Comparto esta semana dos relatos breves de Anthony de Mello que me parecen interesantes pues nos recuerdan el papel que cada uno de nosotros desempeña en la relación con los demás y con Dios.
- Maestro, mi confianza en Dios es tan grande que ni siquiera até mi camello allá afuera. Lo dejé a la providencia de Dios, al cuidado de El.
Cierto día, iba paseando por una calle cuando de repente vi a un niño hambriento, sucio y tiritando de frío dentro de sus harapos. Me encolericé y le dije a Dios:
- ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para ayudar a ese pobre niño?
- Ciertamente que he hecho algo: ¡Te he hecho a ti!
Una idea que se escucha con frecuencia es lo que se ha llamado el silencio de Dios: la aparente falta de respuesta de Dios ante los graves problemas de los hombres, que los vemos todos los días en forma de guerras, enfermedades, accidentes,...
A veces podemos pensar que Dios, como ser supremo y omnipotente que es, tendría que actuar para cambiar el curso de la historia o para evitar el sufrimiento de las personas. Pero casi siempre nos olvidamos de que su manera de actuar en el mundo es precisamente a través de cada uno de nosotros.
Por eso, lo que nosotros podemos y debemos hacer es responsabilidad nuestra y sólo nuestra, sin 'echar balones fuera'.
Estos dos breves relatos son una buena muestra de ello.
A veces podemos pensar que Dios, como ser supremo y omnipotente que es, tendría que actuar para cambiar el curso de la historia o para evitar el sufrimiento de las personas. Pero casi siempre nos olvidamos de que su manera de actuar en el mundo es precisamente a través de cada uno de nosotros.
Por eso, lo que nosotros podemos y debemos hacer es responsabilidad nuestra y sólo nuestra, sin 'echar balones fuera'.
Estos dos breves relatos son una buena muestra de ello.
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Un muchacho va al encuentro de un gran maestro. Y le dice:
Un muchacho va al encuentro de un gran maestro. Y le dice:
- Maestro, mi confianza en Dios es tan grande que ni siquiera até mi camello allá afuera. Lo dejé a la providencia de Dios, al cuidado de El.
Y el maestro le respondió:
- Vuelve y ata tu camello al poste, ¡insensato! No es necesario molestar a Dios con algo que tú mismo puedes hacer.
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Cierto día, iba paseando por una calle cuando de repente vi a un niño hambriento, sucio y tiritando de frío dentro de sus harapos. Me encolericé y le dije a Dios:
- ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para ayudar a ese pobre niño?
Esperé la respuesta, pero fue en vano. Sin embargo, aquella noche, cuando menos lo esperaba, Dios respondió a mis preguntas airadas:
- Ciertamente que he hecho algo: ¡Te he hecho a ti!
1 comentario:
Muy bueno, Jose Maria. Gracias por compartir esta historia
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