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viernes, 12 de mayo de 2017

El momento de la aurora

Una asignatura pendiente en muchos lugares y para muchas personas es la acogida al que piensa diferente de nosotros. 

Resulta más sencillo hacer divisiones y encasillar a los que nos rodean antes que hacer el esfuerzo de entenderlos y ver si existe algún elemento de unión para favorecer la convivencia y la universalidad.


Siempre es más importante trabajar en lo que nos une que en lo que nos separa, aunque seamos conscientes de que hay diferencias entre las personas. Sólo así se puede llegar a una convivencia natural y sin imposiciones.

La historia de esta semana, El momento de la aurora, incide en este tema para concienciarnos de que al final todos somos hermanos.

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​El momento de la aurora 



Un maestro reunió a sus alumnos y les preguntó:

- ¿Cómo podemos saber el momento exacto en que termina la noche y comienza el día?

 
-Cuando, de lejos, somos capaces de distinguir una oveja de un cachorro -dijo un niño.


El maestro no quedó satisfecho con la respuesta.


-La verdad -dijo otro alumno -sabemos que ya es de día cuando podemos distinguir, a la distancia, un olivo de una higuera.
 
-No es una buena definición -contestó.


-¿Cuál es la respuesta, entonces? -le preguntaron los pequeños.


Y el maestro dijo:

-Cuando un extraño se aproxima, y nosotros lo confundimos con nuestro hermano, ése es el momento cuando la noche acaba y comienza el día.


La Historia de la Semana

sábado, 7 de marzo de 2009

Las cuatro estaciones

Ya estamos en marzo y en Madrid han comenzado a florecer los almendros, señal de la próxima primavera. ¿Qué pasaría si únicamente nos quedáramos con la imagen del invierno?, ¿o sólo tuviéramos en cuenta los defectos de nuestos amigos? Nos daría una visión muy parcial de la realidad. Y frecuentemente basada en prejuicios personales.


La historia de esta semana recuerda que lo mejor es tener una visión universal de las cosas, sin quedarnos en la mirada corta y los juicios preconcebidos. Aquí va Las cuatro estaciones.


Y un fuerte abrazo con mis mejores deseos para este finde.


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LAS CUATRO ESTACIONES


Había un hombre que tenía cuatro hijos.



Buscaba con tesón que aprendieran a no juzgar las cosas rápidamente y a la ligera. Así que un día se le ocurrió enviar a cada uno de ellos por turnos a ver un peral que estaba a una gran distancia.



El primer hijo fue en el Invierno, el segundo en Primavera, el tercero en Verano y el hijo más joven en el Otoño. Cuando todos ellos habían ido y regresado, los llamo y les pidió que describieran lo que habían visto.



El primer hijo menciono que el árbol era horrible, doblado y retorcido.



El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.



El tercer hijo no estuvo de acuerdo. Dijo que estaba cargado de flores, que tenía un aroma muy dulce y se veía muy hermoso, era la cosa mas llena de gracia que jamás había visto.



El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. Dijo que estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y satisfacción.



Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían razón, porque sólo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.



Les dijo que nunca se debe juzgar a un árbol, o a una persona, por sólo ver una de sus temporadas, y que la esencia de lo que son, la felicidad y el amor que viene con la vida sólo puede ser medido al final, cuando todas las estaciones han pasado.



Por eso, si uno se da por vencido en el invierno, habrá perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Los tres ciegos

¿Estamos convencidos que nuestras ideas son las mejores?
¿Damos por sentado que siempre tenemos razón?
Lo que para mí es blanco, ¿puede ser gris para otra persona?
En fin, muchas más preguntas me vienen a la cabeza después de leer este cuento que adjunto esta semana, ¡pero os las dejo descubrir a vosotros!

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Los tres ciegos


Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.

Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.

Los tres sabios que eran ciegos quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.

El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trató de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.

Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. Se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba al elefante, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:

- Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.

Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos de lo que habían descubierto sobre el elefante, no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo. Pero lo que decían parecía imposible de concordar.

Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.

Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.

Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado.
Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.