Reconozco que la historia que comparto esta semana me ha emocionado profundamente por varios motivos.
Circulan por la red muchas historias de superación personal, que denotan una lucha íntima por alcanzar las metas que uno se propone con ilusión.
Y hay historias de amor que muestran una gran abnegación para demostrar el cariño que se tiene a la persona amada.
Ambas cosas se combinan en esta historia, titulada El partido de balonmano, mostrando cómo el amor nos hace superar las limitaciones que tenemos.
Aquí viene a continuación a ver si os gusta tanto como a mí.
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El partido de balonmano
Circulan por la red muchas historias de superación personal, que denotan una lucha íntima por alcanzar las metas que uno se propone con ilusión.
Y hay historias de amor que muestran una gran abnegación para demostrar el cariño que se tiene a la persona amada.
Ambas cosas se combinan en esta historia, titulada El partido de balonmano, mostrando cómo el amor nos hace superar las limitaciones que tenemos.
Aquí viene a continuación a ver si os gusta tanto como a mí.
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El partido de balonmano
Un muchacho vivía solo con su padre, ambos tenían una relación
extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de
balonmano del colegio. Aunque normalmente no tenía oportunidad de
jugar, sin embargo su padre iba a todos los partidos, haciéndole
compañía desde la grada.
Su padre, con delicadeza, le insistía en que no era ninguna obligación el jugar al balonmano, pero el joven ponía el mayor empeño en todos los entrenamientos para que alguna vez lo pudieran sacar de titular. En el instituto le llamaban “el calentador de banquillo”, pero él no se desanimaba, y su padre siempre le acompañaba dándole ánimos, acompañándole y transmitiéndole palabras de aliento, aunque no jugase.
Cuando comenzó la universidad logró entrar en el equipo de balonmano, a decir del entrenador “no por tu calidad o técnica, sino por la entrega en cada entrenamiento y el espíritu de lucha que trasmites a los compañeros”. Su alegría fue desbordante, y más cuando su padre le pidió que le enviase entradas para todos los partidos, pues aunque tuviera que desplazarse, quería seguir acompañándole desde la grada.
En 4 años no faltó a un entrenamiento ni un partido, aunque no participó en ninguno.
Al final de temporada, mientras entrenaban preparando el partido más importante, el entrenador le dio un telegrama. El joven lo cogió y después de leerlo silenciosamente … tragó muy fuerte y le dijo al entrenador: “Mi padre murió esta mañana. Debo irme”. El entrenador le abrazó y le dijo: “Tómate el tiempo que necesites. Y no te preocupes por el partido del sábado”.
Llegó el sábado. El partido no iba muy bien y en la segunda parte, cuando el equipo tenía cinco goles de desventaja, el joven entró al vestuario y sin avisar a nadie se vistió con el uniforme y corrió hacia el banquillo. Se sorprendieron todos de verle regresar tan pronto.
“Entrenador por favor, permítame jugar .. Tengo que jugar hoy”, imploró el joven. El entrenador hizo ademán de no escucharle, pero ante la insistencia y recordando la reciente muerte de su padre sintió lástima, y “de todos modos el partido es imposible de salvar”…
Minutos después de salir al campo, el entrenador, el equipo y el público no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un partido, estaba haciendo todo con maestría, arrastrando al resto del equipo. Nadie podía detenerle en el campo, y sus pases eran goles cantados. Así hasta empatar el partido.
En los últimos segundos del encuentro, el muchacho intercepto un balón y corrió todo el campo como una exhalación para marcar el gol que daba la victoria a su equipo. La emoción desbordaba al público, al equipo, al entrenador …
Finalmente, cuando la algarabía se fue calmando, el entrenado se percató de que el muchacho estaba solo, sentado en una esquina. Se acercó y le dijo: “Muchacho no puedo creerlo, estuviste fantástico, dime ¿cómo lo hiciste?"
El joven miró al entrenador y le dijo: “Usted sabe que mi padre murió…. ¿pero sabía que mi padre era ciego?”
El joven hizo una pausa y trató de sonreír. “Mi padre asistió a todos mis partidos, pero hoy era la primera vez que él podía verme jugar… y yo quise mostrarle que sí podía hacerlo”.
La Historia de la Semana
Su padre, con delicadeza, le insistía en que no era ninguna obligación el jugar al balonmano, pero el joven ponía el mayor empeño en todos los entrenamientos para que alguna vez lo pudieran sacar de titular. En el instituto le llamaban “el calentador de banquillo”, pero él no se desanimaba, y su padre siempre le acompañaba dándole ánimos, acompañándole y transmitiéndole palabras de aliento, aunque no jugase.
Cuando comenzó la universidad logró entrar en el equipo de balonmano, a decir del entrenador “no por tu calidad o técnica, sino por la entrega en cada entrenamiento y el espíritu de lucha que trasmites a los compañeros”. Su alegría fue desbordante, y más cuando su padre le pidió que le enviase entradas para todos los partidos, pues aunque tuviera que desplazarse, quería seguir acompañándole desde la grada.
En 4 años no faltó a un entrenamiento ni un partido, aunque no participó en ninguno.
Al final de temporada, mientras entrenaban preparando el partido más importante, el entrenador le dio un telegrama. El joven lo cogió y después de leerlo silenciosamente … tragó muy fuerte y le dijo al entrenador: “Mi padre murió esta mañana. Debo irme”. El entrenador le abrazó y le dijo: “Tómate el tiempo que necesites. Y no te preocupes por el partido del sábado”.
Llegó el sábado. El partido no iba muy bien y en la segunda parte, cuando el equipo tenía cinco goles de desventaja, el joven entró al vestuario y sin avisar a nadie se vistió con el uniforme y corrió hacia el banquillo. Se sorprendieron todos de verle regresar tan pronto.
“Entrenador por favor, permítame jugar .. Tengo que jugar hoy”, imploró el joven. El entrenador hizo ademán de no escucharle, pero ante la insistencia y recordando la reciente muerte de su padre sintió lástima, y “de todos modos el partido es imposible de salvar”…
Minutos después de salir al campo, el entrenador, el equipo y el público no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un partido, estaba haciendo todo con maestría, arrastrando al resto del equipo. Nadie podía detenerle en el campo, y sus pases eran goles cantados. Así hasta empatar el partido.
En los últimos segundos del encuentro, el muchacho intercepto un balón y corrió todo el campo como una exhalación para marcar el gol que daba la victoria a su equipo. La emoción desbordaba al público, al equipo, al entrenador …
Finalmente, cuando la algarabía se fue calmando, el entrenado se percató de que el muchacho estaba solo, sentado en una esquina. Se acercó y le dijo: “Muchacho no puedo creerlo, estuviste fantástico, dime ¿cómo lo hiciste?"
El joven miró al entrenador y le dijo: “Usted sabe que mi padre murió…. ¿pero sabía que mi padre era ciego?”
El joven hizo una pausa y trató de sonreír. “Mi padre asistió a todos mis partidos, pero hoy era la primera vez que él podía verme jugar… y yo quise mostrarle que sí podía hacerlo”.
La Historia de la Semana