Se han escrito ríos de tinta sobre el tema de la libertad. Y con el atrevimiento que da la ignorancia me dispongo a dar mi opinión: ¡la libertad no existe!
Lo que llamamos usualmente libertad está muy condicionado por otros factores que la mueven: la curiosidad (elijo algo nuevo para mí), la costumbre (casi siempre hago lo mismo), el amor (sacrifico mi independencia por la gente que quiero), la vagancia (me cuesta cambiar de hábitos),... y un largo etcétera.
Quiero decir con esto que el 'acto libre' es difícilmente realizable pues siempre está movido por otras causas externas. Por ello pienso que, puestos a depender de algo, la mejor libertad es la que viene motivada por el Amor, que da dirección y sentido a todo lo que hacemos en la vida. Ya San Agustín dejó dicho que 'ama y haz lo que quieras'.
Por eso la verdadera libertad es tan difícil de ejercer y en muchos casos uno se acaba acostumbrando a lo más cómodo. Este es el tema central de la historia de esta semana, titulada El loro y la libertad.
Aunque también da pie para otras reflexiones. Por ejemplo: lo que uno piensa que es bueno para un amigo, ¿lo es realmente?, ¿es lo que le conviene? ¡Tema para pensar!
Y sin más, aquí está la historia:
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El loro y la libertad
Ésta es la
historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número
de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano
al que el animal hacía compañía.
Cierto día
el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso
té de Cachemira. Los dos hombres pasaron al salón donde,
cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro.
Se encontraban los
dos hombres tomando té, cuando el loro comenzó a gritar
insistente y vehementemente:
- ¡Libertad,
libertad, libertad!
No cesaba de pedir
libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa,
el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora
su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera
pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el
loro seguía gritando:
- ¡Libertad,
libertad, libertad!
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad.
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad.
Tramó un plan. Sabía
cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra.
Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro.
Un día después
el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto
lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con
una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba
gritando:
"Libertad, libertad, libertad".
"Libertad, libertad, libertad".
Al invitado se le
partía el corazón. ¿Quién no hubiera sentido
piedad por el animalito? Así que, prestamente, se acercó a la jaula y abrió
la puertecilla de la misma.
Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla.
Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla.
Y el loro seguía
gritando:
¡Libertad, libertad, libertad!
¡Libertad, libertad, libertad!