A veces nos asalta una pregunta que nos interpela profundamente y nos deja meditativos: ¿realmente Dios escucha mi oración?
Hay momentos de la vida interior que no sabemos responder a esta pregunta y nos deja sumidos en una purificación espiritual. Pero al final caemos en la cuenta de que Dios, como buen Padre que es, no se aleja de nosotros sino que está siempre presente a nuestro lado, aunque no seamos capaces de apreciarlo.
La historia de la esta semana, titulada No me responde..., nos adentra en este misterio de la mano de un joven monje...
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No me responde...
Un joven monje muy cumplidor de sus obligaciones dedicaba todos los días un rato a la oración. Entraba en la iglesia con gran devoción, hacía la genuflexión, se sentaba en un banco, miraba al crucifijo del altar mayor y se quedaba ensimismado.
Así un día tras otro. Pero el joven monje no se sentía satisfecho. Se decía a sí mismo que Dios lo había abandonado, ya que no respondía a su petición de hacer de él un hombre santo.
Entristecido por el silencio de Dios, el joven monje decidió acudir al maestro y contarle su preocupación.
El maestro miró con ternura al joven y, después de una larga conversación, le aconsejó que siguiera haciendo oración.
Con el paso del tiempo, el joven monje descubrió una gran verdad:
Dios sí respondía; era él quien no escuchaba: tan lleno estaba su corazón de cosas y de ruidos su alma.
Hay momentos de la vida interior que no sabemos responder a esta pregunta y nos deja sumidos en una purificación espiritual. Pero al final caemos en la cuenta de que Dios, como buen Padre que es, no se aleja de nosotros sino que está siempre presente a nuestro lado, aunque no seamos capaces de apreciarlo.
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No me responde...
Un joven monje muy cumplidor de sus obligaciones dedicaba todos los días un rato a la oración. Entraba en la iglesia con gran devoción, hacía la genuflexión, se sentaba en un banco, miraba al crucifijo del altar mayor y se quedaba ensimismado.
Así un día tras otro. Pero el joven monje no se sentía satisfecho. Se decía a sí mismo que Dios lo había abandonado, ya que no respondía a su petición de hacer de él un hombre santo.
Entristecido por el silencio de Dios, el joven monje decidió acudir al maestro y contarle su preocupación.
El maestro miró con ternura al joven y, después de una larga conversación, le aconsejó que siguiera haciendo oración.
Con el paso del tiempo, el joven monje descubrió una gran verdad:
Dios sí respondía; era él quien no escuchaba: tan lleno estaba su corazón de cosas y de ruidos su alma.