Una de las cosas esenciales en la vida es darle un sentido claro a nuestra existencia para que todos los actos que realizamos tengan unidad, dirección y sentido.
Es triste ver cómo muchas personas se limitan a vivir dejándose llevar por los acontecimientos que le rodean sin poner un rumbo claro hacia un ideal o conformándose con una aspiración materialista que no acaba de llenar el corazón.
La historia que comparto esta semana es breve pero me ha gustado mucho porque pone de relieve cómo hasta en circunstancias difíciles es posible encontrar un hecho por lo que merezca la pena luchar.
Se titula Belleza para vivir, y, como indica el título, el motor en este caso es la belleza de una flor. La hermosura, junto con la verdad y el bien, son atributos de la persona que nos guían en la vida.
============ Belleza para vivir
Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena por él y le socorrió dándole dos monedas de cobre. Horas más tarde, los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado:
- “¿Qué has hecho con las monedas que te he dado?”, preguntó el mercader.
- “Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; con la otra me he comprado una rosa, para tener por qué vivir…”
Una de las piezas clásicas más interpretadas es el Adagio de Albinoni, por su intimismo lírico que evoca un sentimiento profundo de paz y armonía.
Se ha hecho famoso con este nombre aunque la pieza es original de un compositor italiano que la publicó a mediados del siglo pasado y la dedicó a Tomaso Albinoni.
Dentro del apartado de la música relajante merece un lugar especial y por eso la comparto esta semana.
He encontrado dos interpretaciones que me han encantado.
La primera corresponde a una interpretación en directo:
El humor siempre es bienvenido en la relaciones humanas pues ayuda a distender las situaciones y afrontarlas mejor, y permite transmitir valores de forma amena.
Comparto esta semana una simpática animación que me ha llegado de unos personajes rusos que desconocía: Masha y el Oso, y que me han hecho reir un rato. Además no está exenta de moraleja: hay que ser responsable de los actos propios; y si hago algo mal, estoy en la obligación moral de resarcirlo.
¿Has empleado todas tus fuerzas? Es una pregunta que nos podrían hacer cuando algo no nos acaba de salir como nosotros queremos.
Habitualmente nos empeñamos con todas nuestras fuerzas en sacar adelante lo que nos interesa y si lo logramos nos quedamos bien satisfechos.
Pero cuando no lo conseguimos, a veces no nos preguntamos si hemos hecho todo lo posible para lograrlo, y no caemos en la cuenta de que otras personas nos pueden ayudar a alcanzar lo que deseamos.
Precisamente uno de los valores más citados hoy día es el de la solidaridad, por el que personas de buen corazón prestan su ayuda desinteresada a otros. La historia de esta semana es breve pero muy bonita y muy ilustrativa en este sentido. Aquí va a continuación. =========== Usa todas tus fuerzas Un padre estaba observando a su hijo pequeño que trataba de mover una maceta con flores muy pesada.
El pequeño se esforzaba, sudaba, pero no conseguía desplazar la maceta ni un milímetro.
- “¿Has empleado todas tus fuerzas”, le preguntó el padre.
- “Sí”, respondió el niño.
- “No”, replicó el padre. “Aún no me has pedido que te ayude...”.
Siempre pensamos que nuestros problemas y dificultades son únicos y más importantes que los de los demás. Y ello nos resta objetividad a la hora de percibir las situaciones que nos rodean. Me ha gustado mucho el cuento que comparto esta semana, titulado El problema de los otros, original del escritor brasileño Paulo Coelho, porque trata precisamente de este tema y nos hace reflexionar sobre la madurez personal para acometer estas situaciones.
Y básicamente todo se reduce a estar abiertos para pensar en los problemas de los demás y ser conscientes de que cada persona tiene sus propias dificultades.
En definitiva, se trata de afrontar la vida con amor y sin egoísmos para centrarse en el bien más alto: estar al servicio de los demás con generosidad y disposición. ======== El problema de los otros
Érase una vez un sabio muy conocido que vivía en una montaña del Himalaya. Cansado de convivir con los hombres, había optado por una vida sencilla, y pasaba la mayor parte de su tiempo meditando.
Su fama, no obstante, era tan grande que las personas estaban dispuestas a caminar por estrechos senderos, subir colinas escarpadas, o vadear caudalosos ríos, apenas para conocer a aquel hombre santo, al que creían capaz de resolver cualquier angustia del corazón humano.
Este sabio, como era un hombre muy compasivo, no dejaba de dar un consejo aquí y otro allá, pero procuraba librarse cuanto antes de los visitantes no deseados. A pesar de todo, éstos aparecían en grupos cada vez mayores y, en cierta ocasión, una multitud se agolpó a su puerta diciendo que en el periódico local se habían publicado bellas historias sobre él, y que todos estaban seguros de que sabía cómo superar las dificultades de la vida.
El sabio nada dijo; les pidió a todos que se sentasen y esperasen. Pasaron tres días, y no paraba de llegar gente. Cuando ya no quedaba espacio para nadie más, él se dirigió a la muchedumbre que esperaba frente a su puerta:
-Os os voy a dar la respuesta que todos queréis. Pero debéis prometerme que, a medida que vuestros problemas se solucionen, les diréis a los nuevos peregrinos que me fui de aquí, de manera que yo pueda continuar viviendo en la soledad que tanto anhelo.
Los hombres y mujeres presentes hicieron un juramento sagrado: si el sabio cumplía lo prometido, ellos no dejarían que ningún otro peregrino subiese a la montaña.
-Contadme vuestros problemas –pidió entonces el sabio.
Alguien comenzó a hablar, pero fue inmediatamente interrumpido por otras personas, ya que sabían que aquélla era la última audiencia pública que el hombre santo daría, y temían que no tuviera tiempo de escucharlos a todos. A los pocos minutos, la situación ya era caótica: multitud de voces gritando al mismo tiempo, gente llorando, hombres y mujeres arrancándose los cabellos de desesperación, ante la imposibilidad de hacerse oír.
El sabio dejó que la escena se prolongase un poco más, y por fin gritó:
-¡Silencio!
La multitud enmudeció inmediatamente.
-Escribid vuestros problemas y dejad los papeles aquí, frente a mí.
Cuando todos terminaron, el sabio mezcló todos los papeles en una cesta, pidiendo a continuación:
-Id pasando esta cesta de mano en mano, y que cada uno saque un papel y lo lea. Entonces podréis cambiar vuestro problema por el que os ha tocado, o pedir que os devuelvan el papel con el problema que escribisteis originalmente.
Todos los presentes fueron tomando una de las hojas de papel, la leyeron, y quedaron horrorizados. Sacaron como conclusión que aquello que habían escrito, por muy malo que fuese, no era tan serio como lo que afligía a sus vecinos. Dos horas después, intercambiaron los papeles, y cada uno volvió a meter en su bolsillo su problema personal, aliviado al saber que su aflicción no era tan dura como se imaginaba.
Agradecieron la lección, bajaron la montaña con la seguridad de que eran más felices que los demás, y –cumpliendo el juramento realizado- nunca más permitieron que nadie perturbase la paz de aquel hombre santo.