Dice nuestro refranero popular que "el pez grande se come al chico". Y lamentablemente es bastante cierto.
La historia de esta semana lo recuerda de forma muy gráfica y simpática, y nos advierte también de que hay que desconfiar de las buenas palabras del pez grande, no sea que escondan alguna trampa.
Le he puesto la etiqueta de humor porque me ha hecho sonreir, aunque la moraleja es bastante seria: no dejarse llevar por consejos de gente interesada.
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Los peces
—Ten cuidado —le dice el pez grande al pez chico—, eso es un anzuelo. No lo muerdas.
—¿Por qué? —pregunta el pez chico.
—Por dos razones —responde el pez gordo—. La primera es que si lo muerdes, te pescan, te rebozan en harina y te fríen en la sartén. Después te comen, con dos hojitas de lechuga de guarnición.
—¡Arrea! Muchas gracias. Me has salvado la vida. ¿Y la segunda razón?
—La segunda razón —dice el pez grande— es que te quiero comer yo.
La Historia de la Semana
Las peregrinaciones son manifestaciones culturales y religiosas muy arraigadas en la sociedad. De una forma u otra se desea y se busca una experiencia de la divinidad.
Seguro que casi todo el mundo hemos hecho alguna. Pero, ¿qué peregrinación es más importante: la física o la espiritual?
Donde se encuentra Dios y la plena realidad de uno mismo es en el interior de cada uno, y ahí está la mejor peregrinación que podemos hacer: a lo más íntimo de nuestro corazón.
La historia de esta semana, titulada La peregrinación, nos recuerda de forma sencilla esta gran verdad.
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La peregrinación
Sari era un buen hombre con aspiraciones espirituales sinceras y se
había propuesto llevar a cabo una larga peregrinación a Benarés para
bañarse en el Ganges. Antes de partir, se encontró con un maestro que le
preguntó:
-¿Para qué quieres ir allí?
-Para ponerme en contacto con Dios -repuso.
El maestro le ordenó:
-Dame ahora mismo todo el dinero que llevas para el viaje.
Sari le entregó el dinero, el maestro se lo guardó en el bolsillo, y dijo:
-Sé que habrías acudido a Benarés y te hubieras lavado en el Ganges.
Pues bien, en lugar de eso, lávate con el agua que llevo en mi
cantimplora.
Sari tomó el agua y se lavó la cara y las orejas. El maestro, satisfecho, declaró a continuación:
-Ahora ya has conseguido lo que te proponías. Ya puedes regresar a tu
casa con el alma serena, aunque antes quiero decirte algo más. Desde que
fue construido Benarés, Dios no ha morado allí ni un solo minuto. Pero
desde que fue creado el corazón del hombre, Dios no ha dejado de habitar
en él ni un solo instante. Ve a tu casa y medita. Y, siempre que lo
necesites, viaja a tu propio corazón.
La Historia de la Semana
¿Nos preparamos lo suficiente para afrontar las situaciones de la vida cotidiana?
Muchas veces estamos tan metidos en el día a día que perdemos la perspectiva de ver las cosas objetivamente y nos quedamos en la superficie, desperdiciando ocasiones de crecer personalmente y profundizar en lo importante.
La historia de esta semana, El leñador, es muy ilustrativa en este sentido. Nos recuerda que para seguir cortando árboles ¡hay que afilar el hacha!
O dicho de otra manera: hay que encontrar el punto de motivación necesaria para afrontar con ilusión y entrega las tareas que tengamos bajo nuestra responsabilidad. Y para ello nada mejor que ver las cosas no desde la tierra sino desde el cielo.
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El leñador
Un grupo de leñadores estaba cortando árboles en un bosque,
diariamente, sin parar. Cada jornada ellos se levantaban antes y se
acostaban más tarde y, sin embargo, cada vez cortaban menos árboles.
Asumieron que su falta de eficacia se debía a que sin duda a medida que
avanzaban en el interior del bosque los árboles por alguna razón
desconocida adquirían una mayor dureza.
Solo uno entre ellos cortaba más árboles que nadie, a pesar de que ni
era el que se acostaba más tarde ni el que se levantaba más temprano.
Además, para mayor sorpresa de todos, todos los días desaparecía durante
media hora.
Entre sus compañeros circulaba todo tipo de teorías, desde que tenía
suerte porque le tocaban los árboles más blandos, hasta que era más
fuerte de lo que parecía.
Al final uno de ellos, en lugar de seguir haciendo juicios, decidió
hacerle una pregunta para averiguar en qué invertía el tiempo en el que
se ausentaba. La respuesta de tan evidente que era, había sido obviada:
- Durante ese tiempo me dedico a afilar mi hacha.
La Historia de la Semana