Las últimas entradas del blog tenían como referencia al tema del miedo y su superación (Mirar sin ver y Supera tu miedo), y me han hecho recordar uno de los primeros cuentos que escuché en un taller de cuentacuentos.
Cada etapa de la vida suele tener sus miedos más o menos definidos: los niños a la oscuridad, los mayores a la muerte, los adultos al compromiso,... y a veces tienen una base cierta que no se puede obviar.
Pero también es cierto que los miedos se pueden superar y en muchas ocasiones con resultados totalmente inesperados.
El cuento de esta semana, titulado El monje y el samurai, trata precisamente de esto. El protagonista está 'muerto de miedo', pero ello no le impide cumplir con lo que le dicta su conciencia.
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El monje y el samurai
Erase una vez, en un lugar muy apartado
del lejano oriente, un monasterio en el que vivía un joven monje con fama
merecida de ser fiel cumplidor de su palabra.
Un día le encargaron llevar una carta
urgentemente al gobernador de la ciudad por un asunto muy importante,
debiéndola entregar personalmente, y sólo confiaban en él.
Tras un día de caminata, al llegar a la
ciudad notó que había mucha gente congregada en torno al único puente que daba
acceso a la misma. Y allí le contaron que un samurai se había apostado en el
puente desafiando a muerte a los cien primeros hombres que quisieran entrar en
la ciudad, para demostrar así su destreza y poder quedarse al servicio del
gobernador.
Nuestro joven monje había dado palabra de
cumplir su encargo, así que superando su miedo se adelantó para cruzar el
puente.
- No puedes pasar si no me desafías, le
dijo el samurai.
- Tengo mucha prisa para entregar una carta
al gobernador, le respondió el monje, una carta por un asunto muy importante. Si me
dejas pasar, te prometo que volveré y lucharé contigo.
El samurai se extrañó mucho por la
propuesta, pero dada la urgencia y que era para el gobernador, la encontró
razonable. Así que le contestó:
- De acuerdo. Pero si no vuelves, iré a
tu monasterio y desafiaré a todos los monjes.
Nuestro buen amigo, muerto de miedo, tras
dejar el sobre fue a ver a su antiguo
maestro y le pidió consejo, pues pensaba que si volvía al puente iba a morir;
¡pero si no lo hacía morirían sus hermanos!
- Efectivamente, si vuelves creo que vas
a morir. Pero has dado tu palabra y debes cumplirla, así que lo único que puedo
hacer por ti es prepararte para una buena muerte. Mira, cuando el samurai te dé
la espada, tú la colocas vertical sobre tu cabeza, cierras los ojos y piensas en
Dios, con quien te encontrarás en poco tiempo. Todo será muy rápido y no
sufrirás.
El joven monje, con más miedo que otra
cosa, volvió al puente. El samurai en cuanto lo vio le tendió la espada para
luchar.
El monje, sin decir palabra, la colocó
sobre su cabeza como le había indicado el maestro, entornó los ojos y se
concentró esperando el golpe certero del samurai. Este comenzó a observarlo
tremendamente sorprendido.
- Es la primera vez que no me imploran
que les perdone la vida, pensaba. No se ha movido nada y no se pone en
la posición de defensa. ¿No será que tiene un golpe secreto que no conozco?
El monje, entretanto, seguía concentrado
y muerto de miedo esperando el frío acero de la espada.
El samurai, cada vez más sorprendido,
daba vueltas y más vueltas a su alrededor buscando un punto débil, y cada vez
estaba más convencido de que el monje tenía un golpe maestro que iba a acabar con él
en cualquier momento. Hasta que al fin se le acercó suplicante:
- ¡Por favor, no me mates! ¡Perdóname la
vida y enséñame tu golpe maestro!
Aquí se pierde el rastro de esta
historia. Hay quien dice que el monje lo acogió como discípulo y le enseñó lo
que sabía; hay otros que dicen que el joven monje volvió corriendo a su
monasterio para que el samurai no se diera cuenta de que no sabía nada de golpes maestros; y hay
quien asegura que en ese momento, los 99 hombres que el samurai había matado
resucitaron...
La Historia de la Semana
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