Una de las características de las personas grandes de corazón es el 'saber estar' en todo momento y lugar: tanto si las cosas van bien como si van mal, saben distinguir la parte que corresponde a la propia responsabilidad (y aceptar las consecuencias), como la parte que escapa al control de cada uno.
De la misma manera, 'saben estar' en medio de cualquier tipo de personas, tanto si son cultas como ignorantes, ricas o pobres, viejas o jóvenes.
El cuento de esta semana trata precisamente de saber mantener la integridad personal en medio de cualquier circunstancia, tanto si es buena o agradable como si es mala o triste, sin dejar que se nos nuble la visión, y así poder tener una visión objetiva de las cosas.
Y es que en el camino de la vida hay que ir adquiriendo esta madurez personal para afrontar cualquier situación siempre con fe y esperanza en el futuro.
Y sin más, aquí va El mensaje del anillo.
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El mensaje del anillo
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: "Me están haciendo un precioso anillo, con un diamante extraordinario, y quiero guardar dentro de él un mensaje muy breve, un pensamiento que pueda ayudarme en los momentos más difíciles, y que ayude a mis herederos y a los herederos de mis herederos, para siempre".
Aquellos sabios podrían haber escrito grandes tratados sobre muchos temas, pero escribir un mensaje de sólo dos o tres palabras era bastante más complicado.
Pensaron, buscaron en sus libros, pero no encontraban nada. El rey lo consultó entonces con un anciano sirviente por el que sentía un gran respeto. Aquel hombre le dijo: "Hace muchos años estuve unos días al servicio de un gran amigo de tu padre. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me entregó este diminuto papel doblado. Me insistió en que no lo leyera antes de necesitarlo de verdad, cuando todo lo demás hubiera fracasado. Ahora es tuyo. Tómalo y ponlo en tu anillo". Aquel momento de necesidad no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió su reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos le perseguían. Llegó a un lugar donde el camino se acababa. No había salida. Frente a él había un precipicio. Tampoco podía volver, porque el enemigo le cerraba el paso. Ya escuchaba el trotar de los caballos de sus perseguidores. Cuando iba a rendirse, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y leyó el misterioso mensaje. Tenía sólo tres palabras: "Esto también pasará".
Tuvo fuerzas entonces para resistir un poco más. Sus enemigos debieron de perderse en el bosque, pues poco a poco dejó de escucharse el trote de los caballos. El rey recobró el ánimo, regresó, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Hubo una gran celebración, con banquete, música y bailes. Se sentía muy orgulloso de su triunfo.
El anciano estaba sentado a su lado, en un lugar preferente, y le dijo: "Ahora también es un buen momento para leer el mensaje". "¿Qué quieres decir?", preguntó el rey. "Ese mensaje no es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero".
El rey volvió a leerlo, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero su orgullo, su altivez, su egolatría, habían desaparecido.
Comprendió que todo pasa, que ningún éxito o fracaso son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza, y hay que aceptarlos como parte de la naturaleza, porque pertenecen a la misma esencia de las cosas.