Por fin llega el fin de semana y el merecido descanso. Y pasito a pasito vamos llegando a fin de mes, como el ciempiés de la breve historia de esta semana.
Visto desde fuera puede parecer complicado desenvolverse con la facilidad que lo hace un ciempiés. ¿En qué radica esa facilidad? Simplemente en que no está pensando en la dificultad que ello supone sino en llegar a donde se propone. Algunas veces uno se siente desbordado por las circunstancias, como si tuviera que mover cien pies, y nos quedamos trabados e indecisos. Si llega ese momento, creo que lo mejor es hacer como el ciempiés de esta historia. ¡Así que os invito a seguir leyendo para ver el final!
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El ciempiés
-¡Qué complicación y qué maravilla!, -exclamó el Abad viendo caminar a un ciempiés-, ¡lo hace tan bien que parece facilísimo!
Y de pronto, le vino a la memoria una historia que había escuchado tiempo atrás no sabía dónde:
"Érase una vez un pequeño ciempiés que ya había crecido lo suficiente y sintió que debía lanzarse a caminar. Pero al verse con tantos pies preguntó inquieto a su madre:
- Mamá, para poder andar, ¿qué pies debo mover primero: los pares o los impares, los de la derecha o los de la izquierda, los de delante o los de detrás? ¿O mejor los del centro? ¿Y cómo hay que hacerlo para llegar adonde quiero? ¿Y por qué tengo tantos pies?
A lo que la madre, amorosamente, le respondió:
-Cuando quieras andar, hijo mío, deja de cavilar y ... ¡anda!".
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