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jueves, 6 de septiembre de 2012

La cámara secreta

En la entrada anterior se hacía referencia a ese jardín secreto que tenemos en el alma y que sólo conocemos cada uno de nosotros. Y la historia de esta semana, titulada La cámara secreta, trata precisamente de esto.
 
¿Qué guardo en lo más íntimo de mi corazón, en mi jardín secreto? Es seguro que caben muchas cosas, y aunque piense que sólo son para mí, al final también los que están a mi alrededor las acaban percibiendo.

Por eso conviene desterrar del corazón todas las cosas negativas que reducen nuestra visión, como el rencor, la envidia, la avaricia,... y cultivar todo lo que nos engrandece como personas: el amor, la generosidad, la amistad,...

Y aunque provoque reacciones adversas en los demás, el ser fieles a estas convicciones íntimas nos hará plenamente felices y realmente alegres.

De todo esto trata este cuento, aunque estoy seguro que en vuestra cámara secreta encontraréis más tesoros aún para enriquecerlo.

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La cámara secreta

Al ser joven, apuesto, inteligente y bueno, Ayâz era el favorito del rey. Este último gustaba de su compañía, buscaba sus consejos y tenía una confianza absoluta en él. Para sellar su amistad, colmó a Ayâz de tantas mercedes que se encontró en posesión de una pequeña fortuna.

Evidentemente su posición no dejó de exacerbar el odio y los celos de los demás cortesanos que no soñaban sino con su caída y trataban por todos los medios de desacreditarle delante del rey. 

Como Ayâz se encerraba todos los días en una pequeña cámara, donde se quedaba un buen rato, los cortesanos pensaron haber encontrado, por fin, la prueba de su doblez. Se imaginaron que guardaba allí el fruto de sus rapiñas. Se apresuraron a informar de sus sospechas al rey y le suplicaron que desenmascarara al traidor visitando la cámara misteriosa.

Movido por esta camarilla llena de odio y convencido de la fidelidad de su favorito, el rey aceptó su petición a fin de acallar aquellas malas lenguas.

Ordenó que se echara abajo la puerta de la cámara y, seguido de sus cortesanos, penetró en la estancia. Cuál no sería su asombro al descubrir todo el mundo que la estancia se hallaba completamente vacía. En vez de encontrar en ella montones de riquezas resguardadas de la mirada de los curiosos, lo que vieron fue nada más que un viejo par de sandalias de cuero y un mísero traje hecho pedazos.

Intrigado, el rey hizo venir a Ayâz y le preguntó por qué guardaba tan celosamente aquellos viejos andrajos. Y éste le respondió con modestia:

-Fue vestido con estas ropas viejas como llegué a la corte y vengo a verlas todos los días, para acordarme de todas las bondades que me habéis dispensado desde entonces y no olvidar la humildad de mis inicios.

Alejandro Jodorowsky


La Historia de la Semana

lunes, 14 de mayo de 2012

24 'pequeñas' maneras de amar

En estos tiempos que corren, a muchas personas les parece muy difícil y complicado vivir con honestidad, ser personas decentes, tener grandes ideales, amar sin egoísmos, ...

No obstante, yo estoy convencido que hoy como ayer sigue siendo posible y un buen número de personas lo intentan cada día.

La historia de esta semana, titulada 24 'pequeñas' maneras de amar, es un sencillo texto que da pautas para caminar en esa dirección. Su autor, José Luis Martín Descalzo, fue un conocido periodista y sacerdote que, a partir de lo cotidiano, escribía unas crónicas muy directas y prácticas, recogidas en varios de volúmenes de títulos muy significativos: Razones para vivirRazones para el amor,... 

Es verdad que todo requiere un esfuerzo, pero estas sencillas maneras de amar están al alcance de cualquiera y nos hacen crecer en lo realmente importante: la vida llena de amor hacia los demás que sacia plenamente el corazón del ser humano.

Espero que os gusten y añadais vuestras 'pequeñas' y personales maneras de amar.

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24 'pequeñas' maneras de amar

1) Aprenderse los nombres de la gente que trabaja con nosotros o de los que nos cruzamos en el ascensor y tratarles luego por su nombre.


 2) Estudiar los gustos ajenos y tratar de complacerles.

3) Pensar, por principio, bien de todo el mundo.

4) Tener la manía de hacer el bien, sobre todo a los que no se la merecerían teóricamente.

5) Sonreír. Sonreír a todas horas. Con ganas o sin ellas.


6) Multiplicar el saludo, incluso a los semiconocidos.

7) Visitar a los enfermos, sobre todo si son crónicos.

8) Prestar libros aunque te pierdan alguno. Devolverlos tú.

 
9) Hacer favores. Y concederlos antes de que terminen de pedírtelos.


10) Olvidar ofensas. Y sonreír especialmente a los ofensores.

 11) Aguantar a los pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.

12) Tratar con antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.

13) Contestar, si te es posible, a todas las cartas.

14) Entretener a los niños chiquitines. No pensar que con ellos pierdes el tiempo.


15) Animar a los viejos. No engañarles como chiquillos, pero subrayar todo lo positivo que encuentres en ellos.

16) Recordar las fechas de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos.

17) Hacer regalos muy pequeños, que demuestren el cariño pero no crean obligación de ser compensados con otro regalo.

18) Acudir puntualmente a las citas, aunque tengas que esperar tú.


 19) Contarle a la gente cosas buenas que alguien ha dicho de ellos.

20) Dar buenas noticias.

21) No contradecir por sistema a todos los que hablan con nosotros.

22) Exponer nuestras razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.


23) Mandar con tono suave. No gritar nunca.

24) Corregir de modo que se note que te duele el hacerlo.

La lista podría ser interminable y los ejemplos similares infinitos. Y ya sé que son minucias. 

Pero con muchos millones de pequeñas minucias como éstas ¡¡¡el mundo se haría más habitable!!!

José Luis Martín Descalzo



La Historia de la Semana

jueves, 29 de septiembre de 2011

Change For A Dollar

¿Qué valor damos a las cosas pequeñas? Casi seguro que en numerosas ocasiones nos pasan completamente desapercibidas porque no nos parecen importantes.

Pero a veces los gestos sencillos adquieren gran trascendencia para otras personas.

El video de esta semana es un corto que ha ganado varios premios y me ha impresionado porque muestra de manera muy simple dos cosas: cuánto se puede hacer con muy poco, y cómo la generosidad de un buen corazón antepone los demás a uno mismo.

Se titula Change For A Dollar (de fácil traducción: cambio de un dólar), pero sugiere la pregunta: ¿cambio de monedas o cambio de vida? 

La respuesta la tiene cada uno...





La Historia de la Semana

viernes, 21 de mayo de 2010

A mi madre le decían loca

El pasado martes se cumplieron 26 años del fallecimiento de mi madre, a causa de una enfermedad poco común conocida como Síndrome de Goodpasture, que en un breve espacio de tiempo acabó con sus defensas y no se pudo hacer nada por curarla.

Yo me encontraba lejos del domicilio familiar y cuando pude llegar ya estaba inconsciente y en coma. Han pasado muchos años, pero me ha quedado en mi corazón una pena que todavía me duele: falleció sin que le pudiera decir con palabras cuanto la quería.

Los que han seguido este blog desde sus inicios saben que no soy amigo de dar consejos no solicitados, pero en esta ocasión quisiera hacer una excepción y compartir con todos los lectores un consejo que me viene de lo más íntimo de mi corazón: no tengais reparos en decir a vuestra madre o a vuestros seres queridos cuánto los queréis. Seguramente se extrañarán y os mirarán raro, o incluso preguntarán si estáis locos, pero no os importe: cuando tengais mi edad sonreiréis y podréis decir con orgullo: un día me dijeron loco.

Por eso he escogido para compartir esta semana la poesía A mi madre le decían loca del poeta peruano Max Dextre, que expresa muy bien este sentimiento.

Un gran abrazo para todos los amigos que se acercan al blog.

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A mi madre le decían loca

A mi madre le decían loca,
pero no era loca, era profesora.
Hablaba diferente.
Decía: "Los ojos sirven para escuchar".
Yo tenía diez años de edad.


Un niño no comprende el lenguaje vertical
y pensaba que quizá mi madre era loca.
Cierta vez me armé de valor y le pregunté:
¿Con qué miramos?
Mi madre me respondió:
"Con el corazón".

Cuando mi madre se levantaba de buen humor cantaba:
" Hoy me he puesto mi vestido de veinte años".
Yo sabía que no tenía veinte años y la miraba, nada más.
¿Qué puede hacer un niño, sino escuchar?
Si mi madre estaba triste decía estar vestida de niebla.
" Hoy tengo ochenta años" -dijo-, cuando desaprobé un curso.


Al fin pude terminar la educación primaria.
El día de la clausura llegó tarde.
Se disculpó diciendo: "Hijito, me demoré
porque estuve buscando mi vestido de Primera Comunión,
¿No ves mi vestido de Primera Comunión?".
Miré a mi madre
y no estaba vestida de Primera Comunión.

Después tuvo ese accidente fatal.
Me llamó a su lado, cogió fuerte mis manos y dijo:
"No tengas pena, la muerte no es para siempre" .
Pensé: mi madre no se da cuenta de lo que habla.
Si uno muere es para siempre.


Era niño y no entendía sus palabras.
Ahora tengo cincuenta años
y recién comprendo sus enseñanzas.

Sí, madre. Podemos tener 20 años
y al día siguiente ochenta.
Todo depende de nuestro estado de ánimo.
Los ojos sirven para escuchar
porque debemos mirar con atención a quien nos habla.


Para conocer la realidad esencial de una persona,
tenemos que mirarla con el corazón.
La muerte no es para siempre,
sólo muere lo que se olvida
y a mi madre la recuerdo porque la quiero.

Ahora -en sueños platicamos-
nos reímos de su método de enseñanza.
Aprendí a mirar con el corazón.
Una noche me dijo:
"He notado que te molestas
si tus amigos te dicen loco y eso no está bien.
Es natural que el hijo de una loca sea loco".

Entonces -por primera vez-
repliqué a mi madre y le dije: "Madre, te equivocas,

no siempre el hijo de una loca
tiene que ser loco; a veces es poeta".


Por eso puedo decir con orgullo:
"A mi madre le decían loca,
pero no era loca, era profesora.
Me enseñó a descubrir la vida después de la muerte". 


Max Dextre


sábado, 3 de octubre de 2009

Mi diario

La historia de esta semana va dedicada a mis amigos de Aragón, la región donde nací. Dentro de España tenemos fama de ser un poco (es un decir...) 'cabezotas': idea que se nos mete en la cabeza, idea que llevamos a la práctica sí o sí (bueno, esto se compensa con que también tenemos fama de nobles, ejem).

Muchas veces nos puede la inercia y nos empeñamos en cosas que vistas desde fuera se pueden afrontar de varias maneras, pero sólo estamos pendientes de la nuestra. ¡Por eso se dice que rectificar es de sabios!

El cuento de hoy trata precisamente sobre este tema y es de Jorge Bucay. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

PD.: Espero que mis amigos y familiares de Aragón no se lo tomen a mal y me retiren la ciudadanía !!!



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Mi diario

Me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en la vereda, no lo veo, y me caigo en él.

Día siguiente... salgo de mi casa, me olvido que hay un pozo en la vereda, y vuelvo a caer en él.

Tercer día: salgo de mi casa tratando de acordarme que hay un pozo en la vereda, sin embargo no lo recuerdo, y caigo en él.

Cuarto día: salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo en la vereda, lo recuerdo, y a pesar de eso, no veo el pozo y caigo en él.

Quinto día: salgo de mi casa, recuerdo que tengo que tener presente el pozo en la vereda y camino mirando al piso, y lo veo, y a pesar de verlo, caigo en él.

Sexto día: salgo de mi casa, recuerdo el pozo en la vereda, voy buscándolo con la vista, lo veo, intento saltarlo, pero caigo en él.

Séptimo día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no es suficiente y caigo en él.

Octavo día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, ¡¡llego al otro lado!!

Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido, que festejo dando saltos de alegría... y al hacerlo, caigo otra vez en el pozo.

Noveno día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, lo salto, y sigo mi camino.

Décimo día:
recién me doy cuenta hoy que es más cómodo caminar por la vereda de enfrente.  

Jorge Bucay

viernes, 11 de septiembre de 2009

El eremita orgulloso

Estamos ya de nuevo alcanzando el ritmo habitual después de las vacaciones de verano. ¡Espero que el stress traumático post-vacacional sea breve y llevadero!

La historia de esta semana trata sobre un tema en el que no solemos reparar habitualmente, aunque es más habitual de lo que se piensa: el orgullo y la vanidad de las personas. Seguramente a todos nos gusta que se nos reconozcan nuestros méritos y buenas acciones, y es normal y razonable que así sea, pero lo importante de verdad no es el reconocimiento del mérito sino el hecho en sí, no sea que nos pase como al pobre eremita de este cuento, que se deja llevar por las opiniones de otros.

Y además es algo que no se suele curar con la edad sino con la auténtica y verdadera sabiduría, la que lleva a exclamar el conocido 'sólo sé que no sé nada' propio de los que más saben. Así que aquí os dejo con El eremita orgulloso.


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El eremita orgulloso

Era un eremita de muy avanzada edad. Sus cabellos eran blancos como la espuma, y su rostro aparecía surcado con las profundas arrugas de más de un siglo de vida. Pero su mente continuaba siendo sagaz y despierta y su cuerpo flexible como un bambú. Sometiéndose a toda suerte de disciplinas y austeridades, había obtenido un asombroso dominio sobre sus facultades y desarrollado portentosos poderes psíquicos. Pero, a pesar de ello, no había logrado debilitar su arrogante ego.
 

La muerte no perdona a nadie, y cierto día, el Señor de la Muerte envió a uno de sus emisarios para que atrapase al eremita y lo condujese a su reino. El ermitaño, con su desarrollado poder clarividente, intuyó las intenciones del emisario de la muerte y, experto en el arte de la ubicuidad, proyectó treinta y nueve formas idénticas a la suya.

Cuando llegó el emisario de la muerte, contempló, estupefacto, cuarenta cuerpos iguales y, siéndole imposible detectar el cuerpo verdadero, no pudo apresar al astuto eremita y llevárselo consigo. Fracasado el emisario de la muerte, regresó junto a su señor y le expuso lo acontecido.

El poderoso Señor de la Muerte se quedó pensativo durante unos instantes. Acercó sus labios al oído del emisario y le dio algunas instrucciones de gran precisión. Una sonrisa asomó en el rostro habitualmente circunspecto del emisario, que se puso seguidamente en marcha hacia donde habitaba el ermitaño. De nuevo, el eremita intuyó que se aproximaba el emisario. En unos instantes reprodujo el truco al que ya había recurrido anteriormente y recreó treinta y nueve formas idénticas a la suya.

El emisario de la muerte se encontró con cuarenta formas iguales.

Siguiendo las instrucciones de su señor, exclamó:

- Muy bien, pero que muy bien. ¡Qué gran proeza! ¡Nunca había visto nada similar! ¡Esto es increíble!!

Y tras un breve silencio, agregó:

- Pero, indudablemente, hay un pequeño fallo.

Entonces el eremita, herido en su orgullo, se apresuró a preguntar:

- ¡Eso es imposible! ¡Dime cuál es!!

Y el emisario de la muerte pudo atrapar el cuerpo real del ermitaño y conducirlo sin demora a las tenebrosas esferas de la muerte.