Es ya generalmente admitido que una de las causas de la actual crisis económica es la ausencia de valores de referencia que sustenten el actuar cotidiano.
En particular hay un dato bien triste: casi todo se mide en términos de dinero, moviéndose por lo que siempre se ha denominado la codicia humana.
La historia de esta semana está tomada de la mitología griega y es sobradamente conocida, pero merece la pena recordarla. Es la vieja historia de El rey Midas, que todo lo que tocaba se convertía en oro.
Supone un buen recordatorio en estos tiempos de que la templanza es una buena aliada, de que la austeridad es deseable, de que no hay que convertirse en esclavo del deseo de atesorar bienes materiales, cuando hay aspectos mucho más importantes que procuran una felicidad más duradera.
¡Espero que os guste!!
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El rey Midas
Midas era un rey que tenía más oro que nadie en el mundo, pero nunca le parecía suficiente. Siempre ansiaba tener más. Pasaba las horas contemplando sus tesoros, y los recontaba una y otra vez.
Un día se le apareció un personaje desconocido, de reluciente atuendo blanco. Midas se sobresaltó, pero enseguida comenzaron a hablar, y el rey le confió que nunca estaba satisfecho con lo que tenía y que pensaba constantemente en cómo obtener más aún.
-"Ojalá todo lo que tocara se transformase en oro", concluyó.
-"¿De veras quieres eso, rey Midas?"
-"Por supuesto."
-"Entonces, se cumplirá tu deseo", dijo el geniecillo antes de desaparecer.
El don le fue concedido, pero las cosas no salieron como el viejo monarca había soñado. Todo lo que tocaba se convertía en oro, ¡incluso la comida y bebida que intentaba llevarse a la boca! Asustado, tomó en brazos a su hija pequeña, y al momento se transformó en una estatua dorada. Sus criados huían de él para no correr la misma suerte.
Viéndose así, convertido en el hombre más rico del mundo y, al tiempo, en el más desgraciado y pobre de todos, consumido por el hambre y la sed, condenado a morir amargamente, comprendió su necedad y rompió a llorar.
-"¿Eres feliz, rey Midas?", se oyó una voz.
Al volverse, vio de nuevo al geniecillo y Midas repuso:
-"¡Soy el hombre más desgraciado del mundo!".
-"Pero si tienes lo que más querías", replicó el genio.
-"Sí, pero he perdido lo que en realidad tenía más valor."
El genio se apiadó del pobre monarca y le mandó sumergirse en las aguas de un río, para purificarse de su maleficio. Así lo hizo durante un buen rato, aunque salió con bastante miedo. ¿Funcionaría? Las ramas del árbol que tocó adrede, siguieron verdes y frescas. ¡Midas era libre!
Cuentan las crónicas que desde entonces el rey vivió en una choza que él mismo construyó en el bosque. Y allí murió tranquilo como el campesino más humilde y feliz.
La Historia de la Semana