Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dios. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de febrero de 2019

La peregrinación

Las peregrinaciones son manifestaciones culturales y religiosas muy arraigadas en la sociedad. De una forma u otra se desea y se busca una experiencia de la divinidad. 

Seguro que casi todo el mundo hemos hecho alguna. Pero, ¿qué peregrinación es más importante: la física o la espiritual?

Donde se encuentra Dios y la plena realidad de uno mismo es en el interior de cada uno, y ahí está la mejor peregrinación que podemos hacer: a lo más íntimo de nuestro corazón.

La historia de esta semana, titulada La peregrinación, nos recuerda de forma sencilla esta gran verdad.
============
La peregrinación

Sari era un buen hombre con aspiraciones espirituales sinceras y se había propuesto llevar a cabo una larga peregrinación a Benarés para bañarse en el Ganges. Antes de partir, se encontró con un maestro que le preguntó:


-¿Para qué quieres ir allí?

-Para ponerme en contacto con Dios -repuso.

El maestro le ordenó:

-Dame ahora mismo todo el dinero que llevas para el viaje.

Sari le entregó el dinero, el maestro se lo guardó en el bolsillo, y dijo:

-Sé que habrías acudido a Benarés y te hubieras lavado en el Ganges. Pues bien, en lugar de eso, lávate con el agua que llevo en mi cantimplora.

Sari tomó el agua y se lavó la cara y las orejas. El maestro, satisfecho, declaró a continuación:

-Ahora ya has conseguido lo que te proponías. Ya puedes regresar a tu casa con el alma serena, aunque antes quiero decirte algo más. Desde que fue construido Benarés, Dios no ha morado allí ni un solo minuto. Pero desde que fue creado el corazón del hombre, Dios no ha dejado de habitar en él ni un solo instante. Ve a tu casa y medita. Y, siempre que lo necesites, viaja a tu propio corazón. 


La Historia de la Semana

sábado, 29 de diciembre de 2018

Mecánico del alma

Uno de los aspectos de la vida social actual es que la mayoría de las personas se creen -nos creemos- autosuficientes: bastan las fuerzas propias para resolver todo tipo de situaciones.

No nos damos cuenta de que hay momentos que escapan a nuestras posibilidades, y que hay otras personas que nos pueden ser de gran ayuda si humildemente reconocemos nuestras lagunas y limitaciones.


Y si pasamos al campo de los valores espirituales esto es más notorio aún. Cuando estamos inmersos en temas no materiales nos olvidamos de la presencia de Dios, que aporta esperanza y consuelo además de la fuerza para sobrellevar las situaciones.

La historia de esta semana, titulada Mecánico del alma, es muy ilustrativa en este sentido, tomando como pretexto la figura del arreglo del coche de cada uno, pues ¿quién conoce lo creado mejor que su creador?


===========
Mecánico del alma

Una vez iba un hombre en su auto por una larga y muy solitaria carretera cuando de pronto su auto comenzó a detenerse hasta quedar estático. El hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que tenía.

Pensaba que pronto podría encontrar el desperfecto que tenía su auto pues hacía muchos años que lo conducía; sin embargo, después de mucho rato se dio cuenta de que no encontraba el fallo del motor.

En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un señor a ofrecerle ayuda.

El dueño del primer auto dijo:

-Mira este es mi auto de toda la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que tú sin ser el dueño puedas o sepas hacer algo.

El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:

-Está bien, haz el intento, pero no creo que puedas, pues este es mi auto.

El segundo hombre echó manos a la obra y en pocos minutos encontró el daño que tenía el auto y lo pudo arrancar.

El primer hombre quedó atónito y preguntó:

-¿Cómo pudiste arreglar el fallo si es MI auto?

El segundo hombre contestó:

-Verás, mi nombre es Felix Wankel... Y yo inventé el motor rotativo que usa tu auto...


La Historia de la Semana

sábado, 10 de marzo de 2018

¿Buena suerte o mala suerte?

¿Qué es la buena suerte? Seguramente casi todos pensamos que tener buena suerte es recibir algo que nos favorece y además de forma inesperada; y mala suerte cuando es perjudicial.
Es difícil ver en las cosas cotidianas la repercusión que nuestras acciones tienen para el futuro, y por tanto decidir si son buenas o malas. Una buena estrategia en las actitudes es aprender a aceptar las situaciones con confianza y sencillez, sabiendo que Dios quiere siempre lo mejor para cada uno de nosotros.

La historia de esta semana es muy ilustrativa de cómo lo que parece malo a primera vista, no lo es más adelante; y al revés, aquello que parece una cosa buena, con el paso del tiempo resulta negativa. Por eso hay que acoger las circunstancias de la vida con ilusión y ánimo para hacer siempre lo mejor, y aceptarlas con serenidad.

================
¿Buena suerte o mala suerte?


Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:

-Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!


El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:

-No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!


El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:

-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.
El hombre, otra vez lo miró y dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.

Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió diciendo:

-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!

Otra vez el hombre lo miró diciendo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Dios lo sabe.


La Historia de la Semana

domingo, 8 de octubre de 2017

La carta

Uno de los valores más necesarios hoy día es la generosidad con los demás.

En estos momentos sociales prima el egoísmo de ir cada cual a su interés y me ha parecido oportuno e interesante compartir este relato titulado La carta.


Para mí responde a dos preguntas que a veces nos hacemos: ¿cuándo tengo que ser generoso y compartir con los demás?, ¿dónde está Dios en esos momentos?

Ambas cuestiones encuentran su respuesta en esta historia y, como podemos imaginar, es bien sencilla: hay que ejercer la generosidad siempre que sea necesario para el otro, en el que se encarna Dios en ese momento. La protagonista lo hace y descubre que hacer el bien es lo prioritario.

Aquí va a continuación La carta.
==========
La carta

Ruth miró en su buzón del correo, pero sólo había una car­ta. La tomó y la miró antes de abrirla, pero luego la miró con más cuidado.

No había sello ni marcas del correo, solamente su nombre y dirección. Leyó la carta: 


 Querida Ruth:

Estaré en tu vecindario el sábado en la tarde y pasaré a visitarte.

Con amor, Jesús
.

Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa. "¿Por qué querría venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle..."

Pensando en eso, Ruth recordó el vacío reinante en los es­tantes de su cocina.


"¡Ay no! ¡No tengo nada para ofrecerle! Tendré que ir al mer­cado y conseguir algo para la cena". Buscó la cartera y vació el contenido sobre la mesa: cin­co dólares y cuarenta centavos.

"Bueno, compraré algo de pan y alguna otra cosa, al menos." Se puso un abrigo encima y se apresuró a salir.

Una hogaza de pan francés, media libra de pavo y un cartón de leche... y Ruth se quedó con solamente doce centavos que le deberían durar hasta el lunes. Aun así se sintió bien. Caminó a casa con sus humildes ingredientes bajo el brazo. 


"Oiga, señora, ¿nos puede ayudar?"

Ruth estaba tan absorta pen­sando en la cena que no vio las dos figuras que estaban de pie en el pasillo.

Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco más que harapos.

"Mire, señora, no tengo em­pleo, usted sabe, y mi mujer y yo hemos estado viviendo allí afuera en la calle y, bueno, está haciendo frío y nos está dando hambre y, bueno, si usted nos puede ayudar, estaremos muy agradecidos..."

Ruth los miró con más cuidado. Estaban sucios y tenían mal olor y, francamente, ella estaba segura de que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran.


"Señor, quisiera ayudar, pero yo misma soy una mujer pobre. Todo lo que tengo son unas rebanadas de pan, pero tengo un huésped importante para esta noche y planeaba servirle eso a El."

"Sí, bueno, sí señora, entiendo. Gracias de todos modos".

El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de la mujer y se dirigieron a la salida.

A medida que los ve saliendo, Ruth sintió un latido familiar en su corazón. "¡Señor, espere!"


La pareja se detuvo y volteó a medida que Ruth corría hacia ellos y los alcanzaba en la calle.

"Mire: ¿por qué no toma esta comida? algo se me ocurrirá para servir a mi invitado...", y extendió la mano con la bolsa de víveres.

"¡Gracias, señora, muchas gracias!"

"¡Sí, gracias!", dijo la mujer, y Ruth pudo notar que estaba temblando de frió. "¿Sabe? ten­go otro abrigo en casa, tome éste", Ruth desabotonó su abri­go y lo deslizó sobre los hombros de la mujer.

Y sonriendo, volteó y regre­só camino a casa... sin su abrigo y sin nada que servir a su invita­do.

"¡Gracias, señora, muchas gracias!"

Ruth estaba tiritando cuando llegó a la entrada.


Ahora no tenía nada para ofrecerle al Señor. Buscó rápi­damente la llave en la cartera. Mientras lo hacía, notó que había otra carta en el buzón.  
"Que raro, el cartero no viene dos veces en un día."  


Tomó el sobre y lo abrió:

Querida Ruth:

Qué bueno fue volverte a ver. Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo.

Con amor, ...Jesús.

 
El aire todavía estaba frío, pero aún sin su abrigo, Ruth no lo notó.



La Historia de la Semana

sábado, 11 de febrero de 2017

No me responde...

A veces nos asalta una pregunta que nos interpela profundamente y nos deja meditativos: ¿realmente Dios escucha mi oración?

Hay momentos de la vida interior que no sabemos responder a esta pregunta y nos deja sumidos en una purificación espiritual. Pero al final caemos en la cuenta de que  Dios, como buen Padre que es, no se aleja de nosotros sino que está siempre presente a nuestro lado, aunque no seamos capaces de apreciarlo.

La historia de la esta semana, titulada No me responde..., nos adentra en este misterio de la mano de un joven monje...
===============

No me responde...

Un joven monje muy cumplidor de sus obligaciones dedicaba todos los días un rato a la oración. Entraba en la iglesia con gran devoción, hacía la genuflexión, se sentaba en un banco, miraba al crucifijo del altar mayor y se quedaba ensimismado. 

Así un día tras otro. Pero el joven monje no se sentía satisfecho. Se decía a sí mismo que Dios lo había abandonado, ya que no respondía a su petición de hacer de él un hombre santo.

Entristecido por el silencio de Dios, el joven monje decidió acudir al maestro y contarle su preocupación. 

El maestro miró con ternura al joven y, después de una larga conversación, le aconsejó que siguiera haciendo oración.

Con el paso del tiempo, el joven monje descubrió una gran verdad: 


Dios sí respondía; era él quien no escuchaba: tan lleno estaba su corazón de cosas y de ruidos su alma.


La Historia de la Semana

domingo, 29 de mayo de 2016

La pradera nevada

La búsqueda de la trascendencia es una constante en el ser humano desde todos los tiempos. Es la respuesta natural al ansia de ser + que llevamos dentro de nuestro corazón y que no se sacia con cualquier cosa.

Es una búsqueda que toma muchas formas, unas más afortunadas que otras. Hay quien lo identifica con la felicidad, con el bienestar, con Dios, con lo esotérico,...



El cuento que comparto esta semana, que lleva por título La pradera nevada, incide en este camino de búsqueda de Dios en el que se han embarcado muchas personas tratanto de localizar esas huellas que nos llevan a Dios y que a veces son escurridizas como la arena que se escapa entre los dedos.

El protagonista de este cuento recorre el mundo y la vida para encontrar a Dios, sin escatimar esfuerzos, hasta que encuentra la persona idónea que le indica donde encontrarlo aunque para ello tiene que convertirse en una pradera nevada... 

Pero el final, ¡mejor leerlo directamente! Aquí va a continuación.

============

La pradera nevada

Un hombre quiso encontrar las huellas de Dios. Estaba convencido de que si llegaba a encontrarlas sería feliz.

Siendo joven se puso en camino. Cargó en su mochila un sinfín de proyectos, tuvo como lema el entusiasmo, su cruz del sur, y comenzó con ilusión.

Miraba siempre adelante,no perdía detalle de cuanto pasaba a su alrededor. Así recorrió aldeas, pueblos, ciudades y países, vadeó ríos, escaló montañas, y sediento y desfallecido atravesó desiertos.

Sin embargo no encontraba las huellas de Dios. Se convirtió en hombre maduro, desarrolló sus conocimientos, la capacidad de reflexión. Siguió caminando, observando, preguntando a los animales, las flores, a los pájaros y a los hombres por las huellas de Dios. Las respuestas que recibía no le satisfacían.

-No, no puede ser, tengo que seguir, seguiré buscando, lo haré con más tesón; algún día descubriré las huellas de Dios.

Ya anciano y desconsolado, una noche se perdió. Lo encontró un anacoreta, un siervo de Dios. Después que hubieron cenado una frugal colación, el anciano preguntó al caminante:

-¿Qué te trae por estas tierras, qué buscas?

Respondió el caminante:

-Busco las huellas de Dios. Esa es la meta de mi vida., por eso me hice caminante. Si las encontrara las seguiría: no inmporta adónde me llevasen. 

El anacoreta se quedó pensativo; después dijo al caminante:

-Si fueses una pradera nevada, descubrirías las huellas de Dios.

-No te entiendo anacoreta, he buscado tanto…

-Si estuvieses en silencio como una pradera nevada, comprenderías que el soplo del aire es la voz de Dios que te habla. 

Si fueses una pradera nevada descubrirías que las huellas que te marcan son los signos del amor de Dios las gracias que de continuo te manda. 

Si fueses pradera nevada te darías cuentas de que el perdón de Dios te transforma en agua de alegría y de esperanza. 

Si fueses pradera nevada habrías comprendido que las flores, los pájaros, los animales y el hombre te habrían dado una repuesta acertada: la naturaleza entera es una huella de Dios.


El caminante interrumpió al anacoreta:

-¿Como puedo ser una pradera nevada?

El anacoreta miró al caminante y sonrió, después añadió: 


-Teniendo pureza, humildad y sencillez de corazón. Mira hacia tu interior: Dios habita en ti mismo, tú eres su huella mejor.

El caminante comprendió entonces que había buscado espejismos seducido por su apariencia exterior, cuando ya lo tenía dentro de sí.


La Historia de la Semana

domingo, 21 de junio de 2015

El Cristo de la ermita

Normalmente, frente a las situaciones de la vida siempre solemos pensar en soluciones que nos parecen inmejorables a cada uno. ¡Casi todos somos capaces de arreglar el mundo, la política, la sociedad,...!

Pero ¿son las mejores soluciones?, ¿son las únicas posibles?, ¿disponemos de todos los datos para tomar una decisión correcta?,...


Lo que nos aparece como única opción, tomada con la mejor de las intenciones, a veces se revela posteriormente falta de sentido o inapropiada, pues es muy fácil dejarse llevar por prejuicios y estereotipos a la hora de tomar decisiones cuando no se tienen todos los datos a mano y no se mira con objetividad.

La historia que comparto esta semana, titulada El Cristo de la ermita, me ha recordado que la persona no es 'la medida de todas las cosas', como predicaba Protágoras, sino que estamos sujetos a multitud de factores que nos condicionan en nuestro actuar.

Y por eso es tan importante confiar en la providencia divina, seguros de que será lo mejor para cada uno de nosotros, aunque no lo entendamos. ¡Espero que os guste y que os sirva!

=============
El Cristo de la ermita

Cuenta una antigua leyenda que había un hombre llamado Haakon al cuidado de una vieja ermita. En ella se veneraba un crucifijo con mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre bien significativo de: "Cristo de los Favores".

Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo.

Un día el ermitaño Haakon también quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo: 


- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la Cruz.

Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta.


El Crucificado abrió sus la­bios y habló. Sus palabras ca­yeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: 

- Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición. 

- ¿Cual, Señor?, -preguntó con acento suplicante Haakon. ¿Es una condición difícil? ¡Es­toy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!

- Sólo escucha. Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio siempre. 

- ¡Os lo prometo, Señor!, contestó Haakon.
 
Y se efectuó el cambio. Na­die advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon, y éste por largo tiem­po cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Los devotos seguían desfilando pidiendo favores.

Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el mucha­cho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: 


- ¡Dame la bolsa que me has robado!

- ¡No he robado ninguna bolsa!, -replicó e
l joven sorprendido.

- ¡No mientas, devuélvemela en­seguida!

- ¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa!, -afirmó el mucha­cho. Pero el rico arremetió furioso contra él.

Sonó entonces una voz fuer­te: 


- ¡Detente! 

El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven e increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para empren­der su viaje.

Cuando la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió a su sier­vo y le dijo:

- Baja de la Cruz, no sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.

- Pero Señor, dijo Haakon, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Je­sús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño quedó ante el Crucifi­jo. El Señor, clavado, siguió ha­blando:

- Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa pues llevaba en ella el precio de la vir­ginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpea­do, sus heridas le hubiesen im­pedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. 


Por eso guardo silencio...



La Historia de la Semana

sábado, 17 de mayo de 2014

El maestro y el pájaro enjaulado

En nuestros días, uno de los valores más considerados y defendidos es el de la libertad. Se suele invocar en todos los ámbitos.

Parece que ya han quedado desfasados otros valores clásicos como la generosidad, el honor, la humildad, la honestidad, el heroísmo,... La libertad sigue estando en primera línea.

Este tema ya ha salido en varias ocasiones en el blog (se puede ver aquí), incidiendo en alguna de sus características. 

La historia de esta semana, titulada El maestro y el pájaro enjaulado, explica de donde viene la libertad que disfrutamos: es un reflejo del amor de Dios a los hombres. ¡Espero que os guste!


====================
​El maestro y el pájaro enjaulado 


Paseaban el maestro y su discípulo por la ciudad y se detuvieron ante una tienda cuyo escaparate estaba repleto de jaulas con pájaros multicolores.

 Tras contemplar unos instantes las aves el maestro preguntó:

- ¿Quién ama más a los pájaros: el que los tiene en una jaula, los cuida, les da de comer, impide que le ocurra ningún mal, o el que los deja en libertad?

El discípulo respondió sin titubear:

- El que los deja en libertad...


Sonrió el maestro y dijo:

- Pero en libertad se han de buscar el alimento y están expuestos a mil y un peligros...

- -apuntó el discípulo- Pero así son ellos mismos. Existen para ser libres...


Guardó silencio el maestro y luego añadió:

- Lo mismo a hecho Dios con nosotros. Podía tenernos controlados. Procurar que no nos falte nada. Librarnos de todos los peligros. Impedir que sufriéramos... 


Pero nos ha hecho libres. Hemos de espabilarnos para vivir. Estamos expuestos al sufrimientos y somos capaces de hacer el mal. Y no aceptamos que eso lo ha hecho precisamente porque nos ama... Somos raros los hombres...

Y siguieron paseando por la ciudad...



miércoles, 16 de abril de 2014

Peticiones desoídas

Semana Santa es tiempo de meditación y de reposo para poder pensar en temas importantes, especialmente los relativos a los misterios que se celebran estos días.

Y dentro de ellos, la relación personal con Dios ocupa un lugar destacado. ¿Quién no ha recurrido a El en momentos difíciles de la vida?

Me ha parecido oportuno compartir esta semana este poema de García Monje, titulado Peticiones desoídas, en el que pone de manifiesto la relación entre nuestras peticiones a Dios y la respuesta que nos da, que siempre tiene en cuenta el hacernos conscientes de nuestra propia realidad y nuestro papel dentro de la convivencia con los demás.

Por ejemplo, le pedimos sentir el amor de los demás, cuando tenemos la capacidad para dar nuestro amor al necesitado... 

================
Peticiones desoídas


Yo había pedido a Dios poder para ser amado,
y me he encontrado con el amor para no necesitar ser poderoso.
Yo le había pedido la salud para hacer grandes cosas,
y me he encontrado con la enfermedad para hacerme grande.

Yo le había pedido la riqueza para ser feliz,
y me he encontrado con la felicidad para vivir la pobreza.



Yo le había pedido leyes para dominar a otros,
y me he encontrado libertad para liberarlos.

Yo le había pedido admiradores para estar rodeado de gente,
y me he encontrado amigos para no estar solo.

Yo le había pedido ideas para convencer,
y me he encontrado respeto para convivir.


Yo le había pedido dinero para comprar cosas,
y me he encontrado personas para compartir mi dinero.

Yo le había pedido una religión para ganarme el cielo,
y Él sólo me ha dado su Hijo para acompañarme en la tierra.

Yo le había pedido de todo para gozar en la vida,
y Él me ha dado la vida para que goce de todo.

Yo le había pedido ser un dios,
y Él eligió ser humano como yo.