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martes, 17 de abril de 2018

Los dos monjes

Hacer el bien siempre y en todo lugar es una de las manifestaciones más claras de la madurez personal y la vivencia de los valores y virtudes, sobre todo cuando se trata de ayudar a los más necesitados que nosotros.

El cuento que comparto esta semana, titulado Los dos monjes, ilustra esta situación poniendo de manifiesto que no nos podemos dejar llevar por los prejuicios que a veces tenemos por nuestra educación o nuestra cultura.

El propio Jesucristo nos da ejemplo cuando se atreve a curar en sábado contraviniendo la ley judía que lo prohibía. Porque hacer un bien siempre es prioritario. 

Otra cuestión que me suscita esta historia: la importancia excesiva que damos a veces a los hechos de nuestra vida pasada. Tienen que servir para proyectar el futuro, no para estar pendientes de ellos, pues ya no se pueden cambiar. 

Y sin más, aquí va la historia de Los dos monjes.
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Los dos monjes

Dos monjes iban caminando por el campo al atardecer; mientras caminaban, oraban y reflexionaban.

Un poco antes de acercarse a un río que tenían que cruzar, el cual no tenía puente para hacerlo, se les acercó una mujer de baja estatura, pidiéndoles que le ayudaran a cruzar el río. Uno de ellos inmediatamente dijo que sí, mientras el otro lo veía con mirada de desaprobación. 


 El que se apuntó para ayudar a la pequeña mujer la subió en sus hombros y terminado el río la bajó de sus hombros, la mujer quedó muy agradecida con ese monje.

Los monjes siguieron su camino y el que no aprobó la decisión empezó a recriminar al monje que ayudó a la mujer a cruzar el río acerca de su comportamiento: 


- ¿Porqué subiste a esa mujer a tus hombros?, ¿no sabes que en el convento nos tienen prohibido mantener contacto con mujeres?

El monje que había ayudado a la mujer no respondía a las preguntas del otro monje. Siguieron su camino y el monje insistía en sus preguntas, a lo que el otro monje no respondía.

Poco antes de llegar al convento, el monje le volvió a cuestionar acerca de lo que había hecho y por fin el monje respondió: 


- Hace más de cuatro horas que esta mujer ya no está cerca de mi cabeza, pero sigue en la tuya. ¿Qué ganas con hacerte daño al tener en tu mente cosas del pasado?, ¿qué ganas con tener en tu mente cosas que a ti no te afectan? 

La Historia de la Semana

sábado, 27 de enero de 2018

Sabía silbar


Una de las actitudes más importantes para mí en la vida social es estar atento a lo positivo antes que a lo negativo.

Seguramente lo primero que nos viene a la mente del comportamiento de los demás y lo que nos llama más la atención son los aspectos negativos que no encajan con nuestra forma de ver las situaciones.





Por eso como criterio de actuación hay que tener claro que es más importante lo que une que lo que separa, lo bello que lo feo, la verdad que la mentira,...

Y aunque parezca difícil, siempre es posible sacar algo positivo del comportamiento del otro.

La historia de esta semana, Sabía silbar, me parece muy ilustrativa de este tema, en la búsqueda de lo bueno que tienen los demás para resaltarlo y servir de punto de unión con las personas que nos rodean.


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Sabía silbar

 Dicen que en un pueblo pequeño vivía una viejecita muy agradable. Con la sabiduría que dan los años, sus comentarios de todo el mundo eran siempre positivos .

Un día murió un hombre, conocido por todos, que parecía reunir todas las miserias, defectos y desgracias: era un vago, un ladrón, un borracho pendenciero y había abandonado a su mujer y a sus hijos pequeños … ¡vamos! una verdadera calamidad, un auténtico estorbo para la comunidad.


 
La noche de su muerte, en el velatorio, llegó la viejecita a la sala donde se rezaba por el difunto. Todos se miraban y se decían para sí: “Seguro que de éste no dice nada bueno”.

La viejecita estuvo un momento callada. Estaba claro. Parecía que, efectivamente, no tenía nada que decir.

Pero mientras todos pensaban esto, al fin, habló:


“Sabía silbar …. la verdad es que daba gusto oirle cuando pasaba por debajo de mi ventana todas las mañanas. Lo echaré de menos”.



La Historia de la Semana

domingo, 23 de abril de 2017

El circo

Solía decir Santa Teresa de Calcuta que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien.

Aunque vemos a nuestro alrededor muchas acciones malas, sigo creyendo que la tendencia al bien del ser humano es algo intrínseco en su espíritu, si bien por circunstancias varias a veces actúa de forma incorrecta.

La historia de esta semana, que lleva por título El circo, no sólo habla de hacer el bien, sino además hacerlo de la mejor forma posible: sin que el beneficiario se dé cuenta. De ahí la cita que ponía al inicio de la Madre Teresa.

Ésta suele ser la parte más difícil, pues se basa en una gran humildad personal y confianza en la Providencia. Por eso viene bien recordarlo como en esta ocasión.

Aquí va a continuación y espero que os guste. Hay también una versión inglesa en este enlace.

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​El circo
 
Cuando yo era adolescente, en cierta oportunidad estaba con mi padre haciendo cola para comprar entradas para el circo. Al final, solo quedaba una familia entre la ventanilla y nosotros. Esta familia me impresionó mucho. Eran ocho chicos, todos probablemente menores de doce años. 


Se veía que no tenían mucho dinero. La ropa que llevaban no era cara, pero estaban limpios. Los chicos eran bien educados, todos hacían bien la cola, de a dos detrás de los padres, tomados de la mano. Hablaban con excitación de los payasos, los elefantes y otros números que verían esa noche. Se notaba que nunca antes habían ido al circo. Prometía ser un hecho sobresaliente en su vida.

El padre y la madre estaban al frente del grupo, de pie, orgullosos. La madre, de la mano de su marido, lo miraba como diciendo: Eres mi caballero de brillante armadura. Él sonreía, henchido de orgullo y mirándola como si respondiera: Tienes razón.


La empleada de la ventanilla preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió con orgullo: Por favor, deme ocho entradas para menores y dos de adultos, para poder traer a mi familia al circo. La empleada le indico el precio.

La mujer soltó la mano de su marido, ladeo su cabeza y el labio del hombre empezó a torcerse. Este se acerco un poco más y preguntó: ¿Cuánto dijo? 


La empleada volvió a repetirle el precio. ¿Cómo iba a darse vuelta y decirle a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?

Viendo lo que pasaba, mi papá puso la mano en el bolsillo, sacó un billete de veinte dólares y lo tiró al suelo. 


Nosotros no éramos ricos en absoluto. Mi padre se agacho, recogió el billete, palmeó al hombre en el hombro y le dijo: Disculpe, señor, se le cayó esto del bolsillo".

El hombre se dio cuenta de lo que pasaba. No había pedido limosna, pero sin duda apreciaba la ayuda en una situación desesperada, angustiosa e incómoda.


Miró a mi padre directamente a los ojos, con sus dos manos le tomó la suya, apretó el billete de veinte dólares y con labios trémulos y una lágrima rodándole por la mejilla, replicó: Gracias, gracias señor. Esto significa realmente mucho para mi familia y para mí.


La Historia de la Semana

domingo, 6 de diciembre de 2015

El plato de oro

Muchas personas centran su interés en las cosas materiales y no acaban de apreciar el valor de lo inmaterial.

La historia de esta semana es un cuento budista sobre la sencillez de la vida  y cómo el bien se impone al mal, aunque a veces no sea apreciable a primera vista.


Cuando se alcanza la paz interior, tan buscada por todos, uno es capaz de renunciar hasta de los platos de oro y regalarlos con total desprendimiento. 

La paz interior es un bien mucho más valioso que el oro, y se manifiesta en la sencillez y el bien que se hace cuando se vive.

A continuación El plato de oro, que espero os guste.

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El plato de oro

El gran monje budista solía andar cubierto únicamente con un taparrabos. Vivía siempre de forma austera y muy pobre. Aunque parezca absurdo, llevaba siempre consigo un pequeño plato de oro que le había regalado el rey, el cual había sido su discípulo. 



Lo llevaba como recuerdo, pero su corazón no era esclavo de aquel pedazo de oro.
 
Una noche, estaba a punto de acostarse para dormir entre las ruinas de un antiguo monasterio cuando observó la presencia de un ladrón escondido detrás de una de las columnas. 

-Ven aquí y toma esto -dijo el monje budista mientras le ofrecía el plato de oro-. Así no me molestarás un vez que me haya dormido y podré gozar de este rato de paz que es el descanso.

El ladrón agarró con ansia el plato y salió zumbando. Pero a la mañana siguiente regresó con el plato… y con una petición: 


-Cuando anoche te desprendiste con tanta facilidad de este plato pensé que me hacías inmensamente rico y feliz. Ahora quiero que me enseñes esa riqueza interior que te hace tan desprendido y otorga tanta paz.


La Historia de la Semana

jueves, 13 de junio de 2013

La grandeza del Rey

Vivimos en tiempos complicados: basta asomarse a las noticias para constatar que algo no funciona bien en nuestra sociedad. 

Se le da mucha más importancia al tener que al ser, con la consecuencia de que se altera la escala de valores importantes y necesarios para la convivencia. Y, de esta forma, estamos rodeados de crisis en lo político, de corrupción económica a todos los niveles, de falta de ilusiones,...

La historia de esta semana intenta arrojar un poco de luz en este contexto respondiendo a una pregunta sencilla: ¿qué cualidades debe tener un buen dirigente? Y por extensión toda persona que tenga bajo su responsabilidad a otras.

La respuesta no es muy complicada: atender al bien común y lo mejor para los demás. ¡Cuánto cambiaría para bien nuestra sociedad ti todos actuáramos así!

El cuento se titula La grandeza del Rey, y, aunque es un poco largo, merece la pena leerlo.

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La grandeza del Rey

Había una vez un poderoso rey que tenía tres hijos. Dudando sobre quién debía sucederlo en el trono, envió a cada uno de ellos a gobernar un territorio durante cinco años, al término de los cuales deberían volver junto a su padre para mostrarle sus logros.

Así marcharon los tres, cada uno a su lugar, alegres por poder ejercer como reyes. Pero al llegar descubrieron decepcionados que tan sólo se trataba de pequeñas villas con un puñado de aldeanos, en las que ni siquiera había un castillo.

- Seguro que a mis hermanos les han dado reinos mayores, pero demostraré a mi padre que puedo ser un gran rey -se dijo el mayor. Y juntando a los pocos habitantes de su villa, les enseñó las artes de la guerra para formar un pequeño ejército con el que conquistar las villas vecinas. Así, su pequeño reino creció en fuerza y poder, y al cabo de los cinco años había multiplicado cien veces su extensión. Orgulloso, el joven príncipe reunió a aquellos primeros aldeanos, y viajó junto a su padre.

- Seguro que a mis hermanos les han dado reinos mayores; sin duda mi padre quiere probar si puedo ser un gran rey -pensó el mediano. Y desde aquel momento inició con sus aldeanos la construcción del mayor de los palacios. Y tras cinco años de duro trabajo, un magnífico palacio presidía la pequeña aldea. Satisfecho, el joven príncipe viajó junto a su padre en compañía de sus fieles aldeanos.

- Seguro que a mis hermanos les han dado reinos mayores, así que la gente de esta aldea debe de ser importante para mi padre -pensó el pequeño. Y resolvió cuidar de ellos y preocuparse por que nada les faltara. Durante sus cinco años de reinado, la aldea no cambió mucho; era un lugar humilde y alegre, con pequeñas mejoras aquí y allá, aunque sus aldeanos parecían muy satisfechos por la labor del príncipe, y lo acompañaron gustosos junto al rey.

Los tres hermanos fueron recibidos con alegría por el pueblo, con todo preparado para la gran fiesta de coronación. Pero cuando llegaron ante su padre y cada uno quiso contar las hazañas que debían hacerle merecedor del trono, el rey no los dejó hablar. En su lugar, pidió a los aldeanos que contaran cómo habían sido sus vidas.

Así, los súbditos del hijo mayor mostraron las cicatrices ganadas en sus batallas, y narraron todo el esfuerzo y sufrimiento que les había supuesto extender su reino. El hermano mayor sería un rey temible, fuerte y poderoso, y se sentían orgullosos de él.

Los súbditos del mediano contaron cómo, bajo el liderazgo del príncipe, habían trabajado por la mañana en el campo y por la tarde en la obra para construir tan magnífico palacio. Sin duda sería un gran rey capaz de los mayores logros, y se sentían orgullosos de él.

Finalmente, los súbditos del pequeño, medio avergonzados, contaron lo felices que habían sido junto a aquel rey humilde y práctico, que había mejorado sus vidas en tantas pequeñas cosas. Como probablemente no era el gran rey que todos esperaban, y ellos le tenían gran afecto, pidieron al rey que al menos siguiera gobernando su villa.

Acabadas las narraciones, todos se preguntaban lo mismo que el rey: ¿cuál de los príncipes estaría mejor preparado para ejercer tanto poder? Indeciso, y antes de tomar una decisión, el rey llamó uno por uno a todos sus súbditos y les hizo una sola pregunta:

- Si hubieras tenido que vivir estos cinco años en una de esas tres villas, ¿cuál hubieras elegido?

Todos, absolutamente todos, prefirieron la vida tranquila y feliz de la tercera villa, por muy impresionados que estuvieran por las hazañas de los dos hermanos mayores.

Y así, el más pequeño de los príncipes fue coronado aquel día como el más grande de los reyes, pues la grandeza de los gobernantes se mide por el afecto de sus pueblos, y no por el tamaño de sus castillos y riquezas.

La Historia de la Semana

miércoles, 27 de marzo de 2013

Give a Little Love

Seguramente muchas veces nos hemos preguntado, ante los problemas del mundo y ante nuestra falta de recursos: pero yo, ¿qué puedo hacer realmente por los demás?


El video que comparto esta semana nos recuerda que hay infinidad de cosas sencillas a nuestro alrededor que uno puede hacer por los demás, sin esperar a otro momento. Y éste puede ser el factor desencadenante de una convivencia social más justa y humana, a la que aspiran todas las personas de buena voluntad.

El tema musical que sirve de fondo se titula Give a Little Love, Da un poco de amor, y es original del grupo inglés Noah & the Wale, que comenzó su andadura en el año 2006.

En estos días de Semana Santa es magnífico recordatorio de que las cosas grandes comienzan por las sencillas, y de que para estar dispuestos a dar la vida por los demás hay que entregarla poco a poco en las cosas pequeñas.

¡Espero que os guste!




Letra en español:
Tema: Da un poco de amor
Autor: Noah and the Wale

Bueno, sé que mi muerte no vendrá
hasta que no eche todo el aire fuera de mis pulmones,
hasta que mi melodía final sea cantada.
Todo es fugaz,
sí, pero todo es bueno
y mi amor es todo mi ser
y he compartido lo que podía.

Pero si das un poco de amor,
puedes recibir un poco de tu propio amor. 
No rompas su corazón.
Si das un poco de amor,
puedes recibir un poco de tu propio amor. 
No rompas su corazón.

Bueno, mi corazón es más grande que la tierra
y aunque lo primero que dio el amor fue la vida,
la vida no es lo único que vale la pena;
porque la vida es fugaz, sí,
pero te amo,
y mi amor te rodea como éter
en cada cosa que haces.

Pero si das un poco de amor,
puedes recibir un poco de tu propio amor. 
No rompas su corazón. (4)

Bien, si eres (lo que amas)
y si haces (lo que amas)
seré siempre el sol y la luna para ti
y si compartes (con tu corazón)
y si das (con tu corazón)
lo que compartas con el mundo 
es lo que mantendrás de ti.

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Letra en inglés:
Tema: Give a little love
Autor: Noah and the Wale

Well, I know my death will not come
Till I breathe all the air out my lungs
Till my final tune is sung
That all is fleeting, yeah, but all is good
And my love is my whole being
And I've shared what I could

But if you give a little love
You can get a little love of your own
Don't break his heart
Yeah, if you give a little love
You can get a little love of your own
Don't break his heart

Well, my heart is bigger than the earth
And though life is what gave it love first
Life is not all that it's worth
'Cause life is fleeting, yeah, but I love you
And my love surrounds you like an ether
In everything that you do

But if you give a little love
You can get a little love of your own
Don't break his heart
Yeah, if you give a little love
You can get a little love of your own
Don't break his heart

Yeah, if you give a little love
You can get a little love of your own
Don't break his heart
Yeah, if you give a little love
You can get a little love of your own
Don't break his heart

Well, if you are
(What you love)
And you do
(What you love)
I will always be the sun and moon to you

And if you share
(With your heart)
Yeah, you give
(With your heart)
What you share with the world is what it keeps of you

La Historia de la Semana

miércoles, 17 de octubre de 2012

El buen Rey

La historia de esta semana trata sobre un tema clásico pero muy interesante en nuestros días: ¿cómo elegir un buen dirigente?

Todos podemos aportar ideas de cómo nos gustaría que fuera este buen dirigente, pero seguramente coincidiremos en dos cosas: que sea honesto en su actuar y que haga el bien siempre que pueda.

En este contexto se desarrolla este cuento, donde se pueden añadir otros aspectos importantes: no mirar el propio interés, no tener acepción de personas, estar atento al necesitado,... 

Pero el resto lo podéis leer a continuación en esta historia titulada El buen Rey. ¡Espero que os guste!

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El buen Rey

Érase una vez que había un Rey muy piadoso y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Y estos requisitos se resumían en dos: amar a Dios y amar a su prójimo.

En una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan largo viaje.

Su abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. 

Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre pidiendo limosna. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...” El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del pobre. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.

Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!” Sin pensarlo dos veces, le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las provisiones.

Entonces, en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin de provisiones para el regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un grande y lujoso salón donde estaba el Rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey.

Atónito dijo: -“¡Usted... usted! ¡Usted es el pobre que estaba a la vera del camino!”

En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: -“¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!” 

El Soberano sonriendo dijo: -“Sí, yo era ese pobre, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”.

El joven tartamudeó: -“Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?” 

El monarca contestó: “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón. Como pobre, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. 

¡Así que tú serás mi heredero! -sentenció el Rey- ¡Tú heredarás mi reino!”.


La Historia de la Semana

martes, 11 de octubre de 2011

El Sol y el Viento

Uno de los aspectos que ha cambiado mucho en el comportamiento del público en general y de los niños en particular son las expresiones de violencia gratuita, tanto física como verbal, a la hora de expresarse. Rápidamente se recurre a los gritos y a los insultos para imponer el criterio propio sobre lo que se esté tratando.

Los que llevamos muchos años haciendo campamentos y actividades con niños y adolescentes observamos cómo cada vez se recurre más a estas manifestaciones, que no dejan de ser una falta de educación, y que lo hacen como reflejo de lo que ven a su alrededor cada día.

En la historia de este semana quería recordar que la sonrisa, el buen humor, la amabilidad o la cortesía, aunque no estén de moda, a la larga logran mucho más de las personas que la agresividad, la imposición, la violencia o la burla.

Y este breve cuento lo refleja magnifícamente. 
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El Sol y el Viento

El Sol y el Viento discutían sobre cuál de dos era más fuerte. La discusión fue larga, porque ninguno de los dos quería ceder. 

Viendo que por el camino avanzaba un hombre, acordaron en probar sus fuerzas utilizándolas contra él. 

- Vas a ver, dijo el Viento, como con sólo echarme sobre ese hombre, desgarro sus vestiduras. 

Y comenzó a soplar cuanto podía. Pero cuanto más esfuerzos hacía, el hombre más oprimía su capa, gritando contra el viento, y seguía caminando. 
El viento, encolerizado, descargó lluvia y nieve, pero el hombre no se detuvo, sino que se aferraba más a su capa. 

Comprendió al fin el Viento que no era posible arrancarle la capa.
Sonrió el Sol, y mostrándose entre dos nubes recalentó la tierra y el pobre hombre, que se regocijaba con aquel dulce calor, se quitó la capa y se la puso sobre el hombro. 

-Ya ves, le dijo el Sol al Viento, como con la bondad se consigue más que con la violencia. 


La Historia de la Semana