domingo, 24 de marzo de 2019

La Plaza

Hay historias muy sencillas del día a día que tienen una gran calidad humana y encierran una lección ejemplar.

 

Hoy comparto esta historia de Manuel, ese señor mayor, de pueblo, que queda viudo y tiene que ir a vivir a la ciudad con su hijo, en la que tiene que iniciar una nueva vida en un entorno extraño y con un poso de melancolía.

Hasta que encuentra una plaza en la que se siente útil ayudando a los demás.

 

A mí me recuerda las grandes cosas que se pueden hacer de manera callada y sencilla con un poco de sensibilidad, y que ayudan a hacer de este mundo un lugar mejor.
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La Plaza

La plaza era más o menos redonda. Tenía siete árboles viejos, que habían sobrevivido a todas las obras. Tenía cuatro bancos de madera. Tenía una fuente. Tenía cinco farolas, a cuyo talle se abrazaban cinco papeleras. Y nada más. La plaza más o menos redonda no tenía nada más. Los siete árboles daban sombra a las personas y servían de hogar a un centenar de gorriones. 


En los cuatro bancos de madera la gente se sentaba a merendar, a leer el periódico, a mirar a los demás, a dibujar corazones atravesados por las flechas del amor.
 
Alrededor de la fuente jugaban los niños: atascaban el desagüe de la pileta con tierra y abrían el grifo hasta que se formaba un charco grande.

Las cinco farolas se encendían al atardecer y las amorosas papeleras siempre estaban llenas de envoltorios de golosinas.
 
Algunas mañanas, Lola y Braulio, dos gitanos jóvenes, aparcaban su vieja furgoneta en la plaza y vendían melones. El pelo de Braulio parecía esculpido en carbón brillante. El delantal de colores de Lola no disimulaba su embarazo.

Todos los días, puntualmente, Manuel acudía a la plaza más o menos redonda. Manuel era muy viejo y caminaba despacio, arrastrando los pies. Cada paso que daba le costaba un esfuerzo muy grande. Su rostro, lleno de surcos, parecía un campo áspero y recién labrado, en el que sólo brillaban las dos gotas de rocío que eran sus ojos.


Manuel había vivido siempre en el pueblo, en su casa grande y horizontal de adobe, muy cerca de la tierra. Pero cuando Elia murió, su hijo Manolo se lo llevó a vivir a su piso de la gran ciudad.

Se sintió extraño Manuel en la nueva casa, vertical y pequeña, en la que apenas había sitio para acomodarlo. Se sintió extraño con su hijo y su nuera, tan hacendosos. Se sintió extraño con sus nietos que no se despegaban del televisor. Se sintió extraño en aquel barrio donde todo el suelo era de asfalto y cemento.

Un día, paseando, Manuel encontró la plaza más o menos redonda. Desde entonces, acude puntualmente a ella todas las tardes. Se sienta en un banco y abre la bolsa de plástico donde lleva un trozo de pan, que desmigaja para que puedan comerlo los cien gorriones que viven en los siete árboles. Algunos pajarillos se atreven incluso a picotear en la palma pétrea de su mano.


Manuel siente que los cien gorriones le necesitan. De vez en cuando pasan por la plaza más o menos redonda los guardias. Pasan frente a Lola y Braulio, los gitanos que venden melones, pero no les dicen nada. Los guardias recuerdan el día en que les quitaron la fruta por vender sin licencia y Manuel comenzó a defenderlos. Al final, todo el barrio se puso de su parte y los guardias tuvieron que meterse a toda prisa en su coche con luces y sirenas y marcharse de allí.

Manuel piensa que Lola y Braulio le necesitan. Si alguien recrimina a los niños cuando encenagan la fuente y forman un charco, Manuel se levanta del banco muy enfadado y grita: "¡Dejen a los niños en paz! ¡Los niños tienen que jugar!" Los niños quieren a Manuel y a veces le han invitado a jugar con ellos.


Manuel piensa que los niños le necesitan. También piensa que le necesitan los enamorados que se besan en los bancos y pintan sobre los respaldos corazones atravesados por las flechas del amor.

Y cuando se encienden las cinco farolas, al atardecer, Manuel se levanta del banco y regresa hacia la casa de su hijo Manolo, vertical y pequeña, con su nuera tan hacendosa, con sus nietos que no se despegan del televisor, en medio de aquel barrio tan grande y sin tierra firme.

Y mientras se esfuerza por mover sus piernas, habla en voz alta con Elia:

Tendrás que esperar un poco más. Esta plaza más o menos redonda es lo único con sentido que le queda a este barrio. Y temo que, si yo me marcho, desaparezca también. Tengo que quedarme un poco más, pero no te impacientes, cariño.

jueves, 21 de marzo de 2019

El viaje en taxi

Dice un refrán castellano que donde menos se piensa salta la liebre, o sea,  que las cosas importantes pueden surgir cuando menos lo pensamos.

¿Y qué es una cosa importante? Muchas veces creemos que lo importante son cosas que nos superan y que acontecen muy raramente. 

Pero la realidad es la contraria: las cosas que consideramos 'pequeñas' tienen una componente especial que las hace importantes para la madurez y el desarrollo de la personalidad.

La historia de esta semana se ocupa de una cuestión sencilla: acompañar a una anciana en un viaje en taxi. Y con un poco de bondad y sencillez consigue llegar al fondo del corazón, para hacernos recordar la importancia de estas 'cosas pequeñas'.
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El viaje en taxi que nunca olvidaré

Una vez llegué a medianoche a recoger un pasajero a un edificio que estaba del todo oscuro, excepto una luz en la ventana de la planta baja. Este pasajero podría ser alguien que necesite mi ayuda, pensé. Así que me acerqué a la puerta y llamé. 

“Aguarde un minuto”, respondió una voz frágil de anciana. 

Después de una larga pausa, la puerta se abrió. Una pequeña mujer de unos 80 años estaba delante de mí. Llevaba un vestido estampado y un sombrero con un velo, como si fuera alguien de una película de los años cuarenta. A su lado había una pequeña maleta. El apartamento parecía como si nadie hubiera vivido en él durante años. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas. 

“¿Podría llevar mi bolso al carro?” dijo. 

Llevé la maleta al taxi y luego regresé para ayudarla. Me tomó del brazo y caminamos lentamente hacia el taxi. Ella me seguía agradeciendo mi amabilidad.

 “Oh, eres un buen chico”, dijo. 

Cuando llegamos al taxi, me dio una dirección y luego me preguntó: 

“¿Podrías conducir por el centro?” 

“No es el camino más corto”, respondí rápidamente. 

“Oh, no me importa”, dijo ella. “No tengo ninguna prisa. Voy de camino a un asilo. No me queda familia. El doctor dice que tampoco me queda mucho tiempo”. 

Me incliné en silencio y apagué el taxímetro. Durante las dos horas siguientes, recorrimos la ciudad. Ella me mostró el edificio donde hace tiempo había trabajado como ascensorista. Manejamos por el vecindario donde ella y su esposo habían vivido cuando eran recién casados. A veces me pedía que me detuviera frente a un edificio o esquina en particular y se quedaba mirando la oscuridad sin decir nada. 

Cuando la luz de sol anaranjada comenzaba a aparecer en el horizonte, de repente dijo: 

“Estoy cansada. Vamos ya”

Nos dirigimos en silencio hacia la dirección que me había dado. Era un edificio bajo, como una pequeña casa de reposo, con una entrada que pasaba por debajo de un pórtico.

Dos enfermeras se acercaron al taxi en cuanto nos detuvimos. Solícitas y atentas, cuidaban cada movimiento. Debían haberla estado esperando. Abrí el maletero y llevé la maleta pequeña a la puerta. La mujer ya estaba sentada en una silla de ruedas. 

“¿Cuánto te debo?” preguntó, metiendo la mano en su bolso. 

“Nada”, le dije. 

“Tienes que ganarte la vida”, respondió. 

“Hay otros pasajeros”. Casi sin pensarlo, me incliné y le di un abrazo. Ella me abrazó con fuerza. 

“Le diste un momento de alegría a una anciana”, dijo.

 “Gracias.” Apreté su mano, luego caminé hacia la tenue luz de la mañana. Detrás de mí, una puerta se cerró. Fue como el sonido de la clausura de una vida.
No recogí más pasajeros en mi turno. Conduje sin rumbo, perdido en mis pensamientos. En el resto de ese día, apenas podía hablar. 

¿Qué hubiera pasado si esa mujer hubiese encontrado un conductor malhumorado, o uno que estaba impaciente por terminar su turno? ¿Qué hubiera pasado si me hubiera negado a llevarla, o hubiera tocado la bocina sólo una vez, y luego me hubiese alejado? En una rápida ojeada, no creo que haya hecho nada más importante en mi vida. 

Estamos condicionados a pensar que nuestras vidas giren en torno a grandes momentos. Pero los grandes momentos  nos encuentran a menudo desprevenidos, bellamente envueltos en lo que otros pueden considerar una pequeñez.



La Historia de la Semana

jueves, 28 de febrero de 2019

Los pantalones

Comparto esta semana una historia simpática para añadir un poco de humor al blog.

Se trata de un cuento breve extraído del libro La oración de la rana de Anthony de Mello
Ilustra muy bien lo volubles que podemos llegar a ser con las cosas que nos gustan. Se titula Los pantalones, y aquí va a continuación.
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Los pantalones

Una dependienta le vendió unos pantalones de un amarillo rabioso a un muchacho que parecía encantado con su compra.


Al día siguiente volvió el muchacho diciendo que quería cambiar los pantalones. El motivo: “No le gustan a mi novia”.

Una semana más tarde regresó de nuevo, todo sonriente, a comprar otra vez los dichosos pantalones. 


“¿Ha cambiado su novia de opinión?”, le preguntó la dependienta.

“¡No!”, respondió el joven. “He cambiado yo de novia”

La Historia de la Semana

domingo, 10 de febrero de 2019

Los dos peces

Dice nuestro refranero popular que "el pez grande se come al chico". Y lamentablemente es bastante cierto. 

La historia de esta semana lo recuerda de forma muy gráfica y simpática, y nos advierte también de que hay que desconfiar de las buenas palabras del pez grande, no sea que escondan alguna trampa.


Le he puesto la etiqueta de humor porque me ha hecho sonreir, aunque la moraleja es bastante seria: no dejarse llevar por consejos de gente interesada.
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Los peces

Ten cuidado —le dice el pez grande al pez chico—, eso es un anzuelo. No lo muerdas.


¿Por qué? —pregunta el pez chico.

Por dos razones —responde el pez gordo—. La primera es que si lo muerdes, te pescan, te rebozan en harina y te fríen en la sartén. Después te comen, con dos hojitas de lechuga de guarnición.

¡Arrea! Muchas gracias. Me has salvado la vida. ¿Y la segunda razón?

La segunda razón —dice el pez grande— es que te quiero comer yo. 


La Historia de la Semana

miércoles, 6 de febrero de 2019

La peregrinación

Las peregrinaciones son manifestaciones culturales y religiosas muy arraigadas en la sociedad. De una forma u otra se desea y se busca una experiencia de la divinidad. 

Seguro que casi todo el mundo hemos hecho alguna. Pero, ¿qué peregrinación es más importante: la física o la espiritual?

Donde se encuentra Dios y la plena realidad de uno mismo es en el interior de cada uno, y ahí está la mejor peregrinación que podemos hacer: a lo más íntimo de nuestro corazón.

La historia de esta semana, titulada La peregrinación, nos recuerda de forma sencilla esta gran verdad.
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La peregrinación

Sari era un buen hombre con aspiraciones espirituales sinceras y se había propuesto llevar a cabo una larga peregrinación a Benarés para bañarse en el Ganges. Antes de partir, se encontró con un maestro que le preguntó:


-¿Para qué quieres ir allí?

-Para ponerme en contacto con Dios -repuso.

El maestro le ordenó:

-Dame ahora mismo todo el dinero que llevas para el viaje.

Sari le entregó el dinero, el maestro se lo guardó en el bolsillo, y dijo:

-Sé que habrías acudido a Benarés y te hubieras lavado en el Ganges. Pues bien, en lugar de eso, lávate con el agua que llevo en mi cantimplora.

Sari tomó el agua y se lavó la cara y las orejas. El maestro, satisfecho, declaró a continuación:

-Ahora ya has conseguido lo que te proponías. Ya puedes regresar a tu casa con el alma serena, aunque antes quiero decirte algo más. Desde que fue construido Benarés, Dios no ha morado allí ni un solo minuto. Pero desde que fue creado el corazón del hombre, Dios no ha dejado de habitar en él ni un solo instante. Ve a tu casa y medita. Y, siempre que lo necesites, viaja a tu propio corazón. 


La Historia de la Semana

miércoles, 23 de enero de 2019

El leñador

¿Nos preparamos lo suficiente para afrontar las situaciones de la vida cotidiana? 

Muchas veces estamos tan metidos en el día a día que perdemos la perspectiva de ver las cosas objetivamente y nos quedamos en la superficie, desperdiciando ocasiones de crecer personalmente y profundizar en lo importante.

La historia de esta semana, El leñador, es muy ilustrativa en este sentido. Nos recuerda que para seguir cortando árboles ¡hay que afilar el hacha!

O dicho de otra manera: hay que encontrar el punto de motivación necesaria para afrontar con ilusión y entrega las tareas que tengamos bajo nuestra responsabilidad. Y para ello nada mejor que ver las cosas no desde la tierra sino desde el cielo.

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El leñador

Un grupo de leñadores estaba cortando árboles en un bosque, diariamente, sin parar. Cada jornada ellos se levantaban antes y se acostaban más tarde y, sin embargo, cada vez cortaban menos árboles.

Asumieron que su falta de eficacia se debía a que sin duda a medida que avanzaban en el interior del bosque los árboles por alguna razón desconocida adquirían una mayor dureza.


Solo uno entre ellos cortaba más árboles que nadie, a pesar de que ni era el que se acostaba más tarde ni el que se levantaba más temprano. Además, para mayor sorpresa de todos, todos los días desaparecía durante media hora.

Entre sus compañeros circulaba todo tipo de teorías, desde que tenía suerte porque le tocaban los árboles más blandos, hasta que era más fuerte de lo que parecía.

Al final uno de ellos, en lugar de seguir haciendo juicios, decidió hacerle una pregunta para averiguar en qué invertía el tiempo en el que se ausentaba. La respuesta de tan evidente que era, había sido obviada:

- Durante ese tiempo me dedico a afilar mi hacha.


La Historia de la Semana

viernes, 18 de enero de 2019

El arte de los pequeños pasos

Estamos comenzando una nueva etapa y suele ser tradición hacer la lista de deseos y cosas que uno quiere, intentando mejorar lo pasado.

Y aunque esa lista de deseos contempla grandes ideas, la experiencia muestra que es mejor comenzar por ser fieles a las cosas pequeñas y sencillas, para luego poder acometer las grandes.


El texto que comparto en la historia de esta semana es una sencilla oración que Antoine de Saint-Exupéry compuso para llevar a cabo con sencillez las pequeñas cosas de cada día, y que lleva por título El arte de los pequeños pasos.

El famoso autor de El Principito nos recuerda unas ideas fáciles de acometer en el día a día que nos ayuden a crecer y desarrollar nuestra madurez personal, y son realmente útiles.
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El arte de los pequeños pasos

Ayúdame a distribuir correctamente mí tiempo: dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario.

Te pido fuerza, autocontrol y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso del día.

Ayúdame a hacer cada cosa de mi presente lo mejor posible, y a reconocer que esta hora es la más importante.

Guárdame de la ingenua creencia de que en la vida todo debe salir bien. Otórgame la lucidez de reconocer que las dificultades, las derrotas y los fracasos son oportunidades en la vida para crecer y madurar.

Envíame en el momento justo a alguien que tenga el valor de decirme la verdad con amor.

Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras.

No me des lo que yo pido, sino lo que necesito. En tus manos me entrego.

¡Enséñame el arte de los pequeños pasos!


 La Historia de la Semana

lunes, 31 de diciembre de 2018

Empire of Angels

Toca ya un poco de música relajante en la historia de la semana.

En esta ocasión el tema Empire of Angels (Imperio de los Ángeles) del compositor noruego Thomas Bergersen, que está incluido en su álbum Sun, editado en el año 2014.

Este compositor tiene varias bandas sonoras de películas y es el iniciador del grupo Two Steps from Hell, que ya ha salido en el blog en este enlace.

Es un tema que se encuadra en la música épica y suena muy bien al oido.

¡Espero que os guste!



El mismo tema en versión piano:



La Historia de la Semana

sábado, 29 de diciembre de 2018

Mecánico del alma

Uno de los aspectos de la vida social actual es que la mayoría de las personas se creen -nos creemos- autosuficientes: bastan las fuerzas propias para resolver todo tipo de situaciones.

No nos damos cuenta de que hay momentos que escapan a nuestras posibilidades, y que hay otras personas que nos pueden ser de gran ayuda si humildemente reconocemos nuestras lagunas y limitaciones.


Y si pasamos al campo de los valores espirituales esto es más notorio aún. Cuando estamos inmersos en temas no materiales nos olvidamos de la presencia de Dios, que aporta esperanza y consuelo además de la fuerza para sobrellevar las situaciones.

La historia de esta semana, titulada Mecánico del alma, es muy ilustrativa en este sentido, tomando como pretexto la figura del arreglo del coche de cada uno, pues ¿quién conoce lo creado mejor que su creador?


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Mecánico del alma

Una vez iba un hombre en su auto por una larga y muy solitaria carretera cuando de pronto su auto comenzó a detenerse hasta quedar estático. El hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que tenía.

Pensaba que pronto podría encontrar el desperfecto que tenía su auto pues hacía muchos años que lo conducía; sin embargo, después de mucho rato se dio cuenta de que no encontraba el fallo del motor.

En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un señor a ofrecerle ayuda.

El dueño del primer auto dijo:

-Mira este es mi auto de toda la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que tú sin ser el dueño puedas o sepas hacer algo.

El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:

-Está bien, haz el intento, pero no creo que puedas, pues este es mi auto.

El segundo hombre echó manos a la obra y en pocos minutos encontró el daño que tenía el auto y lo pudo arrancar.

El primer hombre quedó atónito y preguntó:

-¿Cómo pudiste arreglar el fallo si es MI auto?

El segundo hombre contestó:

-Verás, mi nombre es Felix Wankel... Y yo inventé el motor rotativo que usa tu auto...


La Historia de la Semana

lunes, 24 de diciembre de 2018

Feliz Navidad

Navidad es tiempo de alegría, de paz, de amistad.
Tiempo de compartir, de abandonar ideas pequeñas y soñar con lo más grande.
Tiempo de dar lo mejor de uno mismo y pensar en los demás.
Tiempo de iluminar nuestro entorno con la alegría de saber que Dios se hace hombre para que el hombre se haga dios y supere sus limitaciones.

Tiempo, en fin, de recuperar la inocencia y la sencillez de los que aman a Dios y a los demás por encima de todo, entregando su tiempo y su corazón como sol generoso.

Desde la Historia de la Semana queremos también iluminar el mundo con nuestros mejores deseos de paz, amor y alegría para este nuevo año que vamos a comenzar.

¡¡Feliz Navidad a todos!!



La Historia de la Semana

domingo, 2 de diciembre de 2018

Hábitos saludables

La búsqueda de la felicidad es una constante en el ser humano de todas las épocas, pero en muchas ocasiones se dan 'palos de ciego' para encontrarla y al final no se alcanza.

Es difícil encontrar una fórmula universal para que una persona sea feliz, pero sí está claro que no depende tanto de las cosas materiales cuanto de la actitud interior hacia lo que nos rodea.

Comparto esta semana una relación de hábitos saludables que me han enviado y que dan una pista de cosas sencillas que podemos hacer en la vida cotidiana para tener un equilibrio interior que nos haga más felices.

Y que resumiría en dos aspectos sencillos que a veces se nos pasan: vivir con sencillez y afrontar las cosas con madurez.  ¡A ver si os parecen bien estos hábitos saludables!
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Hábitos saludables
 
1. Considera los problemas como desafíos

Ante cualquier dificultad o contingencia, sea por una persona o algún suceso, trata de pensar que lo superarás y habrás aprendido de ello una nueva lección. Recuerda que  “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.

2. Aprende a perdonar

Cada vez que alguien te critique o hiera con sus palabras, trata de olvidar las ofensas. Aun cuando sepas que lo dijo intencionadamente, déjalo pasar y no permitas que te afecte.

3. Sé amable y agradecido

Quienes tratan a los demás de modo rudo o desagradable, en el fondo lo que demuestran es su propia insatisfacción e inseguridad. Sin embargo, cuando eres amable con los demás, la amabilidad dada volverá a ti.

4. No busques la aprobación ajena

Mientras hagas aquello que te corresponda y te haga feliz, no necesitas buscar la aprobación de los demás para validar tus actos.  Esto contribuirá, además, a aumentar la confianza en ti mismo.

5. Hay cosas que no van a cambiar, ¡acéptalas!

Hay cosas que podrás cambiar o mejorar, como tus habilidades deportivas o tu dominio de otro idioma, pero no podrás cambiar tu altura o los padres que te han tocado en suerte. Deja de luchar contra aquello que no puede ser cambiado y te sentirás más libre.

6.Viaja cuando puedas

Si tienes la oportunidad de viajar, ¡no dejes de hacerlo! Conocer lugares diferentes y ver cómo vive la gente en lugares distintos hará que valores más lo que tienes a tu alrededor.

7. Aliméntate bien

Si te alimentas en base a comida basura, es muy probable que experimentes falta de energía y veas disminuida la claridad mental. Asegúrate de tener una alimentación sana y variada, siempre con moderación.

8. Cuida de ti mismo

Para sentirte bien, debes verte bien. La higiene personal, el cuidado y la vestimenta contribuirán a que te veas y sientas mejor. El simple hecho de cuidar nuestro aspecto personal puede cambiar nuestro estado de ánimo para enfrentar la vida.

9. Alimenta tus relaciones personales

En la mayoría de los casos la familia es quien nos ama incondicionalmente. Es importante mantenerse en contacto con ellos, ya sea con una llamada telefónica o una visita. Mantén el contacto con tus seres queridos.

10. Sé honesto

Las mentiras más insignificantes pueden provocar efectos desastrosos en la vida de las personas. Si mantienes una conversación honesta, lograrás mantener un nivel más alto de integridad en tu entorno. 

11. Tómate el tiempo necesario para escuchar

Si deseas ser oído, es fundamental primero escuchar a los demás y no interrumpirlos cuando hablan. Al escuchar realmente, en lugar de esperar para hablar, podrás entender las motivaciones de los demás. 


La Historia de la Semana

jueves, 22 de noviembre de 2018

Volunteer your time

¿Has hecho voluntariado alguna vez? Si la respuesta es afirmativa, estoy seguro que ha sido una experiencia enormemente positiva.


He tenido la suerte de poder participar en varios proyectos y reconozco que han sido muy valiosos para mi vida personal. Cuando tienes que ayudar a otros en situación más desfavorecida que la tuya, te das cuenta de todo lo que puedes aportar; y cuando lo haces, vas creciendo interiormente y algo dentro de ti cambia para bien.

El video que comparto esta semana Volunteer your Time (algo así como Sé voluntario en tu tiempo)  trata precisamente de este cambio que se opera en la persona cuando descubre que es útil a los demás.

Y no hace falta ir muy lejos para ayudar, pues a la vuelta de la esquina podemos encontrar situaciones y personas que nos necesitan. ¡Espero que os guste y sea útil!!
La Historia de la Semana

viernes, 16 de noviembre de 2018

De monjes

En la historia de esta semana comparto dos textos breves y sencillos pero muy ilustrativos para nuestro día a día.

Es tradicional en los escritos antiguos resaltar las cualidades que debe tener una persona, un monje en este caso, poniendo en boca de su maestro la mejor solución al problema planteado.

En el primero, sugiere la forma de salir de la introspección, el estar más pendiente de las cosas de uno mismo que de las de los demás. En definitiva, recordar que es mejor la generosidad que el egoísmo.

Y el segundo recuerda la importancia de vivir el presente, de manera que ni el pasado ni el futuro influyan en la realidad diaria en la que estamos inmersos.

Dicho con otras palabras, el maestro abre la mirada para actuar con madurez en todas las cosas.   
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De monjes...

Un monje se acercó un día a su guía espiritual y le dijo:

Me siento desanimado. ¿Cómo puedo superarlo, maestro?

Animando a los demás —repuso el maestro.

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Un día un monje le preguntó a su maestro:

- Maestro, ¿qué es lo más curioso de los seres humanos?

- Que piensan siempre al contrario -respondió el maestro-: Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida. Pierden la salud para tener dinero, y luego pierden el dinero para obtener salud.

Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro. Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.


 La Historia de la Semana