Navidad es tiempo de ilusión y de inocencia. Tiempo de demostrar que los buenos sentimientos están presentes en el corazón de las personas.
Tiempo excepcional para demostrar que el amor está por encima de los pequeños o grandes egoísmos que a veces nos atenazan.
Y quienes nos aventajan en este camino son los niños con su inocencia y su fe en hacer el bien a los demás.
La historia de esta semana trata de esto y de mucho más: de cómo podemos estar atentos para aportar nuestra ayuda al que lo necesita sin más que compartir lo que tenemos.
Aquí os dejo con El milagro de Sue. Es una historia un poquito larga pero merece la pena.
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El milagro de Sue
Sue fue a su habitación y sacó un frasco que tenía escondido en el armario. Esparció su contenido en el suelo y contó con cuidado. Tres veces, incluso. El total fue contado a la perfección. No cabían errores.
Con cuidado devolvió las monedas al frasco y cerrando la tapa salió sigilosamente por la puerta trasera. Caminó las seis manzanas hasta la farmacia que tenía un gran signo de jefe indio sobre la puerta.
Esperó pacientemente a que el farmacéutico le prestara atención, pero estaba muy ocupado por el momento.
Sue movió los pies para que rechinaran sus zapatos. Nada. Se aclaró la garganta lo más fuerte que pudo. No sirvió de nada. Finalmente tomó 25 centavos del frasco y tocó en el mostrador de cristal. ¡Con eso fue suficiente!
-¿Y que es lo que quieres? -le preguntó el farmacéutico con tono de disgusto en la voz. ¿No ves que estoy hablando con mi hermano que viene de Chicago y no he visto en años?
-Bueno, pues yo quiero hablar contigo acerca del mío -le contestó Sue con el mismo tono de impaciencia. El está realmente muy, muy enfermo... y quiero comprar un milagro.
- ¿Perdón? -dijo el farmacéutico.
- Su nombre es Andrew y algo malo ha estado creciendo en su cabeza y mi papi dice que sólo un milagro puede salvarlo. Ahora dime, ¿cuánto cuesta un milagro?
-Mira niña, nosotros no vendemos milagros aquí. Lo siento pero no puedo ayudarte, -dijo el farmacéutico, con voz suave.
- Oye, tengo dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré lo que falte. Sólo dime cuanto cuesta.
El hermano del farmacéutico, que era un hombre muy bien vestido, intervino y le preguntó a la niñita: ¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?
- No sé, replicó Sue, con los ojos muy abiertos. Yo sólo sé que está muy enfermo y mami dice que necesita una operación. Pero mi papi no puede pagarla, por eso quiero usar mi dinero.
- ¿Cuánto tienes?, le preguntó el hombre de Chicago.
- Un dólar con veinticinco centavos, -contestó Sue, con voz apenas audible. Y ese es todo el dinero que tengo, pero puedo conseguir más si es necesario.
- Bueno, ¡qué coincidencia!, -sonrió el hombre. Un dólar y veinticinco centavos: el precio exacto de un milagro para un hermano enfermo.
Tomó el dinero en sus manos y con la otra sostuvo su manita enguantada y dijo: Llévame a donde vives. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres. Veamos si tengo el milagro que necesitas.
Ese hombre bien vestido era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano especializado en neurocirugía. La operación fue completamente gratis y sin cargo alguno por su estancia en el hospital, hasta que Andrew regresó sano a casa.
Los padres de Sue hablaban felices de las circunstancias que llevaron a este doctor hasta su puerta. Esa cirugía, dijo su madre, fue un verdadero milagro. Me pregunto cuanto habría costado.
Sue sonrió. Ella sabía exactamente cuanto costaba un milagro: un dólar con veinticinco centavos más la fe de una pequeña.
La Historia de la Semana
Tiempo excepcional para demostrar que el amor está por encima de los pequeños o grandes egoísmos que a veces nos atenazan.
Y quienes nos aventajan en este camino son los niños con su inocencia y su fe en hacer el bien a los demás.
La historia de esta semana trata de esto y de mucho más: de cómo podemos estar atentos para aportar nuestra ayuda al que lo necesita sin más que compartir lo que tenemos.
Aquí os dejo con El milagro de Sue. Es una historia un poquito larga pero merece la pena.
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El milagro de Sue
Sue fue a su habitación y sacó un frasco que tenía escondido en el armario. Esparció su contenido en el suelo y contó con cuidado. Tres veces, incluso. El total fue contado a la perfección. No cabían errores.
Con cuidado devolvió las monedas al frasco y cerrando la tapa salió sigilosamente por la puerta trasera. Caminó las seis manzanas hasta la farmacia que tenía un gran signo de jefe indio sobre la puerta.
Esperó pacientemente a que el farmacéutico le prestara atención, pero estaba muy ocupado por el momento.
Sue movió los pies para que rechinaran sus zapatos. Nada. Se aclaró la garganta lo más fuerte que pudo. No sirvió de nada. Finalmente tomó 25 centavos del frasco y tocó en el mostrador de cristal. ¡Con eso fue suficiente!
-¿Y que es lo que quieres? -le preguntó el farmacéutico con tono de disgusto en la voz. ¿No ves que estoy hablando con mi hermano que viene de Chicago y no he visto en años?
-Bueno, pues yo quiero hablar contigo acerca del mío -le contestó Sue con el mismo tono de impaciencia. El está realmente muy, muy enfermo... y quiero comprar un milagro.
- ¿Perdón? -dijo el farmacéutico.
- Su nombre es Andrew y algo malo ha estado creciendo en su cabeza y mi papi dice que sólo un milagro puede salvarlo. Ahora dime, ¿cuánto cuesta un milagro?
-Mira niña, nosotros no vendemos milagros aquí. Lo siento pero no puedo ayudarte, -dijo el farmacéutico, con voz suave.
- Oye, tengo dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré lo que falte. Sólo dime cuanto cuesta.
El hermano del farmacéutico, que era un hombre muy bien vestido, intervino y le preguntó a la niñita: ¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?
- No sé, replicó Sue, con los ojos muy abiertos. Yo sólo sé que está muy enfermo y mami dice que necesita una operación. Pero mi papi no puede pagarla, por eso quiero usar mi dinero.
- ¿Cuánto tienes?, le preguntó el hombre de Chicago.
- Un dólar con veinticinco centavos, -contestó Sue, con voz apenas audible. Y ese es todo el dinero que tengo, pero puedo conseguir más si es necesario.
- Bueno, ¡qué coincidencia!, -sonrió el hombre. Un dólar y veinticinco centavos: el precio exacto de un milagro para un hermano enfermo.
Tomó el dinero en sus manos y con la otra sostuvo su manita enguantada y dijo: Llévame a donde vives. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres. Veamos si tengo el milagro que necesitas.
Ese hombre bien vestido era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano especializado en neurocirugía. La operación fue completamente gratis y sin cargo alguno por su estancia en el hospital, hasta que Andrew regresó sano a casa.
Los padres de Sue hablaban felices de las circunstancias que llevaron a este doctor hasta su puerta. Esa cirugía, dijo su madre, fue un verdadero milagro. Me pregunto cuanto habría costado.
Sue sonrió. Ella sabía exactamente cuanto costaba un milagro: un dólar con veinticinco centavos más la fe de una pequeña.
La Historia de la Semana
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