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jueves, 13 de junio de 2013

La grandeza del Rey

Vivimos en tiempos complicados: basta asomarse a las noticias para constatar que algo no funciona bien en nuestra sociedad. 

Se le da mucha más importancia al tener que al ser, con la consecuencia de que se altera la escala de valores importantes y necesarios para la convivencia. Y, de esta forma, estamos rodeados de crisis en lo político, de corrupción económica a todos los niveles, de falta de ilusiones,...

La historia de esta semana intenta arrojar un poco de luz en este contexto respondiendo a una pregunta sencilla: ¿qué cualidades debe tener un buen dirigente? Y por extensión toda persona que tenga bajo su responsabilidad a otras.

La respuesta no es muy complicada: atender al bien común y lo mejor para los demás. ¡Cuánto cambiaría para bien nuestra sociedad ti todos actuáramos así!

El cuento se titula La grandeza del Rey, y, aunque es un poco largo, merece la pena leerlo.

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La grandeza del Rey

Había una vez un poderoso rey que tenía tres hijos. Dudando sobre quién debía sucederlo en el trono, envió a cada uno de ellos a gobernar un territorio durante cinco años, al término de los cuales deberían volver junto a su padre para mostrarle sus logros.

Así marcharon los tres, cada uno a su lugar, alegres por poder ejercer como reyes. Pero al llegar descubrieron decepcionados que tan sólo se trataba de pequeñas villas con un puñado de aldeanos, en las que ni siquiera había un castillo.

- Seguro que a mis hermanos les han dado reinos mayores, pero demostraré a mi padre que puedo ser un gran rey -se dijo el mayor. Y juntando a los pocos habitantes de su villa, les enseñó las artes de la guerra para formar un pequeño ejército con el que conquistar las villas vecinas. Así, su pequeño reino creció en fuerza y poder, y al cabo de los cinco años había multiplicado cien veces su extensión. Orgulloso, el joven príncipe reunió a aquellos primeros aldeanos, y viajó junto a su padre.

- Seguro que a mis hermanos les han dado reinos mayores; sin duda mi padre quiere probar si puedo ser un gran rey -pensó el mediano. Y desde aquel momento inició con sus aldeanos la construcción del mayor de los palacios. Y tras cinco años de duro trabajo, un magnífico palacio presidía la pequeña aldea. Satisfecho, el joven príncipe viajó junto a su padre en compañía de sus fieles aldeanos.

- Seguro que a mis hermanos les han dado reinos mayores, así que la gente de esta aldea debe de ser importante para mi padre -pensó el pequeño. Y resolvió cuidar de ellos y preocuparse por que nada les faltara. Durante sus cinco años de reinado, la aldea no cambió mucho; era un lugar humilde y alegre, con pequeñas mejoras aquí y allá, aunque sus aldeanos parecían muy satisfechos por la labor del príncipe, y lo acompañaron gustosos junto al rey.

Los tres hermanos fueron recibidos con alegría por el pueblo, con todo preparado para la gran fiesta de coronación. Pero cuando llegaron ante su padre y cada uno quiso contar las hazañas que debían hacerle merecedor del trono, el rey no los dejó hablar. En su lugar, pidió a los aldeanos que contaran cómo habían sido sus vidas.

Así, los súbditos del hijo mayor mostraron las cicatrices ganadas en sus batallas, y narraron todo el esfuerzo y sufrimiento que les había supuesto extender su reino. El hermano mayor sería un rey temible, fuerte y poderoso, y se sentían orgullosos de él.

Los súbditos del mediano contaron cómo, bajo el liderazgo del príncipe, habían trabajado por la mañana en el campo y por la tarde en la obra para construir tan magnífico palacio. Sin duda sería un gran rey capaz de los mayores logros, y se sentían orgullosos de él.

Finalmente, los súbditos del pequeño, medio avergonzados, contaron lo felices que habían sido junto a aquel rey humilde y práctico, que había mejorado sus vidas en tantas pequeñas cosas. Como probablemente no era el gran rey que todos esperaban, y ellos le tenían gran afecto, pidieron al rey que al menos siguiera gobernando su villa.

Acabadas las narraciones, todos se preguntaban lo mismo que el rey: ¿cuál de los príncipes estaría mejor preparado para ejercer tanto poder? Indeciso, y antes de tomar una decisión, el rey llamó uno por uno a todos sus súbditos y les hizo una sola pregunta:

- Si hubieras tenido que vivir estos cinco años en una de esas tres villas, ¿cuál hubieras elegido?

Todos, absolutamente todos, prefirieron la vida tranquila y feliz de la tercera villa, por muy impresionados que estuvieran por las hazañas de los dos hermanos mayores.

Y así, el más pequeño de los príncipes fue coronado aquel día como el más grande de los reyes, pues la grandeza de los gobernantes se mide por el afecto de sus pueblos, y no por el tamaño de sus castillos y riquezas.

La Historia de la Semana

domingo, 15 de enero de 2012

Hablar - Callar

Me ha ocurrido en determinadas circunstancias el pensar: 'no debería haber dicho esto', y también al contrario: 'tendría que haber dicho tal cosa'.

La cuestión de cuando hablar y cuando callar puede resultar a veces complicada y difícil, pues no tenemos toda la información necesaria sobre el tema o sobre las circunstancias que rodean al  interlocutor, y no es fácil decidirse por una u otra opción.

Por eso me ha parecido interesante compartir estas ideas que me han enviado, ya que son muy sugerentes a la hora de decidir si debo hablar o debo callar.

¡Espero que os sirvan como a mí!

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Hablar / Callar

Hablar oportunamente es acierto
Hablar ante una injusticia  es valentía

Hablar para rectificar es un deber
Hablar para defender es compasión
Hablar ante un dolor es consolar
Hablar para ayudar a otros  es caridad 

Hablar con sinceridad es rectitud
Hablar de sí mismo es vanidad 



Hablar restituyendo fama es honradez
Hablar aclarando chismes es obligación
Hablar disipando falsos rumores es de conciencia

Hablar debiendo callar es necedad
Hablar por hablar es tontería

 


Callar cuando acusan es heroísmo
Callar cuando insultan es sencillez
Callar las propias penas es sacrificio
Callar miserias humanas es caridad
Callar a tiempo es prudencia
Callar cuando hieren es santidad
Callar defectos ajenos es amor

Callar debiendo hablar es cobardía




Callar las cualidades propias es humildad
Callar para no herir susceptibilidades es delicadeza
Callar las palabras inútiles es sabiduría
Callar para escuchar es educación
Callar ante el fuerte es sometimiento
Callar ante el débil es magnanimidad
Callar en los momentos de dolor es virtud


La Historia de la Semana  

martes, 25 de octubre de 2011

La piedra

¿Qué puedo hacer con una piedra?

Así a primera vista podemos dar numerosas respuestas a esta pregunta, ya que una piedra tiene efectivamente una amplia gama de usos.

Pero la cuestión que interesa resaltar es: ¿cómo puedo aprovecharla para que me sirva y me sea útil? 

Por poner un ejemplo: Antonio Gaudí recogía trozos de cerámica y con ellos completó los bancos del Parque Guell en Barcelona, logrando una verdadera obra de arte, como se puede apreciar en la foto.

Un contratiempo, un problema, una dificultad, (un suspenso, una enfermedad, una ruptura,...) son piedras que vamos encontrando en el camino de la vida y que podemos aprovechar para construir algo más bonito que lo anterior, sin dejar que nos supere. Basta un poco de sabiduría, creatividad y ganas de superación.

De esto trata el relato que comparto esta semana titulado La piedra.


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La piedra

El distraído tropezó con ella.

El violento la utilizó como proyectil.


El emprendedor construyó con ella.


El campesino, cansado, la utilizó de asiento.

Para los niños, fue un juguete.

Drummond la poetizó.

David, con  una piedra, mató a Goliat.

Y Miguel Angel, sacó la más bella de las esculturas.



En todos los casos la diferencia no estuvo en la piedra sino en el hombre...

No existe "piedra" en el camino que no podamos aprovechar para el propio crecimiento. 



La Historia de la Semana

viernes, 6 de mayo de 2011

El monje y el jardín

El corazón tiene razones que la razón no entiende. Creo que esta frase de Pascal es bastante conocida e ilustra muy bien la historia de esta semana, titulada El monje y el jardín.

Con excesiva frecuencia intentamos meter todas las cosas que nos rodean en el molde de la razón, pero vemos a diario que muchas se nos escapan, como el amor. 

Este es para mí el mensaje de este cuento: que siempre hay un + en todas nuestras cosas y únicamente desde la perspectiva del maestro podemos contemplarlo y asumirlo.

¡A ver si os gusta!

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El monje y el jardín

Cuenta la leyenda que un anciano monje japonés pidió a su discípulo predilecto que arreglara el jardín del templo. 


Como todo el mundo sabe, los jardines japoneses nada tienen que ver con los occidentales: están cargados de simbolismo y cada detalle, cada planta, cada roca, cada riachuelo tiene un significado concreto.

Pues bien, el discípulo hizo lo que le pedía el maestro, pero éste no se mostró satisfecho:

–Aún falta algo –le dijo–.

Por tres veces trató el joven alumno de mejorar el jardín sin conseguir la aprobación del anciano. Hasta que, por fin, se rindió:

–Maestro, no logro saber qué es lo que falta. He cuidado cada uno de los detalles y no soy capaz de hacer más.

Entonces el maestro se inclinó, tomó una hojas secas de arce y las lanzó descuidadamente sobre el jardín.

–Ahora está bien –concluyó–.


La Historia de la Semana

miércoles, 4 de mayo de 2011

Con el tiempo....

Una idea que en ocasiones pasa por la cabeza es lo bueno que sería tener la experiencia que dan los años pero con la edad de cuando se era joven. Sin embargo, no es posible....

El joven tiene que adquirir esa experiencia de la vida poco a poco, ¡viviendo!, no sin equivocarse muchas veces, darse cuenta, y rectificar las decisiones. 

Lo que resulta más triste es llegar a mayor sin haber aprovechado las circunstancias de la vida para madurar y extraer lo esencial en las relaciones humanas. 

La historia de esta semana es un texto de Jorge Luis Borges en el que alerta precisamente de que hay situaciones que sólo se aprenden con el tiempo... y que lo dejamos pasar sin darnos cuenta.

Se titula Con el tiempo... El texto es un extracto de la versión completa, que está en el video que va al final.


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Con el tiempo...

Con el tiempo aprendes la sutil diferencia que hay entre tomar la mano de alguien y encadenar un alma.

Con el tiempo aprendes que el amor no significa apoyarse en alguien y que la compañía no significa seguridad.

Con el tiempo... empiezas a entender que los besos no son contratos, ni los
regalos promesas.

Con el tiempo te das cuenta de que si estas al lado de esa persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.


Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que el dinero.

Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados, y que el que no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas.


Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes...


Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual.


Con el tiempo te das cuenta que aunque seas feliz con tus amigos, algún día llorarás por aquellos que dejaste ir.


Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.

Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.


Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo.... ante una tumba..., ya no tiene ningún sentido...
 
Pero desafortunadamente.... esto sólo lo entendemos con el tiempo.
 
Y recuerda estas palabras: "El hombre se hace viejo muy pronto y sabio demasiado tarde"... justamente cuando ya no hay tiempo.


jueves, 21 de abril de 2011

Tipos de cruces

El emblema característico de los cristianos desde el siglo primero es la cruz. Para los romanos era un signo ignominioso y detestable, propio de criminales, pero que se ha convertido en toda una señal de identidad para muchas personas.

Pero cuando hablamos de 'cruz', ¿en qué estamos pensando? ¿Simplemente en un ornamento decorativo que llevamos al cuello? ¿O la que está en las iglesias? 

Hay muchos tipos de cruces en la vida, y la cruz que caracteriza al cristiano va mucho más allá de lo ornamental.

Comparto este semana un breve texto que ilustra muy bien esta idea, con la esperanza de que nos sea útil y nos haga pensar en estos días. 

Yo estaré retirado del mundanal ruido en este sitio tan bonito. ¡Hasta la vuelta!

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Tipos de cruces

Hay cruces que te atrapan:

te atrapa la droga,
te atrapa el placer,
te atrapa el juego,
te atrapa la envidia,

te atrapa el poder…

Yo huyo de estas cruces.


 
Hay cruces casi inevitables:
ciertas edades,

ciertos climas,

ciertos trabajos,

ciertos caracteres,

ciertos silencios...

Y uno debe asumirlas. 



Hay cruces de temporada:

cruces de cuaresma,

cruces de funeral,

cruces de semana santa,

cruces de antes del examen, ...

   
Yo no me fío mucho de estas cruces.

 
Hay cruces que te endosan:
en forma de calumnia,

en forma de contagio,

de forma de timo,

en forma de chapuza,...


Yo evito y soporto este tipo de cruces.



 

Hay cruces de competición:
trabajo más que nadie,
aguanto más que nadie,

sufro más que nadie,

doy más que nadie
,
rezo más que nadie,...


Yo me río de esas cruces
.


 

Hay cruces asombrosas y admirables:
la del que procura que el otro no tenga cruz,

la del que ayuda a otro a llevar la cruz,

la del que se sacrifica para que el otro no se sacrifique,

la del que sufre sencillamente porque ama...


Estas cruces son las que me gustaría llevar.


sábado, 15 de enero de 2011

La canasta vacía

La historia de esta semana está ambientada en el antiguo Egipto y lleva por título La canasta vacía.

Estoy convencido que la gran mayoría de los lectores han tenido que sufrir reuniones en las que, después de mucho hablar y hablar, no se llega a ningún resultado concreto, con la sensación que se queda por dentro de pérdida del tiempo, aburrimiento, ...

En esas ocasiones se echa en falta una persona que tome las riendas y fije criterios claros y evaluables  para poder 'pasar a la acción'.

Pues de esto precisamente trata el cuento de hoy, y además con una mujer como protagonista. No añado nada más para dejar un poco de intriga y se pueda pasar a la lectura.



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La canasta vacía

... La esposa del Faraón de Egipto había perdido muchos hijos en su vientre... Este parto, seguramente, era su última oportunidad para darle un heredero al Faraón. Rodeada de médicos y sirvientas el dolor de su vientre fue en aumento hasta que explotó en un grito de dolor liberador y, simultáneamente a su muerte, dio un parto de cinco hijos, cuatro de ellos varones y una niña.

El Faraón crió con amor y dedicación a sus hijos, dándoles la educación de futuros gobernantes a los varones y de princesa a la hija. Pasados los años y crecidos sus hijos, el Faraón se enfrentó al dilema de escoger a su sucesor. Dado que todos habían nacido en el mismo parto, no había un primogénito a quién le correspondiese por derecho, así que consultó con el Consejo de Ancianos: 

- "¿Qué debo hacer?, ¿cómo elegir a mi sucesor ?, ¿quizás deba dividir el Imperio en cuatro reinos para ser justo con todos ellos ?"

Los sabios respondieron:
- "No, su majestad. Dividir el Imperio implica debilitarlo y ello acarreará su destrucción; además, usted tuvo cinco hijos y sería injusto con su hija. Lo mejor es hacer un Concurso entre ellos y el que traiga el Proyecto que más beneficie a Egipto, ése sea el escogido"

Satisfecho con la sabiduría del consejo recibido, el Faraón citó a sus hijos -incluida la hija- y les dijo:
- "Tenéis seis meses para plantear el Proyecto más beneficioso para Egipto, quién así lo haga será elegido mi sucesor".

En ese mismo instante los cuatro varones se miraron suspicaces, surgiendo por primera vez entre ellos el recelo y el temor. Seis meses después los cinco hijos se congregaron en el Salón del Faraón portando los varones gran cantidad de maquetas y planos y la hija una canasta vacía.

El Faraón escuchó por turno los Proyectos. Cada cual superaba al anterior: que si un Sistema de Caminos para el Reino, que si un Sistema de Canales de Riego, que si un Sistema de Silos para las Cosechas, que si un Sistema de Puertos para el comercio.. Era realmente difícil pensar en uno que superase a los demás. La discusión para analizar el valor de cada uno, sin duda sería ardua, problemática y difícil.

Sin embargo, al llegar el turno a la hija ésta mostró su canasta vacía y dijo:
- "Padre, yo traigo una canasta vacía que hoy vale tanto como las maquetas que has visto. Nadie puede decir qué obra es la mejor hasta no verla hecha y, para ese entonces el contenido de mi canasta podría superar en valor a cualquiera de ellos."

Todos quedaron sorprendidos por el enunciado, pero el Faraón y el Consejo de Sabios estuvieron de acuerdo en que discutir el valor de los Proyectos no tenía más sentido que discutir el valor del contenido de una canasta vacía. Entonces la solución fue obvia: los recursos del reino se afectarían al desarrollo de los Proyectos durante dos años y al cabo de ese tiempo se analizaría el beneficio real de cada obra para el Reino.

Pasaron los dos años de febril actividad y llegó el momento de presentarse de nuevo en el Salón del Trono. Cada uno de los hijos venía orgulloso con gran cantidad de documentos y asesores para demostrar que su obra había sido la más beneficiosa para el Reino ... y la hija llegó con su canasta vacía...

A su turno cada hijo expuso el valor de las obras hechas: de cómo ahora el sistema de riego había aumentado las cosechas, de cómo ahora el sistema de caminos permitían que esas cosechas llegasen hasta el último rincón del Reino, de cómo ahora el sistema de silos permitía almacenarlas de modo limpio y seguro, de cómo ahora los nuevos puertos eran fuente de comercio y prosperidad.

Al llegar el turno de la hija, ésta señaló su canasta y dijo:
- "Padre, tal como lo anuncié, el tiempo me permitiría dar valor al contenido de esta canasta... ahora lo ves, gracias a mi canasta vacía el Reino tiene canales, caminos, silos y puertos... Sin ella sólo hubiésemos tenido Proyectos y una larga discusión para ver cual era el mejor sin que nunca ocurriese nada..."

Los cuatro hermanos se dieron vuelta sorprendidos y azorados y, tras un momento de vacilación se arrodillaron frente a su hermana...

... Y así Egipto tuvo su primera Emperatriz...."



La Historia de la Semana

sábado, 18 de diciembre de 2010

Alejandro Magno

Estos días se ha inaugurado en Madrid una exposición sobre Alejandro Magno y me ha recordado un texto que circula por la red que recibí hace un tiempo y que describe muy bien al personaje. Aunque haya dudas sobre la autenticidad del texto, su mensaje es universal y encaja perfectamente como historia de esta semana.

Alejandro Magno murió el 10 de junio del 323 a.C. en Babilonia, a los 32 años de edad, probablemente víctima de unas fiebres tifoideas, y a esa edad ya había conquistado el mundo conocido de la época.

Según los historiadores, el gran misterio de Alejandro se centra en su genio como estratega, su habilidad organizativa así como sus cualidades como líder y su sensibilidad para apreciar las diversidades culturales. No en vano consiguió llevar a sus hombres a través de medio mundo, conquistando Grecia, Persia y llegando hasta las riberas del  Indo, en pleno Oriente.

Los tres últimos deseos de Alejandro Magno nos recuerdan la humildad y sencillez con que debemos afrontar los retos de la vida.

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Los tres últimos deseos de Alejando Magno

Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos:

1 - Que su ataúd fuese llevado en hombros y transportado por los propios médicos de la época.

2 - Que los tesoros que había conquistado de plata, oro y piedras preciosas, fueran esparcidos por el camino hasta su tumba.

3 - Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, y a la vista de todos.

Uno de sus generales, asombrado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuáles eran sus razones para obrar así, a lo que Alejandro replicó:

1 - Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para así mostrar que ellos NO tienen, ante la muerte el poder de curar.

2 - Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen.

3 - Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El verdadero valor del anillo

La historia de esta semana es un cuento que me encanta y he comprobado, con extrañeza, que todavía no estaba incluido en el blog.

Lo suelo contar cuando estoy con jóvenes inquietos que aún andan buscando su identidad en el grupo y recurren a cosas extrañas para llamar la atención de los demás.

Viene a recordar algo evidente pero que a veces se nos olvida: cada amigo, cada persona que pasa a nuestro lado, alberga una joya en el corazón. Y la cuestión que me plantea es: ¿soy capaz de reconocerla?

El cuento se titula El verdadero valor del anillo. Aquí va:

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El verdadero valor del anillo

Un joven acudió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

- ¡Cuánto lo siento muchacho, pero no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- E... encantado, maestro -titubeó el joven, quien se sintió otra vez  desvalorizado y sus necesidades postergadas-.

- Bien -asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban la espalda y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

- ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.

- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.