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domingo, 3 de diciembre de 2017

Belleza para vivir

Una de las cosas esenciales en la vida es darle un sentido claro a nuestra existencia para que todos los actos que realizamos tengan unidad, dirección y sentido.

Es triste ver cómo muchas personas se limitan a vivir dejándose llevar por los acontecimientos que le rodean sin poner un rumbo claro hacia un ideal o conformándose con una aspiración materialista que no acaba de llenar el corazón.


La historia que comparto esta semana es breve pero me ha gustado mucho porque pone de relieve cómo hasta en circunstancias difíciles es posible encontrar un hecho por lo que merezca la pena luchar. 

Se titula Belleza para vivir, y, como indica el título, el motor en este caso es la belleza de una flor. La hermosura, junto con la verdad y el bien, son atributos de la persona que nos guían en la vida.

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Belleza para vivir

Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena por él y le socorrió dándole dos monedas de cobre.
 
Horas más tarde, los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado:

- “¿Qué has hecho con las monedas que te he dado?”, preguntó el mercader.

- “Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; con la otra me he comprado una rosa, para tener por qué vivir…”



La Historia de la Semana

domingo, 18 de noviembre de 2012

La princesita y su amiga pobre

Un lugar común en el arte y la literatura a través de los tiempos es el aprecio y la búsqueda de la belleza.

Pero ¿de qué belleza hablamos?, ¿dónde está la auténtica belleza?, ¿cuál es la belleza que importa de verdad?

En estos tiempos que vivimos suele predominar lo superficial sobre lo profundo, lo externo sobre lo interior; y resulta difícil reconocer la verdadera belleza.

La historia de esta semana, La princesita y su amiga pobre, es un cuento al estilo clásico, que nos recuerda algo que decimos frecuentemente pero a veces nos cuesta creer: la belleza que de verdad importa es la que se ve con los ojos del corazón. Lo que constituye una gran verdad.

Y sólo buscando esa belleza interior se encuentra la verdadera y auténtica felicidad a la que aspiran todas las personas. ¡Espero que os guste! 

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La princesita y su amiga pobre

Erase una vez una princesita de ojos grandes y claros, tez blanca, mejillas como de porcelana y rosadas, rostro redondo y larga cabellera rubia que vivía en un precioso, grande, lujoso y acogedor castillo con unos reyes muy ricos que eran sus padres.

Justo al lado del castillo había una casa de piedra muy sencilla y pequeña, sin ningún lujo, donde vivía una niña de la misma edad que la princesa con la diferencia que ella era pobre como sus padres y su parecer no era tan hermoso. Su tez era morena como el té. Tenía el pelo negro pero enmarañado y rizado, y su aspecto era más andrajoso que elegante. 

Sin embargo la pequeña princesita, aún teniendo de todo, no era feliz; parecía estar enojada todo el tiempo y su irritabilidad se reflejaba en su rostro hermoso. A pesar de ser tan hermosa parecía que el pueblo no reparaba en su belleza. En cambio la niña de la casa de piedra tenía una enorme sonrisa dibujada en su cara y el pueblo sí parecía ser atraído por esta muchachita de ojos saltones y alegres. Allá por donde pasaba dejaba su huella en el corazoncito de la gente con su simpatía y su magnética personalidad. No había en el pueblo nadie que no la conociera por su cercanía y
todos la apreciaban. 

Un día esta niña se acercó movida por la curiosidad al castillo y allí conoció a la princesa. La niña saludó a la princesita y ésta reaccionó con la antipatía que la caracterizaba y la echó de su castillo. Lejos de ponerse triste, su pequeña vecinita le pidió disculpas alegremente y se fue de allí feliz como era habitual en ella.

Al día siguiente la princesita estaba aburrida en la torre de su habitación asomada a la ventana. Su ventana casualmente daba al patio de la pobre pero feliz muchacha. Mientras que ella lo tenía todo y su vecinita nada, era mucho más feliz corriendo detrás de los pollos con sus trapos andrajosos. 


De repente algo se inquietó dentro del corazón de la princesa cuando vio aquella escena y recordando las palabras amables del día anterior de la muchacha y el respeto frente a su actitud de rechazo, dejando a un lado el orgullo, decidió reconocer su error y movida por el arrepentimiento tomó el valor necesario para presentarse en casa de sus vecinos y pedirle disculpas a la muchacha alegre.

La muchacha lejos de enfadarse la recibió con una amplia sonrisa y aceptó sus disculpas. Desde aquel día fueron inseparables y compartieron juegos y amistad. Todos los días la princesita iba a buscar a su amiguita a la casa de piedra y viceversa y desde entonces todo el pueblo amó a la princesa y adoraban a las dos niñas.

Pero los años pasaron y las dos niñitas tuvieron que tomar sus respectivos caminos en la vida y dejaron de verse. La princesita creció y se convirtió en una hermosa joven que atraía todas las miradas de los muchachos. Los príncipes iban y venían a pedirla en matrimonio; éstos a su vez le ofrecían riquezas y regalos prometiéndole toda clase de presentes materiales pero ella no se interesó en ninguno.
Prefirió seguir los consejos que le dejó su amiga de la infancia y no fijarse en lo externo de los hombres sino en lo apuesto del corazón de aquel que iba a merecer su amor.


Pasados unos años un tímido y apuesto príncipe se armó de valor para ir a visitarla al castillo y pedir la mano de la joven, quien se fijó en la hermosura de su corazón y apreció algo diferente. Y se hicieron grandes amigos. El príncipe tenía un corazón magnánimo y la princesa se enamoró profundamente.

Después de dos años de noviazgo decidieron casarse, pero en lugar de vivir en el castillo de sus padres, regalaron a los más pobres del pueblo todas las riquezas que tenían y los regalos de su boda. Ellos decían que el mejor regalo que tenían era la felicidad y que también querían compartirlo con los demás.

Por eso el príncipe y la princesa vivieron humildemente y se fueron a residir a una casa de campo de una aldea cercana, dejando todas las comodidades de sus vidas pasadas y recorriendo el mundo entero juntos ayudando a los más necesitados.

Los años pasaron, y el príncipe y la princesa envejecieron como todo el mundo. Pero no les importó el paso del tiempo porque se dieron cuenta de que la mejor riqueza y la mayor hermosura las tenían en el interior de su corazón.


La Historia de la Semana

jueves, 12 de marzo de 2009

El violinista

La historia de la semana de hoy me ha sorprendido y hecho reflexionar.
A lo largo del día estamos envueltos en un montón de cosas que nos parecen muy importantes, pero que miradas en pespectiva tal vez no lo sean tanto. Y al revés, seguramente hay muchos 'pequeños detalles' que nos pasan inadvertidos y no alcanzamos a apreciarlos en toda su belleza y profundidad.
Vivimos a veces tan metidos en nuestras cosas que no vemos la riqueza que florece a nuestro lado, mientras que un niño es capaz de extasiarse con el vuelo de una mosca.

Pues de esto trata esta historia que parece verídica.
Espero que os guste.


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El violinista

Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. Durante el mismo tiempo, se calcula que pasaron por esa estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos.

Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.

Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.
Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino. Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.

En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos, ni reconocimientos.


Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell llenó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.


Esta es una historia real. La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas.

La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente, ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?


Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar la mejor música escrita, ¿qué otras cosas nos estaremos perdiendo?....