En muchas ocasiones no podemos evitar que nuestras reacciones dependan de las actitudes de las personas que nos rodean. Vivimos en un mundo de relaciones y la interacción con los demás ejerce su influencia.
Sin embargo, un signo de madurez personal es precisamente saber estar por encima de las opiniones de los demás y actuar con un criterio propio.
Thomas de Kempis, en su famoso libro Imitación de Cristo, dice una frase a este respecto muy significativa: No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más.
La historia de esta semana, titulada El viejo maestro, nos recuerda que lo importante a la hora de actuar es precisamente lo que llevamos dentro del corazón, no las provocaciones que vienen de fuera, actuando siempre con serenidad como signo de la madurez personal.
¡Espero que os sirva tanto como a mí!
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El viejo maestro
Había una vez hace mucho tiempo un viejo maestro en el arte de la guerra, ya retirado, que se dedicaba a enseñar el arte de la meditación a sus jóvenes alumnos. A pesar de su avanzada edad, corría la leyenda que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierto día apareció por allí un guerrero con fama de ser el mejor en su género. Era conocido por su total falta de escrúpulos y por ser un especialista en la técnica de la provocación.
Este guerrero esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y después con una inteligencia privilegiada para captar los errores del contrario atacaba con una velocidad fulminante. Nunca había perdido un combate.
Sabiendo de la fama del viejo maestro, fue allí para derrotarlo y así aumentar su fama de invencible. El viejo aceptó el reto y se vieron en la plaza pública con todos los alumnos y gentes del lugar. El joven empezó a insultar al viejo maestro. Le escupió, tiró piedras en su dirección, le ofendió con todo tipo de desprecios a él, sus familiares y antepasados.
Durante varias horas hizo todo para provocarlo, pero el viejo maestro permaneció impasible. Al final de la tarde, exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró.
Los discípulos corrieron hacia su maestro y le preguntaron cómo había soportado tanta indignidad de manera cobarde sin sacar su espada, asumiendo el riesgo de ser vencido.
-Si alguien te hace un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece ese regalo? -preguntó el viejo maestro.
-A quien intentó entregarlo -respondió un discípulo.
-Pues lo mismo vale para la rabia, la ira, los insultos y la envidia -dijo el maestro- : Cuando no son aceptados continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
La Historia de la Semana
Sin embargo, un signo de madurez personal es precisamente saber estar por encima de las opiniones de los demás y actuar con un criterio propio.
Thomas de Kempis, en su famoso libro Imitación de Cristo, dice una frase a este respecto muy significativa: No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen; lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más.
La historia de esta semana, titulada El viejo maestro, nos recuerda que lo importante a la hora de actuar es precisamente lo que llevamos dentro del corazón, no las provocaciones que vienen de fuera, actuando siempre con serenidad como signo de la madurez personal.
¡Espero que os sirva tanto como a mí!
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El viejo maestro
Había una vez hace mucho tiempo un viejo maestro en el arte de la guerra, ya retirado, que se dedicaba a enseñar el arte de la meditación a sus jóvenes alumnos. A pesar de su avanzada edad, corría la leyenda que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierto día apareció por allí un guerrero con fama de ser el mejor en su género. Era conocido por su total falta de escrúpulos y por ser un especialista en la técnica de la provocación.
Este guerrero esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y después con una inteligencia privilegiada para captar los errores del contrario atacaba con una velocidad fulminante. Nunca había perdido un combate.
Sabiendo de la fama del viejo maestro, fue allí para derrotarlo y así aumentar su fama de invencible. El viejo aceptó el reto y se vieron en la plaza pública con todos los alumnos y gentes del lugar. El joven empezó a insultar al viejo maestro. Le escupió, tiró piedras en su dirección, le ofendió con todo tipo de desprecios a él, sus familiares y antepasados.
Los discípulos corrieron hacia su maestro y le preguntaron cómo había soportado tanta indignidad de manera cobarde sin sacar su espada, asumiendo el riesgo de ser vencido.
-Si alguien te hace un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece ese regalo? -preguntó el viejo maestro.
-A quien intentó entregarlo -respondió un discípulo.
-Pues lo mismo vale para la rabia, la ira, los insultos y la envidia -dijo el maestro- : Cuando no son aceptados continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
La Historia de la Semana
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