domingo, 4 de enero de 2009

La inocencia

¡¡Ya llegan los Reyes Magos!!

Y con ellos toda la carga de ilusión, alegría, ternura, inocencia, éxtasis,... tantas cosas que sólo la mirada de un niño puede expresar. Siempre recordaré esas miradas cuando me tocaba hacer de paje de los Reyes y repartía regalos a los pequeños!!


La historia de esta semana es una adivinanza sobre un sentimiento de los que predominan estos días. Pero no os preocupéis, que la solución viene al final :-))


PD.: ¡Ah! ¡Y que los Reyes cumplan todos vuestros sueños!!

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Dicen de su voz que era tan bella que los mismos ruiseñores callaban, extasiados para escuchar su canto.



Dicen que sus ojos, pozos de agua de mar y estrellas, eran la casa del Amor.



Dicen de su pelo, que lo bordaban el trigo y el sol, era de agua de río.



Dicen que sus manos eran nieve y primavera, que su risa era traviesa como un pequeño diablillo, que toda ella era luz salvaje y mansa a un mismo tiempo.



Dicen que era reina de fantasías y sueños y que no sabía mentir. Un claro de bosque y la luna eran su trono y su cetro.



Dicen que hubo muchos que la amaron y desgranaron lentamente su vida en noches de insomnio y días de tormenta por no poderla alcanzar. Otros tantos la odiaron. Y todos se mofaron de ella, porque no la llegaban a entender.



Y porque ya no querían verla, dicen también que murió, que una mañana cualquiera se disfrazó de mariposa, desplegó sus alas y quiso llevar su reino a la ciudad y dejar que los hombres la conocieran. Pero los hombres, por amor o por odio, por ignorancia o por soberbia, al verla tan pequeña y tan débil, tan hermosa y tan temida, la atraparon con una fina red de cristal y rompieron sus alas queriendo robar así su belleza.



Dicen que la encerraron en una torre blanca, rodeada de tristeza y de zarzas.



¡Pobres infelices hombres que dicen que ha muerto...! Que murió porque no tenía ni bosque, ni luna, ni canciones, ni amapolas, ni trigo, ni verano, ni río, ni estrellas, ni mariposas, ni ruiseñores, ni mar.



Pocos saben que se vistió de tesoro y cambió de casa, que su trono y su cetro son el corazón de los niños y los versos de los poetas, y que se alimenta de las ilusiones de aquellos que tienen un sueño de aire y lo creen posible, y lo viven.



Pobres hombres infelices, que dicen que ha muerto y sin aún reconocerla la siguen rechazando y le han puesto el solo, triste y temido nombre de inocencia.

jueves, 1 de enero de 2009

La música que salía de la casa

Seguimos en Navidad y nada mejor que iniciar el año con un bonito cuento de Paulo Coehlo.

Hacer el bien es todo un arte, hacerlo además sin que se note supone una sensibilidad que no está al alcance de cualquiera. Esta historia trata de ello. Espero que la disfrutéis tanto como yo.


Y, por supuesto, que en este nuevo año se vayan haciendo realidad los sueños de cada uno de nosotros.


PD.: Muchas gracias a los que me enviáis cuentos e historias. Poco a poco irán apareciendo por la pantalla para disfrute de tod@s.



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La música que salía de la casa


Como siempre hacía la víspera de Navidad, el rey invitó al primer ministro a dar un paseo por la ciudad. Le gustaba ver cómo adornaban las calles, pero para evitar que sus súbditos se excedieran en los gastos con el objetivo de agasajarlo, solían disfrazarse con ropa de comerciantes que venían de tierras lejanas.


Caminaron por el centro, admirando las guirnaldas de luz, los abetos, las velas encendidas en las entradas de las casas y los puestos de venta de regalos. Todo el mundo, hombres, mujeres y niños, se apresuraban a reunirse con sus familiares para celebrar esa noche en torno a una mesa repleta.


En el camino de regreso pasaron por el barrio más pobre. Allí, el ambiente era completamente distinto: nada de luces, velas, ni el olor apetecible de la comida lista para ser servida en la mesa. No había casi nadie por la calle, y como hacía todos los años, el rey comentó con el ministro que debía prestar más atención a los pobres de su reino. El ministro asintió con la cabeza, convencido de que pronto el asunto sería olvidado de nuevo, enterrado en la burocracia cotidiana, la aprobación de presupuestos y las reuniones con dignatarios extranjeros.


De repente oyeron una música que salía de una de las casas más pobres. La chabola, mal construida, con varias grietas entre las maderas podridas, les permitía ver lo que sucedía en el interior, y comprobaron que la escena que allí se desarrollaba era completamente absurda: un viejo en una silla de ruedas que parecía llorar, una joven completamente calva que bailaba, y un muchacho de mirada triste que tocaba un tamborín y cantaba una canción tradicional.


--Voy a ver qué pasa –dijo el rey, y llamó a la puerta.


El joven dejó de cantar y fue a abrir.


--Somos mercaderes y buscamos un lugar para dormir. Hemos oído la música, hemos visto que todavía estáis levantados y nos gustaría saber si podríamos pasar aquí la noche.


--Pueden quedarse en algún hotel de la ciudad. Desgraciadamente, no podemos ayudarlos; a pesar de la música, en esta casa reina la tristeza y el sufrimiento.


--Por mi culpa –era el viejo de la silla de ruedas el que hablaba--. Durante toda mi vida he intentado darle educación a mi hijo para que aprendiese caligrafía, para que fuese uno de los escribas del palacio. Sin embargo, los años pasaban y no volvieron a ofertarse nuevas plazas. Hasta que anoche tuve un sueño estúpido: un ángel aparecía y me pedía que comprara una copa de plata, ya que el rey iba a venir a visitarme, a beber un poco y a conseguir un empleo para mi hijo. La presencia del ángel me pareció tan real que decidí hacer lo que me decía. Como no tenemos dinero, mi nuera fue esta mañana al mercado, vendió su pelo y compramos esa copa de ahí. Ahora intentan levantarme el ánimo, cantando y bailando porque es Navidad, pero es inútil.


El rey vio la copa de plata, pidió que le sirvieran un poco de agua porque tenía sed y, antes de marcharse, le dijo a la familia:


--¡Qué coincidencia! Hoy mismo hemos estado con el primer ministro y nos ha dicho que las plazas se van a ofertar la semana que viene.


El viejo sacudió la cabeza con incredulidad y se despidió de los extranjeros. Pero al día siguiente fue leído un decreto real por todas las calles de la ciudad: buscaban un nuevo escriba para la corte.


El día previsto, la sala de audiencias estaba atestada de gente deseosa de competir por tan ansiado cargo. Cuando el primer ministro entró, les pidió a todos que prepararan sus cuadernos y sus bolígrafos.


--Éste es el tema de la disertación –dijo--: ¿Por qué un anciano llora, una mujer calva baila y un muchacho triste canta?


Un murmullo de asombro recorrió la sala: ¡nadie sabía contar una historia como ésa! Nadie, salvo un joven con ropa humilde, sentado en un rincón de la sala, que sonrió y empezó a escribir.


Paulo Coehlo (Basado en un cuento indio)

viernes, 26 de diciembre de 2008

Zapatos para estar con Jesús

como no podía ser menos, esta semana envío una historia de navidad, de esas que nos recuerdan los buenos sentimientos que todos albergamos en nuestro corazón pero que a veces no nos atrevemos a expresar por miedo, por timidez, por cansancio,.... ¿Y si para nosotros todo el año fuera navidad? ¡¡Vaya reto!!

Un abrazo muy fuerte con mis mejores deseos, ¡y a disfrutar de estos días!!



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ZAPATOS PARA ESTAR CON JESÚS


Solo faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me había atrapado el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos, y dentro de las tiendas, el caos era mayor. No se podía ni caminar por los pasillos. ¿Por qué vine hoy?, me pregunté.


Me dolían los pies lo mismo que mi cabeza. En mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero yo sabía que si no les compraba algo se resentirían. Llené rápidamente mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas registradoras. Escogí la más corta, calculé que serían por lo menos 20 minutos de espera.


Frente a mí había dos niños, uno de 10 años y su hermana de 5. Él iba mal vestido con un abrigo raído, zapatos deportivos muy grandes, probablemente 3 tallas más grandes. Los jeans le quedaban cortos. Llevaba en sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados. Su hermana iba vestida parecido a él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella llevaba un par de zapatos de mujer dorados y resplandecientes.


Los villancicos navideños resonaban por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se tratara de un tesoro. La cajera les entregó el recibo y dijo: son $6.09. El niño puso sus arrugados billetes en el mostrador y empezó a rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $3.12.


-Bueno, creo que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los compraremos, añadió. Ante esto la niña dibujó un puchero en su rostro y dijo: "Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos".


-Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores, vamos a volver.


Sin tardar, yo le completé los tres dólares que faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola por largo tiempo y después de todo, era Navidad. Y en eso un par de bracitos me rodearon con un tierno abrazo y una voz me dijo, muchas gracias señor.


Aproveché la oportunidad para preguntarle qué había querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña, con sus grandes ojos redondos, me respondió:


"Mi mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del cielo son de oro reluciente tal como estos zapatos. ¿No se le verá a mi mamá hermosa caminando por esas calles con estos zapatos?"


Mis ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante.


Por supuesto que sí, le respondí. Y en silencio, le di gracias a Dios por usar a estos niños para recordarme el verdadero valor de las cosas.