En los pueblos de la Sierra Norte de Madrid, pequeños y acogedores, se siguen conservando las tradiciones ancestrales en casi todos los ámbitos de la vida. Y en Semana Santa de una forma especial.
El año pasado, durante una visita a Cervera de Buitrago con ocasión de estos días de Semana Santa, tuve ocasión de participar en un Via Crucis que me llamó mucho la atención por su sencillez y expresividad, y que se venía realizando todos los años desde que la gente recordaba (¡y ya eran mayores!).
Indagando un poco descubrí que el autor era Angel de Abárzuza, un sacerdote capuchino de Navarra, que fue escrito en verso allá por los años 30 del siglo pasado y que tuvo un gran impacto en su época debido a su sencillez, brevedad y profundidad.
Creo que es un buen momento para compartirlo y espero que puede ser útil como me resultó a mí. Aquí lo compartimos.
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Vía Crucis, del R.P. Ángel de Abárzuza
Oración introductoria
Ya vengo, Jesús amado,
a considerar, contrito,
aquel amor infinito
que en la cruz me habéis mostrado.
Sea para el corazón,
luz que lo guíe hacia el cielo,
fuente viva de consuelo
y esperanza de perdón.
Ya vengo, Jesús amado,
a considerar, contrito,
aquel amor infinito
que en la cruz me habéis mostrado.
Sea para el corazón,
luz que lo guíe hacia el cielo,
fuente viva de consuelo
y esperanza de perdón.
Al Dios bueno, santo y fuerte,
que da a los hombres la vida,
juzgan como a un homicida,
y le condenan a muerte.
Y Él, queriéndome salvar,
con su divina obediencia,
aunque es cruel la sentencia,
la acepta sin vacilar.
con marcha lenta y penosa,
vertiendo Sangre preciosa
en cada paso que da.
No la Cruz de los judíos
causa su dolor profundo;
son los pecados del mundo,
y son los pecados míos.
por madero tan pesado,
se inclina, todo angustiado,
y cae por fin al suelo.
Si quieres tú, pecador,
ayudarle a levantar,
deja luego de pecar,
y conviértete al Señor.
¡Qué dolor debió sentir
María al ver a Jesús
que, cargado con la Cruz,
iba al Calvario a morir!
¡Oh, María, Virgen pura!
¡Oh, Jesús entristecido!
¡Perdonadme, que yo he sido
causa de vuestra amargura!
si en su ayuda no se acude,
llaman para que le ayude
a Simón el Cireneo.
No es necesario llamar
a ese piadoso judío:
¡Dadme vuestra Cruz, Dios mío,
que yo la quiero llevar!
Una mujer esforzada
sale al medio del camino
y enjuga el rostro divino,
sin miedo a la turba airada.
Yo a veces siento el afán
de ser virtuoso también,
y dejo de hacer el bien
por temor al qué dirán.
Casi sin fuerza y sin vida
por lo acerbo del dolor,
da mi amable Salvador
una segunda caída.
¡Señor, si vais a caer,
tended hacia mí la mano,
que sois mi padre y mi hermano,
y os quiero sostener!
que lloran amargamente,
les manda Dios dulcemente
que no lloren su Pasión;
pues si Dios está afligido
de ver al hombre pecar,
más importante es llorar
el pecado cometido.
al Redentor amoroso,
cuando camina, angustioso,
y cae y vuelve a caer?
Si esas caídas, Señor,
efectos son del pecado,
¡Sufra y sea despreciado
este indigno pecador!
sobre Jesús los sayones,
y le arrancan a estirones
sus sagradas vestiduras;
y al verse desnudo así
el Rey de la creación,
acepta esa confusión
y la ofrece a Dios por mí.
al Inocente Cordero
lo tienden sobre el madero
y le clavan pies y manos.
¡Oh, Crucificado amable,
mi Rey, mi Padre y mi Dios,
dejadme morir por Vos,
porque yo soy el culpable!
la Víctima del amor!
¡Ya agoniza el Salvador!
¡Ya se enturbia su mirada!
Su cuerpo tórnase yerto.
¡Ya su cabeza se inclina!
No hay vida en su faz divina.
¡Ya va a morir! ¡Ya se ha muerto!
por nosotros humanado,
exánime y desangrado
en los brazos de su Madre.
¡Perdón, oh Reina afligida,
Madre del muerto en la Cruz,
porque Tú le diste a luz,
y yo le quité la vida!
Aquel cuerpo Inanimado,
templo de un alma preciosa,
es puesto sobre una losa...
Y todo se ha consumado;
no resta sino exclamar
ante ese sepulcro abierto:
¡Oh Dios, por mis culpas muerto,