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domingo, 10 de diciembre de 2017

El avaro


Vivimos en un entorno social en el que predomina el aparentar y el tener, olvidando muchas veces los valores importantes y esenciales que nos hacen ser más personas.

Y el dinero es uno de los aspectos que mueven a la gente a hacer lo que sea por conseguirlo. De ahí la corrupción que vemos en la sociedad, donde lo que importa es acaparar sin reparar en el daño que se puede hacer.


Comparto esta semana un cuento de Anthony de Mello que en clave de humor ilustra sobre las personas que se dejan llevar por la codicia y avaricia, resaltando la inutilidad de su actitud.

Se titula El avaro, y aquí va a continuación.

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El avaro

Un avaro enterró su oro al pie de un árbol que se alzaba en su jardín. Todas las semanas lo desenterraba y lo contemplaba durante horas. Pero, un buen día, llegó un ladrón, desenterró el oro y se lo llevó. Cuando el avaro fue a contemplar su tesoro, todo lo que encontró fue un agujero vacío.


El hombre comenzó a dar alaridos de dolor, al punto que sus vecinos acudieron corriendo a averiguar lo que ocurría. Y, cuando lo averiguaron, uno de ellos preguntó:

- “¿Empleaba usted su oro en algo?”

- “No”, respondió el avaro. “Lo único que hacía era contemplarlo todas las semanas”.

- “Bueno, entonces”, dijo el vecino, “por el mismo precio puede usted seguir viniendo todas las semanas y contemplar el agujero”.


La Historia de la Semana

jueves, 17 de marzo de 2011

El rey Midas

Es ya generalmente admitido que una de las causas de la actual crisis económica es la ausencia de valores de referencia que sustenten el actuar cotidiano.

En particular hay un dato bien triste: casi todo se mide en términos de dinero, moviéndose por lo que siempre se ha denominado la codicia humana.

La historia de esta semana está tomada de la mitología griega y es sobradamente conocida, pero merece la pena recordarla. Es la vieja historia de El rey Midas, que todo lo que tocaba se convertía en oro.

Supone un buen recordatorio en estos tiempos de que la templanza es una buena aliada, de que la austeridad es deseable, de que no hay que convertirse en esclavo del deseo de atesorar bienes materiales, cuando hay aspectos mucho más importantes que procuran una felicidad más duradera.

¡Espero que os guste!!

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El rey Midas

Midas era un rey que tenía más oro que nadie en el mundo, pero nunca le parecía suficiente. Siempre ansiaba tener más. Pasaba las horas contemplando sus tesoros, y los recontaba una y otra vez. 

Un día se le apareció un personaje desconocido, de reluciente atuendo blanco. Midas se sobresaltó, pero enseguida comenzaron a hablar, y el rey le confió que nunca estaba satisfecho con lo que tenía y que pensaba constantemente en cómo obtener más aún. 

-"Ojalá todo lo que tocara se transformase en oro", concluyó. 
-"¿De veras quieres eso, rey Midas?" 
-"Por supuesto." 
-"Entonces, se cumplirá tu deseo", dijo el geniecillo antes de desaparecer.
 
El don le fue concedido, pero las cosas no salieron como el viejo monarca había soñado. Todo lo que tocaba se convertía en oro, ¡incluso la comida y bebida que intentaba llevarse a la boca! Asustado, tomó en brazos a su hija pequeña, y al momento se transformó en una estatua dorada. Sus criados huían de él para no correr la misma suerte. 

Viéndose así, convertido en el hombre más rico del mundo y, al tiempo, en el más desgraciado y pobre de todos, consumido por el hambre y la sed, condenado a morir amargamente, comprendió su necedad y rompió a llorar. 

-"¿Eres feliz, rey Midas?", se oyó una voz. 
Al volverse, vio de nuevo al geniecillo y Midas repuso: 
-"¡Soy el hombre más desgraciado del mundo!". 
-"Pero si tienes lo que más querías", replicó el genio. 
-"Sí, pero he perdido lo que en realidad tenía más valor." 

El genio se apiadó del pobre monarca y le mandó sumergirse en las aguas de un río, para purificarse de su maleficio. Así lo hizo durante un buen rato, aunque salió con bastante miedo. ¿Funcionaría? Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y frescas. ¡Midas era libre!

Cuentan las crónicas que desde entonces el rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y allí murió tranquilo como el campesino más humilde y feliz.


La Historia de la Semana