martes, 30 de junio de 2015

El leñador

Hay un antiguo refrán que afirma que lo urgente nos hace olvidar lo importante.

En numerosas ocasiones estamos tan ocupados en las actividades del día a día que es fácil perder la perspectiva de lo realmente importante y esencial.

La historia de esta semana, titulada El leñador, trata precisamente de recordarnos dónde tenemos que poner el foco de nuestra vida, tomando como pretexto la labor de este pobre leñador que se olvida de afilar su hacha.

Trasladado a nuestras cosas, viene a recordarnos la necesidad de ver las situaciones en perspectiva, dedicando tiempo a lo que nos da fuerza para seguir adelante y cumplir de la mejor manera nuestros objetivos, esforzándonos en la superación personal.

En definitiva, no olvidarse de que es necesario ver la tierra desde el cielo para tener visión de lo realmente importante en la vida.

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​El leñador

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que nuestro leñador se decidió a hacer un buen papel.


El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le designó una zona.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles.

Te felicito -dijo el capataz- sigue así.


Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio record; así que esa noche se acostó bien temprano. Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. 


A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.

Me debo haber cansado -pensó, y decidió acostarse con la puesta del sol.


Al amanecer se levantó, decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco y el último día estuvo toda la tarde tratando de cortar su segundo árbol.
Inquieto por lo que pensaría del capataz, el leñador se acercó a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se esforzaba al límite de desfallecer. 


El capataz le preguntó:

¿Cuánto hace que no afilas tu hacha? 


¿Afilar? No he tenido tiempo de afilarla... He estado muy ocupado cortando árboles...


La Historia de la Semana 

domingo, 21 de junio de 2015

El Cristo de la ermita

Normalmente, frente a las situaciones de la vida siempre solemos pensar en soluciones que nos parecen inmejorables a cada uno. ¡Casi todos somos capaces de arreglar el mundo, la política, la sociedad,...!

Pero ¿son las mejores soluciones?, ¿son las únicas posibles?, ¿disponemos de todos los datos para tomar una decisión correcta?,...


Lo que nos aparece como única opción, tomada con la mejor de las intenciones, a veces se revela posteriormente falta de sentido o inapropiada, pues es muy fácil dejarse llevar por prejuicios y estereotipos a la hora de tomar decisiones cuando no se tienen todos los datos a mano y no se mira con objetividad.

La historia que comparto esta semana, titulada El Cristo de la ermita, me ha recordado que la persona no es 'la medida de todas las cosas', como predicaba Protágoras, sino que estamos sujetos a multitud de factores que nos condicionan en nuestro actuar.

Y por eso es tan importante confiar en la providencia divina, seguros de que será lo mejor para cada uno de nosotros, aunque no lo entendamos. ¡Espero que os guste y que os sirva!

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El Cristo de la ermita

Cuenta una antigua leyenda que había un hombre llamado Haakon al cuidado de una vieja ermita. En ella se veneraba un crucifijo con mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre bien significativo de: "Cristo de los Favores".

Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo.

Un día el ermitaño Haakon también quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo: 


- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la Cruz.

Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta.


El Crucificado abrió sus la­bios y habló. Sus palabras ca­yeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: 

- Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición. 

- ¿Cual, Señor?, -preguntó con acento suplicante Haakon. ¿Es una condición difícil? ¡Es­toy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!

- Sólo escucha. Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio siempre. 

- ¡Os lo prometo, Señor!, contestó Haakon.
 
Y se efectuó el cambio. Na­die advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon, y éste por largo tiem­po cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores.

Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el mucha­cho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: 


- ¡Dame la bolsa que me has robado!

- ¡No he robado ninguna bolsa!, -replicó e
l joven sorprendido.

- ¡No mientas, devuélvemela en­seguida!

- ¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa!, -afirmó el mucha­cho. Pero el rico arremetió furioso contra él.

Sonó entonces una voz fuer­te: 


- ¡Detente! 

El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven e increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para empren­der su viaje.

Cuando la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió a su sier­vo y le dijo:

- Baja de la Cruz, no sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.

- Pero Señor, dijo Haakon, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Je­sús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño quedó ante el Crucifi­jo. El Señor, clavado, siguió ha­blando:

- Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa pues llevaba en ella el precio de la vir­ginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpea­do, sus heridas le hubiesen im­pedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. 


Por eso guardo silencio...



La Historia de la Semana

viernes, 12 de junio de 2015

La mosca y el samurai

Decía santa Teresa de Jesús que la imaginación es la loca de la casa, haciendo referencia a los pensamientos disparatados o inútiles que muchas veces rondan nuestra mente.

El tema de la concentración mental o del recogimiento espiritual es siempre deseado pero, según las circunstancias, difícil o complicado de alcanzar.

El video de animación que comparto esta semana, titulado La mosca, hace referencia a cómo un guerrero samurai intenta mantener la concentración pero una molesta mosca (un pensamiento inoportuno...) le descentra continuamente, y cómo. cuando no se sabe manejar bien, se convierte en todo un enjambre.

No digo más para que veáis cómo lo soluciona nuestro samurai. ¡Seguro que os sorprende y os gusta!

El autor del cortometraje es Hanjin Song y lo realizó en el año 2006 como trabajo de fin de carrera de sus estudios.




La Historia de la Semana

jueves, 4 de junio de 2015

La Montaña Sagrada

Es un hecho indudable que, en la mayoría de las situaciones, la realidad escapa a nuestro control. No podemos hacer que las situaciones se acomoden a nuestros gustos.

Por eso es muy importante saber cómo afrontar las situaciones que se nos van presentando en la vida, sobre todo en esta sociedad tan competitiva y exigente que nos ha tocado vivir y que nos plantea cada día nuevos retos.

El cuento que comparto esta semana, titulado La Montaña Sagrada, me ha recordado esta actitud de superación que denota una buena madurez interior.

Pues no importan tanto los logros materiales cuanto la disposición para afrontar los retos y no 'tirar la toalla' antes de tiempo.

Como bien señala el cuento, la montaña no crece más, mientras que nosotros sí podemos seguir creciendo y madurando.
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La Montaña Sagrada


Nube Roja, el jefe de la tribu india sioux, llamó un día a su tres hijos. Se estaba haciendo viejo y tenía que elegir a su sucesor. Y una tribu no puede tener tres jefes.


 - Hijos míos -les dijo-. Os he pedido que vengáis porque debo elegir entre vosotros al que será mi sucesor. Para poder tomar esa decisión, he decidido poneros una prueba.

Se trata de que escaléis la Montaña Sagrada, la Gran Roca, la que nadie ha conseguido derrotar aún. Aquel que lo logre primero será el elegido.

El desafío quedó establecido y los hijos aceptaron el reto de su padre, más por respeto que por ambición. 


Una semana después, en el día de Luna Nueva, los tres jóvenes empezaron a escalar con muchas ganas y la ilusión de vencer la montaña. 

Pero uno primero y los otros después, los tres fueron derrotados. El ascenso era realmente imposible.

Los tres jóvenes se presentaron ante su padre admitiendo el fracaso. Pero el más pequeño dijo:

- Lo siento, padre. No he podido con ella. La montaña me ha vencido...¡por ahora!

- ¿Crees que la próxima vez podrás lograrlo? -preguntó el jefe.

- No lo sé -dijo el que sería más tarde el jefe de la tribu-.Pero ella ya llegó a su tamaño final y yo... ¡todavía estoy creciendo!


 La Historia de la Semana