miércoles, 22 de julio de 2009

El reflejo de la vida

Se acaba el mes de julio y todo el mundo está ya pensando en las vacaciones. ¡Yo también para no ser menos! O sea que el finde que viene enviaré la última historia de este curso (así podréis descansar un poco de este amigo tan pesado :-))



Muchas veces me he hecho la pregunta de cómo es posible que ante la misma situación externa cada uno reaccionemos de manera diferente. Hay quien se enfada, quien sonríe, quien pasa olímpicamente o se preocupa como si fuera vital,... De esto trata la historia de este semana, que lleva por título El reflejo de la vida, aplicado a la amistad.
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El reflejo de la vida

 
Había una vez un anciano que pasaba los días pescando, sentado junto al río, a la entrada de un pueblo. Un día pasó por allí un joven, se acercó y le dijo:


- Disculpe señor, soy nuevo aquí, nunca antes había venido por estos lugares. ¿Cómo es la gente de esta ciudad?

 
El anciano le respondió con otra pregunta:


-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

 
-Egoístas y malvados, por eso estoy contento de haberme marchado de allí.

 
- Pues precisamente así son los habitantes de esta ciudad -le respondió el anciano.


Un poco después pasó otro joven, se acercó al anciano y le expuso la misma cuestión:


-Perdone, justamente acabo de mudarme y es la primera vez que voy a entrar en esta ciudad, ¿podría decirme cómo son sus habitantes?

 
El anciano le respondió de nuevo con la misma pregunta:


-¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?

 
-Eran buenos y generosos, hospitalarios, honestos y trabajadores. Tenía tantos amigos que me ha costado mucho separarme de ellos.

 
-Pues también los habitantes de esta ciudad son así -respondió el anciano.


Un hombre que había llevado a sus animales a beber agua al río y que había escuchado ambas conversaciones, en cuanto el segundo joven se alejó le preguntó al anciano:


-¿Cómo puede dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta realizada por dos personas?

 
-Mira -respondió el anciano-, es muy sencillo. Cada persona lleva el universo en su corazón. Quien no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, también aquí encontrará amigos fieles y leales.

La Historia de la Semana

sábado, 11 de julio de 2009

Corazón de cebolla

Escribo desde Roma, donde me encuentro esta semana participando en un curso para misioneros. Tiempo de convivencia, tiempo de compartir; tiempo de reencuentro con amigos de siempre, tiempo de aprender,.... y tiempo de recuperar fuerzas para el curso que viene.


Decimos a veces que las personas 'en el fondo son buenas'. Yo estoy convencido que es un aserto plenamente real. Son las circunstancias que nos rodean las que hacen que se tengan que autoproteger, cubriendo los verdaderos y auténticos sentimientos en capa tras capa para no resultar vulnerable y poder defenderse frente a la adversidad.


Por eso es bueno aprender a ver el corazón de las personas a través de sus manifestaciones y libres de prejuicios. Por cierto, ¿sabéis porque lloramos al pelar una cebolla? Pues seguid leyendo y lo sabréis ...
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Corazón de cebolla


Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas.


Como todos los huertos, tenía mucha frescura y agrado. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.


Pero de pronto, un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran deslumbradores, centelleantes, como el color de una sonrisa o el color de un bonito recuerdo.


Después de sesudas investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón (porque también las cebollas tienen su propio corazón), un piedra preciosa. Una tenía un topacio, la otra un aguamarina, aquélla un lapislázuli, la de más allá una esmeralda ... ¡Una verdadera maravilla!


Pero por una incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas de lo más vulgar.


Pasó entonces por allí un sabio, que gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarlas una por una:


-¿Por qué no eres como eres por dentro?


Y ellas le iban respondiendo:


-Me obligaron a ser así...


-Me fueron poniendo capas... incluso yo me puse algunas para que no me dijeran....


Algunas cebollas tenían hasta diez capas, y ya ni se acordaban de por qué se pusieron las primeras capas. Y al final el sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes.


Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón. Y así será hasta el fin del mundo.

sábado, 27 de junio de 2009

El amigo leal

Esta semana está llena de acontecimientos con la celebración de las bodas de oro de nuestro Instituto. Y nada mejor que un cuento sobre la amistad para recordar los lazos que nos unen a todos.


La auténtica y verdadera amistad es difícil de encontrar, pero cuando se alcanza da una riqueza y confianza enorme. De esto trata el cuento de esta semana.

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El amigo leal


Un insurrecto había sido condenado a morir en la horca. El hombre tenía a su madre viviendo en una lejana localidad y no quería dejar de despedirse de ella por este motivo. Hizo al rey la petición de que le permitiese partir unos días para visitar a su madre. El monarca sólo puso una condición: que un rehén ocupase su lugar mientras permanecía ausente y que, en el supuesto de que no regresase, fuera ejecutado por él.

El insurrecto recurrió a su mejor amigo y le pidió que ocupase su puesto. El rey dio un plazo de siete días para que el rehén fuera ejecutado si en ese tiempo no regresaba el condenado.


Pasaron los días. El sexto día se levantó el patíbulo y se anunció la ejecución del rehén para la mañana del día siguiente. El rey preguntó por su estado de ánimo a los carceleros, y éstos respondieron:

-¡Oh, majestad! Está verdaderamente tranquilo. Ni por un momento ha dudado de que su amigo volverá.

El rey sonrió con escepticismo.

Llegó la noche del sexto día. La tranquilidad y la confianza del rehén resultaban asombrosas. De madrugada, el monarca indagó sobre el rehén y el jefe de la prisión dijo:

-Ha cenado opíparamente, ha cantado y está extraordinariamente sereno. No duda de que su amigo volverá.

-¡Pobre infeliz! -exclamó el monarca.

Llegó la hora prevista para la ejecución. Había comenzado a amanecer. El rehén fue conducido hasta el patíbulo. Estaba relajado y sonriente.

El monarca se extrañó al comprobar la firmeza anímica del rehén. El verdugo le colocó la cuerda al cuello, pero él seguía sonriente y sereno.

Justo cuando el rey iba a dar la orden para la ejecución, se escucharon los cascos de un caballo. El insurrecto había regresado justo a tiempo.

El rey, emocionado, concedió la libertad a ambos hombres.