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miércoles, 11 de julio de 2018

Los tres ciegos

Creo que fue el famoso Kant el que afirmaba que 'no vemos la realidad como es, sino como somos'. Y es difícil no estar de acuerdo con esta afirmación.

En efecto, solemos estar convencidos que nuestras ideas son las mejores y damos por sentado que llevamos siempre la razón. Todo ello llevados por los prejuicios que por educación, cultura, costumbres,... nos impiden pensar con objetividad.

La historia de esta semana es muy ilustrativa de esta situación, y es muy aplicable a la realidad actual dominada por los medios de comunicación, que intentan presentarnos la realidad de la forma que más les conviene a sus intereses.

La verdadera sabiduría pasa por darse cuenta que hay que aceptar con humildad nuestras limitaciones y estar abiertos a aprender cosas nuevas aunque a veces nos sorprendan.

Pero seguro que de la lectura de Los tres ciegos vais a sacar más ideas prácticas y útiles para la vida diaria. 
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Los tres ciegos


Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.

Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.

Los tres sabios, que eran ciegos, quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.

El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos mantas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trató de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:


- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.


Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. Se colgó de ella y comenzó a balancearse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba al elefante, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:

- Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para balancearse.

Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos de lo que habían descubierto sobre el elefante, no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo. Pero lo que decían parecía imposible de concordar.

Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.
Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.


Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado.


Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.


La Historia de la Semana

lunes, 30 de abril de 2018

La cajita dorada


Cuando nos hacemos mayores normalmente vamos perdiendo la mirada inocente de las cosas, dando entrada a los prejuicios, resentimientos, ideas negativas de los demás,...

Por eso es importante volver la mirada atrás y recordar la infancia y la niñez para no perder esos valores tan importantes que nos ayudan a ser felices y encontrar la situación justa en cada momento, sin ideas preconcebidas que alteran la realidad.
La historia de esta semana trata precisamente de la distinta mirada que tienen un padre y su hija acerca de un regalo, una cajita dorada.

Y recuerda el conocido consejo de Jesucristo de hacerse como niños, pues de los son como niños es el reino de los cielos.
 

A continuación esta preciosa historia sobre la humildad y sencillez titulada La cajita dorada.

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La cajita dorada

La historia dice que hace algún tiempo un hombre castigó a su hija de cinco años de edad por desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver que era muy caro. El dinero estaba escaso y él se enojó aun más cuando la niña pegó el papel dorado para decorar una caja y ponerla debajo del árbol de Navidad. 


Sin embargo, la niñita le trajo la caja de regalo a su padre la mañana siguiente y le dijo:

-"Esto es para ti, papá".

El padre estaba avergonzado por su anterior reacción exagerada, pero su enojo apareció de nuevo cuando encontró que la caja estaba vacía. Le habló a su hija de una manera recia: 


-"¿No sabes, jovencita, que cuando das un regalo a alguien, se supone que debe haber algo dentro del paquete?" 
 
La niñita lo miró con lágrimas en sus ojos y le dijo:

-"Papá, no está vacía. Le puse besitos hasta que se llenó".

El padre quedó turbado y confundido. Cayó de rodillas y abrazó a su pequeña hija; le rogó que lo perdonara por su enojo innecesario y guardó su cajita dorada con esmero.


La Historia de la Semana

domingo, 23 de abril de 2017

El circo

Solía decir Santa Teresa de Calcuta que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien.

Aunque vemos a nuestro alrededor muchas acciones malas, sigo creyendo que la tendencia al bien del ser humano es algo intrínseco en su espíritu, si bien por circunstancias varias a veces actúa de forma incorrecta.

La historia de esta semana, que lleva por título El circo, no sólo habla de hacer el bien, sino además hacerlo de la mejor forma posible: sin que el beneficiario se dé cuenta. De ahí la cita que ponía al inicio de la Madre Teresa.

Ésta suele ser la parte más difícil, pues se basa en una gran humildad personal y confianza en la Providencia. Por eso viene bien recordarlo como en esta ocasión.

Aquí va a continuación y espero que os guste. Hay también una versión inglesa en este enlace.

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​El circo
 
Cuando yo era adolescente, en cierta oportunidad estaba con mi padre haciendo cola para comprar entradas para el circo. Al final, solo quedaba una familia entre la ventanilla y nosotros. Esta familia me impresionó mucho. Eran ocho chicos, todos probablemente menores de doce años. 


Se veía que no tenían mucho dinero. La ropa que llevaban no era cara, pero estaban limpios. Los chicos eran bien educados, todos hacían bien la cola, de a dos detrás de los padres, tomados de la mano. Hablaban con excitación de los payasos, los elefantes y otros números que verían esa noche. Se notaba que nunca antes habían ido al circo. Prometía ser un hecho sobresaliente en su vida.

El padre y la madre estaban al frente del grupo, de pie, orgullosos. La madre, de la mano de su marido, lo miraba como diciendo: Eres mi caballero de brillante armadura. Él sonreía, henchido de orgullo y mirándola como si respondiera: Tienes razón.


La empleada de la ventanilla preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió con orgullo: Por favor, deme ocho entradas para menores y dos de adultos, para poder traer a mi familia al circo. La empleada le indico el precio.

La mujer soltó la mano de su marido, ladeo su cabeza y el labio del hombre empezó a torcerse. Este se acerco un poco más y preguntó: ¿Cuánto dijo? 


La empleada volvió a repetirle el precio. ¿Cómo iba a darse vuelta y decirle a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?

Viendo lo que pasaba, mi papá puso la mano en el bolsillo, sacó un billete de veinte dólares y lo tiró al suelo. 


Nosotros no éramos ricos en absoluto. Mi padre se agacho, recogió el billete, palmeó al hombre en el hombro y le dijo: Disculpe, señor, se le cayó esto del bolsillo".

El hombre se dio cuenta de lo que pasaba. No había pedido limosna, pero sin duda apreciaba la ayuda en una situación desesperada, angustiosa e incómoda.


Miró a mi padre directamente a los ojos, con sus dos manos le tomó la suya, apretó el billete de veinte dólares y con labios trémulos y una lágrima rodándole por la mejilla, replicó: Gracias, gracias señor. Esto significa realmente mucho para mi familia y para mí.


La Historia de la Semana

viernes, 15 de marzo de 2013

Ping pong

Un poco de humor para amenizar la semana nunca viene mal. Y si además tiene una pequeña moraleja, mejor que mejor.

En esta ocasión comparto un video de animación que toma como pretexto una partida de ping pong entre el oso Bernard (que ya ha salido por estas páginas) y un simpático (¡y bien despierto!) pingüino.

Para mí, la lección que saco es que nunca hay que despreciar a un contrincante en cualquier campo valiéndose únicamente de las apariencias externas.

Se suele decir que 'las apariencias engañan', y creerse superior a otro simplemente por lo exterior lleva a situaciones como la de este video, en las que se suele acabar con la peor parte. Y hay que ser humildes para reconocer nuestros propios valores.

¡Espero que os guste!


La Historia de la Semana

domingo, 18 de noviembre de 2012

La princesita y su amiga pobre

Un lugar común en el arte y la literatura a través de los tiempos es el aprecio y la búsqueda de la belleza.

Pero ¿de qué belleza hablamos?, ¿dónde está la auténtica belleza?, ¿cuál es la belleza que importa de verdad?

En estos tiempos que vivimos suele predominar lo superficial sobre lo profundo, lo externo sobre lo interior; y resulta difícil reconocer la verdadera belleza.

La historia de esta semana, La princesita y su amiga pobre, es un cuento al estilo clásico, que nos recuerda algo que decimos frecuentemente pero a veces nos cuesta creer: la belleza que de verdad importa es la que se ve con los ojos del corazón. Lo que constituye una gran verdad.

Y sólo buscando esa belleza interior se encuentra la verdadera y auténtica felicidad a la que aspiran todas las personas. ¡Espero que os guste! 

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La princesita y su amiga pobre

Erase una vez una princesita de ojos grandes y claros, tez blanca, mejillas como de porcelana y rosadas, rostro redondo y larga cabellera rubia que vivía en un precioso, grande, lujoso y acogedor castillo con unos reyes muy ricos que eran sus padres.

Justo al lado del castillo había una casa de piedra muy sencilla y pequeña, sin ningún lujo, donde vivía una niña de la misma edad que la princesa con la diferencia que ella era pobre como sus padres y su parecer no era tan hermoso. Su tez era morena como el té. Tenía el pelo negro pero enmarañado y rizado, y su aspecto era más andrajoso que elegante. 

Sin embargo la pequeña princesita, aún teniendo de todo, no era feliz; parecía estar enojada todo el tiempo y su irritabilidad se reflejaba en su rostro hermoso. A pesar de ser tan hermosa parecía que el pueblo no reparaba en su belleza. En cambio la niña de la casa de piedra tenía una enorme sonrisa dibujada en su cara y el pueblo sí parecía ser atraído por esta muchachita de ojos saltones y alegres. Allá por donde pasaba dejaba su huella en el corazoncito de la gente con su simpatía y su magnética personalidad. No había en el pueblo nadie que no la conociera por su cercanía y
todos la apreciaban. 

Un día esta niña se acercó movida por la curiosidad al castillo y allí conoció a la princesa. La niña saludó a la princesita y ésta reaccionó con la antipatía que la caracterizaba y la echó de su castillo. Lejos de ponerse triste, su pequeña vecinita le pidió disculpas alegremente y se fue de allí feliz como era habitual en ella.

Al día siguiente la princesita estaba aburrida en la torre de su habitación asomada a la ventana. Su ventana casualmente daba al patio de la pobre pero feliz muchacha. Mientras que ella lo tenía todo y su vecinita nada, era mucho más feliz corriendo detrás de los pollos con sus trapos andrajosos. 


De repente algo se inquietó dentro del corazón de la princesa cuando vio aquella escena y recordando las palabras amables del día anterior de la muchacha y el respeto frente a su actitud de rechazo, dejando a un lado el orgullo, decidió reconocer su error y movida por el arrepentimiento tomó el valor necesario para presentarse en casa de sus vecinos y pedirle disculpas a la muchacha alegre.

La muchacha lejos de enfadarse la recibió con una amplia sonrisa y aceptó sus disculpas. Desde aquel día fueron inseparables y compartieron juegos y amistad. Todos los días la princesita iba a buscar a su amiguita a la casa de piedra y viceversa y desde entonces todo el pueblo amó a la princesa y adoraban a las dos niñas.

Pero los años pasaron y las dos niñitas tuvieron que tomar sus respectivos caminos en la vida y dejaron de verse. La princesita creció y se convirtió en una hermosa joven que atraía todas las miradas de los muchachos. Los príncipes iban y venían a pedirla en matrimonio; éstos a su vez le ofrecían riquezas y regalos prometiéndole toda clase de presentes materiales pero ella no se interesó en ninguno.
Prefirió seguir los consejos que le dejó su amiga de la infancia y no fijarse en lo externo de los hombres sino en lo apuesto del corazón de aquel que iba a merecer su amor.


Pasados unos años un tímido y apuesto príncipe se armó de valor para ir a visitarla al castillo y pedir la mano de la joven, quien se fijó en la hermosura de su corazón y apreció algo diferente. Y se hicieron grandes amigos. El príncipe tenía un corazón magnánimo y la princesa se enamoró profundamente.

Después de dos años de noviazgo decidieron casarse, pero en lugar de vivir en el castillo de sus padres, regalaron a los más pobres del pueblo todas las riquezas que tenían y los regalos de su boda. Ellos decían que el mejor regalo que tenían era la felicidad y que también querían compartirlo con los demás.

Por eso el príncipe y la princesa vivieron humildemente y se fueron a residir a una casa de campo de una aldea cercana, dejando todas las comodidades de sus vidas pasadas y recorriendo el mundo entero juntos ayudando a los más necesitados.

Los años pasaron, y el príncipe y la princesa envejecieron como todo el mundo. Pero no les importó el paso del tiempo porque se dieron cuenta de que la mejor riqueza y la mayor hermosura las tenían en el interior de su corazón.


La Historia de la Semana

jueves, 6 de septiembre de 2012

La cámara secreta

En la entrada anterior se hacía referencia a ese jardín secreto que tenemos en el alma y que sólo conocemos cada uno de nosotros. Y la historia de esta semana, titulada La cámara secreta, trata precisamente de esto.
 
¿Qué guardo en lo más íntimo de mi corazón, en mi jardín secreto? Es seguro que caben muchas cosas, y aunque piense que sólo son para mí, al final también los que están a mi alrededor las acaban percibiendo.

Por eso conviene desterrar del corazón todas las cosas negativas que reducen nuestra visión, como el rencor, la envidia, la avaricia,... y cultivar todo lo que nos engrandece como personas: el amor, la generosidad, la amistad,...

Y aunque provoque reacciones adversas en los demás, el ser fieles a estas convicciones íntimas nos hará plenamente felices y realmente alegres.

De todo esto trata este cuento, aunque estoy seguro que en vuestra cámara secreta encontraréis más tesoros aún para enriquecerlo.

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La cámara secreta

Al ser joven, apuesto, inteligente y bueno, Ayâz era el favorito del rey. Este último gustaba de su compañía, buscaba sus consejos y tenía una confianza absoluta en él. Para sellar su amistad, colmó a Ayâz de tantas mercedes que se encontró en posesión de una pequeña fortuna.

Evidentemente su posición no dejó de exacerbar el odio y los celos de los demás cortesanos que no soñaban sino con su caída y trataban por todos los medios de desacreditarle delante del rey. 

Como Ayâz se encerraba todos los días en una pequeña cámara, donde se quedaba un buen rato, los cortesanos pensaron haber encontrado, por fin, la prueba de su doblez. Se imaginaron que guardaba allí el fruto de sus rapiñas. Se apresuraron a informar de sus sospechas al rey y le suplicaron que desenmascarara al traidor visitando la cámara misteriosa.

Movido por esta camarilla llena de odio y convencido de la fidelidad de su favorito, el rey aceptó su petición a fin de acallar aquellas malas lenguas.

Ordenó que se echara abajo la puerta de la cámara y, seguido de sus cortesanos, penetró en la estancia. Cuál no sería su asombro al descubrir todo el mundo que la estancia se hallaba completamente vacía. En vez de encontrar en ella montones de riquezas resguardadas de la mirada de los curiosos, lo que vieron fue nada más que un viejo par de sandalias de cuero y un mísero traje hecho pedazos.

Intrigado, el rey hizo venir a Ayâz y le preguntó por qué guardaba tan celosamente aquellos viejos andrajos. Y éste le respondió con modestia:

-Fue vestido con estas ropas viejas como llegué a la corte y vengo a verlas todos los días, para acordarme de todas las bondades que me habéis dispensado desde entonces y no olvidar la humildad de mis inicios.

Alejandro Jodorowsky


La Historia de la Semana

miércoles, 25 de abril de 2012

La rosa y el sapo

La historia de esta semana, como bien indica el título, tiene dos protagonistas: una rosa y un sapo. ¿Qué papel desempeña cada uno?

A primera vista es mucho más llamativa y deseable la rosa, pero eso no significa que el sapo sea menos importante en la relación entre ambos.

Para mí, el texto es una parábola sobre la humildad: nunca nos podemos considerar superiores a los demás simplemente por nuestro aspecto o nuestros logros.

O dicho de otra manera: nos hace ser conscientes de que vivimos en un mundo de relaciones y, aunque no nos demos cuenta de muchas de ellas, nos ayudan enormemente en nuestra vida diaria.

Y también me recuerda la importancia de saber acompañar a las personas que nos rodean. Pero seguro que se os ocurren muchas más ideas.

Aquí está La rosa y el sapo.
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La rosa y el sapo

Había una vez una rosa roja muy bella; se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos.

Notó que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca.

Indignada ante lo descubierto, le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente dijo:

- Está bien, si así lo quieres, me iré.

Poco tiempo después, el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:

- ¡Vaya que te ves mal! ¿Que te pasó? 

La rosa contestó:

- Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual. 

El sapo sólo contestó:

- Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.


La Historia de la Semana

martes, 13 de diciembre de 2011

El poderoso

Un toque de humildad en el trato cotidiano es muy conveniente en la vida para poder desarrollar una convivencia normal, capaz de hacer amigos allí donde nos encontremos. 

La historia de esta semana es ilustrativa de cómo hay personas que se creen importantes y poderosas por el único hecho de estar en una situación de superioridad simplemente física. 
Se da también con frecuencia en las relaciones laborales, donde el jefe ejerce su superioridad sin más contemplaciones o sin tener en cuenta a las personas que dependen de él.

Está comprobado que lo contrario de la humildad (el orgullo, la prepotencia, la soberbia,...) no lleva a ninguna parte. Sólo al aislamiento y la soledad.

Se titula El poderoso y va a continuación. 

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El poderoso

En cierta ocasión un sencillo eremita se vio amenazado de muerte por un bandido cruel y poderoso que llegó donde aquél vivía.

- Sé bueno, -le dijo el eremita- y ayúdame a cumplir mi último deseo: corta una rama de ese árbol.

Con un golpe de su espada, el bandido hizo lo que le pedía.

- ¿Y ahora, qué?, le preguntó a continuación.

- Ponla de nuevo en su sitio, dijo el monje.

El bandido soltó una carcajada:

-¡Debes de estar loco si piensas que alguien puede hacer semejante cosa!

-Al contrario -le respondió el monje-. Eres tú el loco al pensar que eres poderoso porque puedes herir y destruir. 


Eso es cosa de niños. El verdaderamente poderoso es el que sabe crear y curar.


La Historia de la Semana 

sábado, 18 de diciembre de 2010

Alejandro Magno

Estos días se ha inaugurado en Madrid una exposición sobre Alejandro Magno y me ha recordado un texto que circula por la red que recibí hace un tiempo y que describe muy bien al personaje. Aunque haya dudas sobre la autenticidad del texto, su mensaje es universal y encaja perfectamente como historia de esta semana.

Alejandro Magno murió el 10 de junio del 323 a.C. en Babilonia, a los 32 años de edad, probablemente víctima de unas fiebres tifoideas, y a esa edad ya había conquistado el mundo conocido de la época.

Según los historiadores, el gran misterio de Alejandro se centra en su genio como estratega, su habilidad organizativa así como sus cualidades como líder y su sensibilidad para apreciar las diversidades culturales. No en vano consiguió llevar a sus hombres a través de medio mundo, conquistando Grecia, Persia y llegando hasta las riberas del  Indo, en pleno Oriente.

Los tres últimos deseos de Alejandro Magno nos recuerdan la humildad y sencillez con que debemos afrontar los retos de la vida.

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Los tres últimos deseos de Alejando Magno

Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:

1 - Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los propios médicos de la época.

2 - Que los tesoros que había conquistado de plata, oro y piedras preciosas, fueran esparcidos por el camino hasta su tumba.

3 - Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.

Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones para obrar así, a lo que Alejandro replicó:

1 - Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos NO tienen, ante la muerte el poder de curar.

2 - Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen.

3 - Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El rey y el pordiosero

En ocasiones estamos tan metidos en los asuntos del día a día que se nos olvida ver las situaciones en perspectiva para poderlas apreciar en su totalidad y no dejarnos llevar por el momento.

La historia de esta semana quiere recordar este tema: que estemos donde estemos y como estemos nunca olvidemos quiénes somos, de dónde venimos y cuál es nuestro destino, y en definitiva tener una visión humilde de las cosas.

Fernando Rielo lo resume de forma concisa: 'es preferible mirar la tierra desde el cielo que el cielo desde la tierra'. 

El cuento se titula El rey y el pordiosero, y aunque es un poquito largo espero que os guste.

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El rey y el pordiosero

Latif era el pordiosero más pobre de la aldea. Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo. Cada día se recostaba debajo de un árbol distinto, con la mano extendida y la mirada perdida en sus pensamientos. Cada tarde comía de la limosna o de los mendrugos que alguna persona caritativa le acercaba.

Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus dias, Latif era considerado por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.

Una mañana soleada el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada. Riéndose de los mercaderes y de los compradores, casi tropezó con Latif, que dormitaba a la sombra de una encina. Alguien le contó que estaba frente al más pobre de sus súbditos, pero también frente a uno de los hombres más respetados por su sabiduría.

El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo:
- “Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.”

Latif lo miró, casi despectivamente, y le dijo:
- “Puedes quedarte con tu moneda, ¿para qué la querría yo? ¿Cuál es tu pregunta?

Y el rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver. Un problema de bienes y recursos que sus analistas no habían podido solucionar.

La repuesta de Latif fue justa y creativa. El rey se sorprendió; dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado, meditando sobre lo sucedido.

Al día siguiente el rey volvió a aparecer en el mercado. Ya no paseaba entre los mercaderes, fue directo a donde Lafit descansaba, esta vez bajo un olivar. Otra vez el rey hizo una pregunta y otra vez Latif la respondió rápida y sabiamente. El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez. Con humildad se quitó las sandalias y se sentó en el suelo frente a Latif.

- “Latif te necesito,” le dijo. “Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. No quiero perjudicar a mi pueblo y tampoco ser un mal soberano. Te pido que vengas al palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltara nada, que serás respetado y que podrás partir cuando quieras… por favor.”

Por compasión, por servicio o por sorpresa, el caso es que Latif, después de pensar unos minutos, aceptó la propuesta del rey.

Esa misma tarde llegó Latif al palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real. En la habitación, una tina de esencias y con agua tibia lo esperaba.

Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales. Todos los días, a la mañana y a la tarde, el monarca mandaba llamar a su nuevo asesor para consultarle sobre los problemas del reino, sobre su propia vida o sobre sus dudas espirituales.

Latif siempre contestaba con claridad y precisión. El recién llegado se transformó en el interlocutor favorito del rey. A los tres meses de su estancia ya no había medida, decisión o fallo que el monarca no consultara con su preciado asesor, lo que desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para su propia influencia y un perjuicio para sus intereses materiales.

Un día todos los demás asesores pidieron audiencia con el rey. Muy circunspectos y con gravedad le dijeron.

- “Tu amigo Latif, como tú llamas, está conspirando para derrocarte.”

- “No puede ser” dijo el rey. “No lo creo.”

- “Puedes confirmarlo con tus propios ojos,” dijeron todos. “Cada tarde a eso de las cinco, Latif se escabulle del palacio hasta el ala Sur y en un cuarto oculto se reúne a escondidas, no sabemos con quién. Le hemos preguntado a dónde iba alguna de esas tardes y ha contestado con evasivas. Esa actitud terminó de alertarnos sobre su conspiración.”

El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones. Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera. Desde allí vio cómo, en efecto, Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.

- “Lo visteis” gritaron los cortesanos, “lo visteis?”

Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta.

- “¿Quién es?” dijo Latif desde adentro.

- “Soy yo, el rey,” dijo el soberano. “Ábreme la puerta.”

Latif abrió la puerta. No había nadie allí, salvo Latif. Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.

Sólo había en el piso un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo.

- “¿Estás conspirando contra mi Latif?” pregunto el rey.

- “¿Cómo se te ocurre, majestad?” contesto Latif. “De ninguna forma, ¿por qué lo haría?”

- “Pero vienes aquí cada tarde en secreto. ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?”

Latif sonrió y se acercó a la túnica rota que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey:

- “Hace sólo seis meses cuando llegué, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera” dijo Latif. “Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado…  que vengo cada día para estar seguro de no olvidarme de quién soy y de dónde vine”.