Decía un antiguo poeta que las palabras tienen vida.
Efectivamente, y en ocasiones sin darnos cuenta, con las palabras somos capaces de bendecir o de maldecir, de animar o de abatir, de empujar al éxito o al fracaso, de manifestar amor o expresar odio, de perdonar o de condenar,...
Por eso es un buen ejercicio interior preguntarnos por la 'vida de nuestras palabras' cuando me dirijo a los demás: ¿qué uso hago de mi palabra?
Y si completamos el cuadro con el dicho de que 'la boca habla lo que llevamos en el corazón', tendremos una visión más completa: cuando albergo sentimientos de amor, servicio, generosidad, amistad,... mis palabras expresarán todo eso y darán realmente vida a los que están a mi lado.
Esto es lo que me ha recordado la breve historia de esta semana, que lleva por título El poder de la palabra.
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El poder de la palabra
Una palabra amable: puede suavizar las cosas.
Una palabra alegre: puede iluminar el día.
Una palabra de amor: puede curar y dar felicidad.
Una palabra irresponsable: puede crear discordias.
Una palabra cruel: puede arruinar una vida.
Una palabra de resentimiento: puede causar odio.
Una palabra brutal: puede herir o matar.
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