lunes, 28 de mayo de 2012

Una motivación de calidad

El tema de la motivación en las relaciones con grupos de personas no sólo está de moda sino que constituye un aspecto importante de las relaciones humanas cuando se tiene en mente un objetivo común.

Normalmente se aplica a las relaciones laborales, de manera que el responsable sepa sacar de los trabajadores lo mejor de cada uno. Pero esto es perfectamente extrapolable a toda situación de liderazgo en la que hay que llevar adelante una meta concreta.

Y estoy pensando en concreto en las organizaciones que trabajan con voluntarios, que ya parten de una motivación inicial, y corresponde a los responsables mantenerla y aumentarla en el tiempo, para que no desfallezca; y más especialmente aún cuando se trabaja con jóvenes y adolescentes en estos tiempos tan cambiantes.

En la historia de esta semana incluyo unas ideas muy claras de Beatriz Valderrama, especialista en la materia, que nos pueden ayudar en este tema, para llegar al núcleo de las aspiraciones y expectativas de los jóvenes con los que trabajamos.

El texto está pensado para su aplicación en el entorno laboral profesional, pero es totalmente aplicable a nuestro ambiente para contribuir a que las personas den lo mejor de sí mismas en su acción con los demás.

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Una motivación de calidad 

Aquí van unos elementos indispensables:

- Claridad: Las personas deben tener lo más claras posibles sus funciones, el trabajo que deben desarrollar, los resultados que deben lograrse y el tiempo que tienen para hacerlo.

- Feedback: Las personas han de recibir información periódica sobre los resultados logrados, conociendo en todo momento cómo se desarrolla su trabajo.


- Flexibilidad: Los planteamientos no deben ser rígidos y tienen que adaptarse progresivamente a las circunstancias. 

 - Recompensas: Las personas han de considerarse recompensadas, reconocidas y apreciadas. Los sistemas de reconocimiento han de estar ligados a los resultados y ser equitativos.

- Responsabilidad: Hay que desaprender la cultura de culpabilidad y fomentar una cultura de asunción de responsabilidad y la aceptación de los aciertos y fallos.

- Autonomía: Las personas han de poder decidir cómo hacer su trabajo sin necesidad de consultar continuamente con su jefe. 


 - Apoyo: Las personas deben percibir que su jefe directo les apoya, los trata con justicia y respeto.

- Estímulo intelectual: Las tareas han de suponer un reto, ser interesantes y variadas.

- Aprendizaje: Las personas han de ser cada vez más competentes, teniendo oportunidades de desarrollar sus habilidades mediante el trabajo que desempeñan y la formación ofrecida por la entidad.

- Desarrollo profesional: Las personas han de tener oportunidades de promoción y de asumir nuevos retos profesionales. 

 - Participación: Las personas han de tener oportunidades de influir en la organización, por medio de sus ideas y sugerencias.

- Ambiente emocional: Las relaciones entre compañeros han de ser positivas, basadas en la cooperación.

- Condiciones de trabajo: Los empleados han de contar con unas condiciones de trabajo adecuadas y con los medios necesarios para desarrollar su trabajo.

- Orgullo de pertenencia: Las personas deben sentirse parte de un equipo que colabora hacia unos objetivos comunes y ser conscientes de cómo su trabajo contribuye al logro de la misión.


Beatriz Valderrama 



La Historia de la Semana

domingo, 27 de mayo de 2012

El jardín

Una queja frecuente de muchas personas es la insatisfacción por la vida que les toca vivir, pensando que la del vecino es mucho mejor que la propia.

Creo que no nos damos cuenta de que lo que marca la diferencia no está fuera de nosotros sino en nuestro interior. 

Podemos elegir entre estar felices con lo que somos y tenemos o bien estar amargados pensando en lo que nos falta para ser como los otros.

Cada persona es única y tiene una riqueza propia y específica, distinta de la de los demás. Por eso sólo podremos alcanzar la plenitud interior a partir de la aceptación de lo que somos y el anhelo de dar lo mejor de nosotros mismos, lo que requiere una madurez personal que nos ayude a encontrar nuestro lugar propio dentro del entorno familiar o de amigos en que nos movemos.

De todo esto trata la historia de esta semana titulada El jardín. ¡Espero que os guste!

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El jardín

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles y arbustos se morían.
 El roble dijo que se moría por no ser tan alto y tan fuerte como el pino…

Volviéndose al pino, lo hayó caído, porque no podía dar uvas como la vid.

La vid se moría por que no podía dar flores como la rosa…
 

Y la rosa se moría por no ser fuerte y sólida como el roble...

Entonces encontró una planta especial: un sencillo clavel floreciendo y más fresco que nunca. El rey le preguntó:

- ¿Como es que creces en medio de este jardín moribundo?

La flor contestó: -¡Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías ver claveles!

Si hubieses querido otro roble, lo habrías plantado. En aquel momento me dije: intentaré ser el clavel de la mejor manera que pueda, ¡¡y heme aquí!!!

El más hermoso y bello clavel de tu jardín.



La Historia de la Semana

martes, 22 de mayo de 2012

Siempre aprendiendo

A partir de cierta edad, cuando llegan los cumpleaños uno hace inconscientemente balance de los años pasados y mira hacia atrás.

Los recuerdos se agolpan y algunos se reviven con especial cariño.

Pero también se mira hacia adelante: ¿qué me deparará el futuro?

Aunque es ciertamente una gran incógnita, estoy convencido que el futuro lo vamos labrando día a día con nuestros hechos y con nuestros sueños. Y uno que no puede faltar es el de seguir siempre aprendiendo, con la mente abierta a nuevas situaciones.

En la historia de esta semana comparto un texto que me ha llegado y que ilustra muy bien esta idea de aprender siempre en cualquier momento y en cualquier circunstancia, ¡incluso con 90 años!

Se titula Siempre aprendiendo y aquí va:

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Siempre aprendiendo

A los 9 años aprendí que mi profesora sólo me preguntaba cuando yo no sabía la respuesta.

A los 10 aprendí que era posible estar enamorado de cuatro chicas al mismo tiempo.

A los 12 aprendí que, si tenía problemas en la escuela, los tenía más grandes en casa.

A los 13 aprendí que, cuando mi cuarto quedaba del modo que yo quería, mi madre me mandaba a ordenarlo.

A los 15 aprendí que no debía descargar mis frustraciones en mi hermano menor, porque mi padre tenía frustraciones mayores y la mano más pesada.

A los 20 aprendí que los grandes problemas siempre empiezan pequeños.

A los 25 aprendí que nunca debía elogiar la comida de mi madre cuando estaba comiendo algo preparado por mi mujer.

A los 27 aprendí que el título obtenido no era la meta soñada.

A los 28 aprendí que se puede hacer, en un instante, algo que te puede doler la vida entera.

A los 30 aprendí que, cuando mi mujer y yo teníamos una noche sin chicos, pasábamos la mayor parte del tiempo hablando de ellos.

A los 33 aprendí que a las mujeres les gusta recibir flores, especialmente sin ningún motivo. 

A los 34 aprendí que no se cometen muchos errores con la boca cerrada. 

A los 38 aprendí que, siempre que estoy viajando, quisiera estar en casa; y siempre que estoy en casa me gustaría estar viajando.

A los 39 aprendí que puedes saber que tu esposa te ama cuando quedan dos galletas y elige la menor.

A los 42 aprendí que si estás llevando una vida sin fracasos no estás corriendo los suficientes riesgos.

A los 44 aprendí que puedes hacer a alguien disfrutar el día con solo enviarle una pequeña postal.

A los 47 aprendí que niños y abuelos son aliados naturales.

A los 55 aprendí que es absolutamente imposible tomar vacaciones sin engordar cinco kilos.

A los 63 aprendí que es razonable disfrutar del éxito, pero que no se debe confiar demasiado en él. Y que no puedo cambiar lo que pasó, pero puedo dejarlo atrás.

A los 64 aprendí que la mayoría de las cosas por las cuales me he preocupado nunca suceden.

A los 67 aprendí que si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida, esperaste demasiado tiempo.

A los 71 aprendí que nunca se debe ir a la cama sin solucionar una pelea.

A los 72 aprendí que, si las cosas van mal, yo no tengo por qué ir con ellas.

A los 76 aprendí que envejecer es importante.

A los 91 aprendí que amé menos de lo que hubiera debido.

A los 92 aprendí que todavía me queda mucho por aprender.