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viernes, 11 de febrero de 2011

El cielo

La amistad es uno de los valores más importantes que tenemos y debemos cultivar. Ya decía el clásico que Quien tiene un amigo tiene un tesoro, y es un tema que ha salido repetidamente en el blog.

La historia de esta semana es un cuento de Paolo Coelho que trata de la amistad y lleva por título El Cielo

Seguramente muchos ya lo conocerán, pero merece la pena incluirlo aquí porque nos recuerda que a un amigo de verdad no hay que dejarlo abandonado.

Y no sólo eso, sino que hay que cuidar y alimentar la amistad para que siga creciendo y echando raíces en lo más profundo del corazón. O dicho en palabras de Jesús: No hay mayor amor que dar la vida por el amigo.

Y con mi gratitud a todos mis amigos, de los que tanto he aprendido y me han enseñado, aquí va El Cielo, de Paulo Coelho. ¡Espero que os guste!

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El cielo

Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un enorme árbol, cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el hombre no se dio
cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales; a veces los muertos tardan un cierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición.

La carretera era muy larga, colina arriba; el sol era muy fuerte, estaban sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde manaba un agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada. 
 - Buenos días.
- Buenos días -respondió el guardián.
- ¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
- Esto es el Cielo.
- ¡Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos!
- Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera. -y el guardián señaló la fuente.
- Pero mi caballo y mi perro también tienen sed.
- Lo siento mucho -dijo el guardián- pero aquí no se permite la entrada a los animales. 



El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante. Después de caminar un buen rato cuesta arriba, exhaustos, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. 

A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero, posiblemente dormía.
- Buenos días -dijo el caminante. 
El hombre respondió con un gesto con la cabeza.
- Tenemos mucha sed mi caballo, mi perro y yo.
- Hay una fuente entre aquellas rocas -dijo el hombre, indicando el lugar.
- Podéis beber tanta agua como queráis.

El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.
- Podéis volver siempre que queráis -le respondió.-
- A propósito ¿cómo se llama este lugar? -preguntó el hombre.

- El Cielo.
- ¿El Cielo? ¡Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo!
- Aquello no era el Cielo, era el Infierno.

El caminante quedó perplejo.
- ¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información falsa debe de provocar grandes confusiones! -dijo. 

- ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, porque allí se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.

Paulo Coelho

La Historia de la Semana

sábado, 28 de marzo de 2009

Cielo o Infierno

Aquí va una breve historia con otra versión sobre un tema que se repite a menudo: lo importante no es lo que está fuera de mí sino cómo lo acojo en mi corazón. Y nos plantea una cuestión capital: ¿qué soy para los demás: cielo o infierno?
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INFIERNO O CIELO
Según cuenta un antiguo relato japonés, un belicoso Samurai desafió en una ocasión a un maestro Zen a que le explicara el concepto de cielo e infierno.
Pero el monje respondió con desdén:
- "No eres más que un patán. ¡No puedo perder el tiempo con individuos como tú!".
Herido en lo más profundo de su ser, el Samurai se dejó llevar por la ira, desenvainó su espada y gritó:
- "Podría matarte por tu impertinencia".
- "Eso, repuso el monje con calma, es el infierno".
Desconcertado al percibir la verdad en lo que el maestro le señalaba con respecto a la furia que lo dominaba, el Samurai se serenó, envainó la espada y se inclinó, agradeciendo al monje la lección.
- "Y eso, añadió el monje, es el cielo".