¡Las vueltas que da la vida! Seguramente casi todos hemos utilizado alguna vez esta exclamación cuando nos sorprende un acontecimiento actual al relacionarlo con otro acaecido tiempo atrás.
Y es que muchas veces, las consecuencias de nuestros actos se manifiestan tiempo después de tomadas las decisiones. Por eso hay que sembrar siempre con amor y generosidad, para que la cosecha futura sea buena y abundante. Como dice el refrán: ¡se recoge lo que se siembra!
Esto es lo que me ha recordado la historia de esta semana, en la que de forma simpática se pone de manifiesto que las buenas acciones siempre se ven recompensadas.
Se titula El racimo de uvas, y espero que os guste.
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El racimo de uvas
Un día llamaron a la puerta de un convento, y abrió como siempre el hermano portero. Éste vio con asombro que un hortelano de las tierras de al lado le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que le causó admiración, diciéndole:
-Hermano: te regalo este racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al convento.
Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar cuenta de él. Pero apenas salió el hortelano del convento, ya se relamía pensando en que se lo comería él solo sin dejar nada a los demás, ¡al fin y al cabo se lo habían regalado para él! Así que lo lavó y dejó escurrir en un clavo que había colgado en la pared, mirándolo con alegría por el gran festín que le esperaba.
Pero su viva conciencia le hizo recordar que en el convento había un hermano enfermo que no gustaba de comer nada, debido a su enfermedad. Y pensó para sí que sería una buena obra alegrarle el día al enfermo y de paso llenarle el estómago, tan necesitado de alimento. Sin pensarlo mucho, descolgó el racimo de uvas y se fue a la enfermería a regalárselo.
El enfermo, al ver el racimo abrió los ojos sobresaltado al ver su gran tamaño, y el portero le dijo:
- Hermano Matías, me han regalado este racimo, pero pensando en tu enfermedad y sabiendo que no te apetece comer nada, quizás estas uvas te abran el apetito.
El hermano Matías le agradeció de corazón que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando estuviera en el cielo con Nuestro Señor.
El portero le buscó una fuente donde colocó el racimo para que fuera picando cuando gustara. Dejándolo solo se fue para la portería pensando en la obra de caridad que había hecho por su hermano Matías.
El enfermo cogió el racimo como pudo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo dejaba haría un buen sacrificio para la remisión de sus pecados y el bien de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano enfermero, que le atendía con tanta caridad y se desvivía por él todas las noches.
Así que llamó a gritos al hermano enfermero y éste, pensando que le sucedía algo grave, acudió rápidamente.
- Hermano Esteban, el hermano portero me ha traído este racimo de uvas para que lo degustara pensando en mi enfermedad, pero dado que no me entra nada en el estómago y puede que me haga daño, he pensado que te lo comas tú, que te portas tan bien conmigo.
El hermano Esteban insistía en que intentara comérselo, pero cuanto más insistía el enfermero más lo rechazaba el enfermo. Al final lo tomó y decidió comérselo en su celda, dándole las gracias por tan precioso regalo. Pero mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo daría al hermano cocinero que tanto se esforzaba para que todos lo frailes comieran lo poco que les llegaba de la huerta y de los donativos.
Bajó a la cocina, y encontrándose con Buenaventura le mostró el racimo y le dijo:
- Mira lo que me han regalado, pero te lo regalo a ti, para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso y generoso es tu corazón con la comunidad.
El hermano Buenaventura, quitándole importancia a lo que decía, le insistió en que se lo diera mejor al prior, ya que era muy atento y responsable con la comunidad.
Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería, donde el hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso, decidió que no diera más vueltas el dichoso racimo de uvas.
Y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto, que le pareció el racimo con las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.