eran sus ojos.


Manuel había vivido siempre en el pueblo, en su casa grande y horizontal de adobe, muy cerca de la tierra. Pero cuando Elia murió, su hijo Manolo se lo llevó a vivir a su piso de la gran ciudad.

Se sintió extraño Manuel en la nueva casa, vertical y pequeña, en la que apenas había sitio para acomodarlo. Se sintió extraño con su hijo y su nuera, tan hacendosos. Se sintió extraño con sus nietos que no se despegaban del televisor. Se sintió extraño en aquel barrio donde todo el suelo era de asfalto y cemento.

Un día, paseando, Manuel encontró la plaza más o menos redonda. Desde entonces, acude puntualmente a ella todas las tardes. Se sienta en un banco y abre la bolsa de plástico donde lleva un trozo de pan, que desmigaja para que puedan comerlo los cien gorriones que viven en los siete árboles. Algunos pajarillos se atreven incluso a picotear en la palma pétrea de su mano.


Manuel siente que los cien gorriones le necesitan. De vez en cuando pasan por la plaza más o menos redonda los guardias. Pasan frente a Lola y Braulio, los gitanos que venden melones, pero no les dicen nada. Los guardias recuerdan el día en que les quitaron la fruta por vender sin licencia y Manuel comenzó a defenderlos. Al final, todo el barrio se puso de su parte y los guardias tuvieron que meterse a toda prisa en su coche con luces y sirenas y marcharse de allí.

Manuel piensa que Lola y Braulio le necesitan. Si alguien recrimina a los niños cuando encenagan la fuente y forman un charco, Manuel se levanta del banco muy enfadado y grita: "¡Dejen a los niños en paz! ¡Los niños tienen que jugar!" Los niños quieren a Manuel y a veces le han invitado a jugar con ellos.


Manuel piensa que los niños le necesitan. También piensa que le necesitan los enamorados que se besan en los bancos y pintan sobre los respaldos corazones atravesados por las flechas del amor.

Y cuando se encienden las cinco farolas, al atardecer, Manuel se levanta del banco y regresa hacia la casa de su hijo Manolo, vertical y pequeña, con su nuera tan hacendosa, con sus nietos que no se despegan del televisor, en medio de aquel barrio tan grande y sin tierra firme.

Y mientras se esfuerza por mover sus piernas, habla en voz alta con Elia:

Tendrás que esperar un poco más. Esta plaza más o menos redonda es lo único con sentido que le queda a este barrio. Y temo que, si yo me marcho, desaparezca también. Tengo que quedarme un poco más, pero no te impacientes, cariño.

viernes, 18 de enero de 2019

El arte de los pequeños pasos

Estamos comenzando una nueva etapa y suele ser tradición hacer la lista de deseos y cosas que uno quiere, intentando mejorar lo pasado.

Y aunque esa lista de deseos contempla grandes ideas, la experiencia muestra que es mejor comenzar por ser fieles a las cosas pequeñas y sencillas, para luego poder acometer las grandes.


El texto que comparto en la historia de esta semana es una sencilla oración que Antoine de Saint-Exupéry compuso para llevar a cabo con sencillez las pequeñas cosas de cada día, y que lleva por título El arte de los pequeños pasos.

El famoso autor de El Principito nos recuerda unas ideas fáciles de acometer en el día a día que nos ayuden a crecer y desarrollar nuestra madurez personal, y son realmente útiles.
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El arte de los pequeños pasos

Ayúdame a distribuir correctamente mí tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario.

Te pido fuerza, autocontrol y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso del día.

Ayúdame a hacer cada cosa de mi presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es la más importante.

Guárdame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para crecer y madurar.

Envíame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor.

Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras.

No me des lo que yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego.

¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!


 La Historia de la Semana

domingo, 2 de diciembre de 2018

Hábitos saludables

La búsqueda de la felicidad es una constante en el ser humano de todas las épocas, pero en muchas ocasiones se dan 'palos de ciego' para encontrarla y al final no se alcanza.

Es difícil encontrar una fórmula universal para que una persona sea feliz, pero sí está claro que no depende tanto de las cosas materiales cuanto de la actitud interior hacia lo que nos rodea.

Comparto esta semana una relación de hábitos saludables que me han enviado y que dan una pista de cosas sencillas que podemos hacer en la vida cotidiana para tener un equilibrio interior que nos haga más felices.

Y que resumiría en dos aspectos sencillos que a veces se nos pasan: vivir con sencillez y afrontar las cosas con madurez.  ¡A ver si os parecen bien estos hábitos saludables!
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Hábitos saludables
 
1. Considera los problemas como desafíos

Ante cualquier dificultad o contingencia, sea por una persona o algún suceso, trata de pensar que lo superarás y habrás aprendido de ello una nueva lección. Recuerda que  “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.

2. Aprende a perdonar

Cada vez que alguien te critique o hiera con sus palabras, trata de olvidar las ofensas. Aun cuando sepas que lo dijo intencionadamente, déjalo pasar y no permitas que te afecte.

3. Sé amable y agradecido

Quienes tratan a los demás de modo rudo o desagradable, en el fondo lo que demuestran es su propia insatisfacción e inseguridad. Sin embargo, cuando eres amable con los demás, la amabilidad dada volverá a ti.

4. No busques la aprobación ajena

Mientras hagas aquello que te corresponda y te haga feliz, no necesitas buscar la aprobación de los demás para validar tus actos.  Esto contribuirá, además, a aumentar la confianza en ti mismo.

5. Hay cosas que no van a cambiar, ¡acéptalas!

Hay cosas que podrás cambiar o mejorar, como tus habilidades deportivas o tu dominio de otro idioma, pero no podrás cambiar tu altura o los padres que te han tocado en suerte. Deja de luchar contra aquello que no puede ser cambiado y te sentirás más libre.

6.Viaja cuando puedas

Si tienes la oportunidad de viajar, ¡no dejes de hacerlo! Conocer lugares diferentes y ver cómo vive la gente en lugares distintos hará que valores más lo que tienes a tu alrededor.

7. Aliméntate bien

Si te alimentas en base a comida basura, es muy probable que experimentes falta de energía y veas disminuida la claridad mental. Asegúrate de tener una alimentación sana y variada, siempre con moderación.

8. Cuida de ti mismo

Para sentirte bien, debes verte bien. La higiene personal, el cuidado y la vestimenta contribuirán a que te veas y sientas mejor. El simple hecho de cuidar nuestro aspecto personal puede cambiar nuestro estado de ánimo para enfrentar la vida.

9. Alimenta tus relaciones personales

En la mayoría de los casos la familia es quien nos ama incondicionalmente. Es importante mantenerse en contacto con ellos, ya sea con una llamada telefónica o una visita. Mantén el contacto con tus seres queridos.

10. Sé honesto

Las mentiras más insignificantes pueden provocar efectos desastrosos en la vida de las personas. Si mantienes una conversación honesta, lograrás mantener un nivel más alto de integridad en tu entorno. 

11. Tómate el tiempo necesario para escuchar

Si deseas ser oído, es fundamental primero escuchar a los demás y no interrumpirlos cuando hablan. Al escuchar realmente, en lugar de esperar para hablar, podrás entender las motivaciones de los demás. 


La Historia de la Semana

martes, 13 de noviembre de 2018

El campesino

¿Estamos conformes con lo que tenemos? ¿O lo del vecino nos parece mejor que lo nuestro?

A veces pensamos que nuestra vida tiene muchas limitaciones y creemos que las demás personas viven mejor que nosotros, sin darnos cuenta de que en la sencillez y la aceptación gozosa de la realidad se encuentra el secreto de la felicidad.



La historia de esta semana viene a recordar que la propia vida (la familia, los amigos,...), cuando se tiene consciencia de su realidad, es suficiente para vivirla con plenitud y entrega generosa.

Y recuerda también cómo la creatividad es importante para resaltar las cosas buenas que tenemos a nuestro alrededor. ¡Un toque poético nunca viene mal!

Aquí va el cuento titulado El campesino.

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El campesino

Un campesino cansado de la rutina del campo y de tanto trabajo duro, decidió vender su finca. Como sabía que su vecino era un destacado poeta, decidió pedirle el favor que le hiciera el aviso de venta. El poeta accedió gustosamente.

El aviso decía:

"Vendo un pedacito de cielo, adornado con bellas flores y verdes árboles, hermosos prados y un cristalino río con el agua más pura que jamás hayan visto".
 
El poeta tuvo que marcharse por un tiempo, pero a su regreso decidió visitar a sus nuevos vecinos, pensando que aquel hombre del aviso se había mudado. Su sorpresa fue mayor al ver al campesino trabajando en sus faenas.

El poeta preguntó: -¡Amigo! ¿No se iba de la finca?

El campesino con una sonrisa le respondió:


-No mi querido vecino. Después de leer el aviso que usted me hizo, comprendí que tenía el lugar más maravilloso de la tierra y que no existe otro mejor...

Moraleja: No esperes a que venga un poeta para hacerte un aviso que diga lo maravillosa que es tu vida, tu hogar, tu familia y lo que con tanto trabajo hoy posees.

Dale gracias a la vida por tu salud, esperanza y el poder seguir luchando para alcanzar tus metas...

Sé feliz con lo que posees!!!



La Historia de la Semana

miércoles, 31 de octubre de 2018

El médico experto

Seguramente todos tenemos algún amigo o conocido que 'se las da de listo', o sea que sabe siempre todo sobre cualquier tema, y no deja pasar la ocasión de demostrarlo.

La persona realmente experta sabe conjugar bien el hablar con el callar para dar su opinión cuando es necesaria, y siempre con una gran sencillez.
La historia de esta semana viene en clave de humor y nos recuerda que antes de aventurar una opinión 'de experto' tenemos que estar bien seguro de ello.

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El médico experto


El médico, tras examinar detenidamente al paciente, dijo: 


-Ha tenido usted un ataque de neumonía. Es usted músico. ¿No es cierto?

-Sí, respondió asombrado el paciente.

-Y toca usted un instrumento de viento...


-¡Exacto! ¿Cómo lo sabe?


-¡Elemental, mi querido amigo! Tiene usted una inconfundible lesión de pulmón, y su laringe está inflamada, debido, indudablemente, a que la ha sometido usted a una intensa presión. Dígame, ¿qué instrumento toca usted?


-El acordeón...



La Historia de la Semana 

lunes, 30 de abril de 2018

La cajita dorada


Cuando nos hacemos mayores normalmente vamos perdiendo la mirada inocente de las cosas, dando entrada a los prejuicios, resentimientos, ideas negativas de los demás,...

Por eso es importante volver la mirada atrás y recordar la infancia y la niñez para no perder esos valores tan importantes que nos ayudan a ser felices y encontrar la situación justa en cada momento, sin ideas preconcebidas que alteran la realidad.
La historia de esta semana trata precisamente de la distinta mirada que tienen un padre y su hija acerca de un regalo, una cajita dorada.

Y recuerda el conocido consejo de Jesucristo de hacerse como niños, pues de los son como niños es el reino de los cielos.
 

A continuación esta preciosa historia sobre la humildad y sencillez titulada La cajita dorada.

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La cajita dorada

La historia dice que hace algún tiempo un hombre castigó a su hija de cinco años de edad por desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver que era muy caro. El dinero estaba escaso y él se enojó aun más cuando la niña pegó el papel dorado para decorar una caja y ponerla debajo del árbol de Navidad. 


Sin embargo, la niñita le trajo la caja de regalo a su padre la mañana siguiente y le dijo:

-"Esto es para ti, papá".

El padre estaba avergonzado por su anterior reacción exagerada, pero su enojo apareció de nuevo cuando encontró que la caja estaba vacía. Le habló a su hija de una manera recia: 


-"¿No sabes, jovencita, que cuando das un regalo a alguien, se supone que debe haber algo dentro del paquete?" 
 
La niñita lo miró con lágrimas en sus ojos y le dijo:

-"Papá, no está vacía. Le puse besitos hasta que se llenó".

El padre quedó turbado y confundido. Cayó de rodillas y abrazó a su pequeña hija; le rogó que lo perdonara por su enojo innecesario y guardó su cajita dorada con esmero.


La Historia de la Semana

sábado, 10 de marzo de 2018

¿Buena suerte o mala suerte?

¿Qué es la buena suerte? Seguramente casi todos pensamos que tener buena suerte es recibir algo que nos favorece y además de forma inesperada; y mala suerte cuando es perjudicial.
Es difícil ver en las cosas cotidianas la repercusión que nuestras acciones tienen para el futuro, y por tanto decidir si son buenas o malas. Una buena estrategia en las actitudes es aprender a aceptar las situaciones con confianza y sencillez, sabiendo que Dios quiere siempre lo mejor para cada uno de nosotros.

La historia de esta semana es muy ilustrativa de cómo lo que parece malo a primera vista, no lo es más adelante; y al revés, aquello que parece una cosa buena, con el paso del tiempo resulta negativa. Por eso hay que acoger las circunstancias de la vida con ilusión y ánimo para hacer siempre lo mejor, y aceptarlas con serenidad.

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¿Buena suerte o mala suerte?


Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:

-Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!


El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:

-No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!


El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:

-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El hombre, otra vez lo miró y dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió diciendo:

-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!

Otra vez el hombre lo miró diciendo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.


La Historia de la Semana

domingo, 25 de febrero de 2018

El sombrero

¡Cuánto les cuesta ser sencillas a algunas personas, que anteponen su vanidad a lo demás!

La historia que comparto esta semana, titulada El sombrero, me ha recordado estas situaciones en las que alguien se cree superior a los demás sin ningún fundamento que lo avale. Situaciones que vistas desde fuera, como en este cuento, son fuente de humor.

Afrontar la vida con sencillez, generosidad, amabilidad,... es mucho más efectivo para un buen desarrollo personal que dejarse llevar por egoísmos, enfados, mala educación,..., como le pasa a la protagonista de esta historia.
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El Sombrero

La esposa de un político tenía que asistir a una importante recepción con su marido y se lamentaba de no tener un sombrero adecuado para su nuevo y estupendo vestido. 

Cansada de buscar, decidió ir a la tienda del mejor modisto del país. Le atendió una de las dependientas, que le mostró los mejores y más caros sombreros del lujoso establecimiento. Pero ninguno encajaba con el gusto de la señora. 

Ya harta preguntó de malas maneras por el modista, quien, saliendo amablemente, se interesó por la calidad, el color y las características del vestido que la señor iba a lucir en el evento.


Una vez informado de todo esto por la señora, desenrollo un largo trozo de cinta de seda, hizo, con gran habilidad, un hermoso lazo y lo sujetó, perfectamente adaptado, en la cabeza de la señora. 

Ella, muy satisfecha con el resultado, exclamó:

- ¡Este es justo el sombrero que yo deseaba! Muy bien, muchas gracias. ¿Cuánto es?

  
- Son trescientos euros, señora.

La reacción fue inmediata. El precio le parecía una exageración y, por eso, no dudó en decir:

- Pero ¡cómo!, ¿Trescientos euros por un trozo de cinta?


El modista, con toda tranquilidad, deshizo el sombrero que había creado y después de envolver con papel de regalo, muy cuidadosamente, la tela utilizada, se lo ofreció a la señora con la mejor de sus sonrisas diciendo:

- No se preocupe señora. El trozo de cinta de seda es gratis.



La Historia de la Semana

viernes, 13 de octubre de 2017

La serpiente y el eremita

Solemos decir a veces que hay que ser bueno, pero no tonto.

Que una persona sea benevolente y amable, dispuesta a ayudar a los demás, no significa que se pueda abusar de ella y empezar a exigirle más de lo que puede o quiere aportar. 


En esos casos hay que saber decir 'no' y no prestarse a continuar, aunque no resulta fácil.

Es una idea que suscribo totalmente y por eso comparto este cuento titulado La serpiente y el eremita, donde ilustra muy bien esta situación.


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La serpiente y el eremita


Era una serpiente que tenía aterrorizadas a muchas personas de la zona, porque había picado de muerte a quienes cruzaban por el sendero al lado del cual ella solía situarse. 

Un día pasó por allí un eremita y la serpiente se fue directa a morderle, pero el hombre la sosegó con su talante de serenidad y equilibrio y, una vez la hubo amansado, le dijo:

Amiga mía, no origines más daño. Haciendo daño no consigues más que perjudicarte también a ti misma. No sigas mordiendo a las gentes de este lugar.

 La serpiente reflexionó y por fin dijo:

Te prometo que no morderé a nadie más.

Yo volveré a pasar por aquí dentro de unos meses y nos saludaremos —dijo el eremita, antes de partir.

Cuando los aldeanos comprobaron que la serpiente no mordía, empezaron a burlarse de ella y a maltratarla. Pero el animal cumplió su promesa. Unos meses después regresó el eremita y se quedó atónito al ver en qué estado calamitoso se encontraba la serpiente.
 
Pero ¿qué te ha pasado, amiga mía?

Al ver las gentes de por aquí que no mordía, me han maltratado.

 
Y entonces el eremita le dijo:

Pero, querida mía, yo te dije que no mordieses, pero no que no soplases y les asustases.



La Historia de la Semana