viernes, 1 de octubre de 2010

Dios y el zapatero

A menudo nos solemos quejar de nuestra suerte, envidiando a otras personas que parece tienen justo lo que a nosotros nos gustaría para ser plenamente felices.

Y entretenidos en esos pensamientos no caemos en la cuenta de todas las cosas buenas que tenemos, desaprovechando grandes ocasiones de vivir felizmente saboreando los pequeños -o grandes- detalles de la vida, desde la sonrisa de un niño a la compañía de esa amistad especial.

La historia de esta semana me ha hecho meditar más profundamente sobre este tema y, sobre todo, dar gracias a Dios por todas las cosas sencillas que me rodean y me ayudan casi sin darme cuenta en el vivir cotidiano. 

Se titula Dios y el zapatero, y espero que os guste.

=========================
Dios y el zapatero


Un buen día Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo.  Buscó la casa del zapatero y le dijo: “Hermano, soy muy pobre, no tengo ni una moneda en la bolsa, estas son mis únicas sandalias y están rotas, si me hicieras el favor...”. 

El zapatero le dijo: “Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar”. 

El Señor le dijo: “Yo puedo darte lo que tu necesitas”. 

El zapatero desconfiado, viendo a un mendigo, le preguntó: “¿Tu podrías darme el millón de dólares que yo necesito para ser feliz?”.

El Señor le dijo: “Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo”.

El zapatero preguntó: “¿A cambio de qué?”  

El Señor le respondió: “A cambio... a cambio de tus piernas”. 

El zapatero dijo: “Para qué quiero yo diez millones de dólares si no voy a poder caminar”.

Entonces el Señor le dijo: “Puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos”. 

El zapatero dijo: “Para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera voy a poder comer solo”. 

El Señor le dijo: “Bueno, entonces puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos”.

El zapatero pensó un poco y dijo: “Para que quiero yo mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos...”. 

Entonces el Señor le dijo: “Hermano, hermano... ¡¡qué fortuna tienes y no te das cuenta!!”.

Facundo Cabral 

martes, 28 de septiembre de 2010

Cursillo para parejas

Uno de los aspectos más sorprendentes del campamento de jóvenes al que he ido este verano ha sido para mí la facilidad con que se hacen y deshacen parejas en tan solo 12 días.

Estaba meditando sobre las relaciones afectivas en edades tempranas cuando he recibido el video que comparto esta semana, donde nos viene a decir que el auténtico amor de pareja, el de verdad, es tan bonito que hay que saber vivirlo en toda la plenitud de entrega mutua que supone, y que pasa también por la propia abnegación.

El video son unas imágenes extraídas de la película de animación Up!, que narra las vicisitudes de Carl y Ellie, y que constituyen un resumen de la vida en pareja que me ha parecido formidable. El tema daría para escribir todo un tratado, pero mejor dejo simplemente las frases que aparecen, que son precisas y preciosas para compartir.

Aquí van:

- Perder el miedo al futuro: ¿Qué pasará mañana? Que intentaré quererte más.

- La austeridad, una buena aliada: La pantalla más entretenida de su casa, su mirada.

- Es una sociedad: Nunca pienses que tú eres más importante. Ni menos.

- Una cita sagrada en la agenda: Reservemos tiempo para hablar en un escenario diferente.

- ¿1, 2, 3…?: No nos arrepentiremos de ninguno. Serán un regalo.

- ¿Y cuando lleguen los malos rollos?: Leeremos ese texto que escribí con las razones por las que te quiero.

- Pequeños proyectos: Una familia con futuro piensa en el futuro.

- ¿No va a aprender nunca?: No, no aprenderá nunca. Acéptale como es. Acéptala como es.

- ¡Bailar y bailar!: Luchemos contra la rutina cuando ya no sintamos el impulso.

- Romper el saque: Sorprendámonos con pequeños detalles.

- El amor es entregarse: Sólo hay aventura cuando se apuesta todo a la otra persona.

- Hay alegrías, hay dolores…y con Dios es más fácil…


viernes, 24 de septiembre de 2010

El racimo de uvas

¡Las vueltas que da la vida! Seguramente casi todos hemos utilizado alguna vez esta exclamación cuando nos sorprende un acontecimiento actual al relacionarlo con otro acaecido tiempo atrás.

Y es que muchas veces, las consecuencias de nuestros actos se manifiestan tiempo después de tomadas las decisiones. Por eso hay que sembrar siempre con amor y generosidad, para que la cosecha futura sea buena y abundante. Como dice el refrán: ¡se recoge lo que se siembra!


Esto es lo que me ha recordado la historia de esta semana, en la que de forma simpática se pone de manifiesto que las buenas acciones siempre se ven recompensadas. 

Se titula El racimo de uvas, y espero que os guste.

==================
El racimo de uvas

Un día llamaron a la puerta de un convento, y abrió como siempre el hermano portero. Éste vio con asombro que un hortelano de las tierras de al lado le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que le causó admiración, diciéndole:

-Hermano: te regalo este racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al convento.

Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar cuenta de él. Pero apenas salió el hortelano del convento, ya se relamía pensando en que se lo comería él solo sin dejar nada a los demás, ¡al fin y al cabo se lo habían regalado para él! Así que lo lavó y dejó escurrir en un clavo que había colgado en la pared, mirándolo con alegría por el gran festín que le esperaba. 

Pero su viva conciencia le hizo recordar que en el convento había un hermano enfermo que no gustaba de comer nada, debido a su enfermedad. Y pensó para sí que sería una buena obra alegrarle el día al enfermo y de paso llenarle el estómago, tan necesitado de alimento.  Sin pensarlo mucho, descolgó el racimo de uvas y se fue a la enfermería a regalárselo.

El enfermo, al ver el racimo abrió los ojos sobresaltado al ver su gran tamaño, y el portero le dijo:

- Hermano Matías, me han regalado este racimo, pero pensando en tu enfermedad y sabiendo que no te apetece comer nada, quizás estas uvas te abran el apetito.

El hermano Matías le agradeció de corazón que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando estuviera en el cielo con Nuestro Señor.

El portero le buscó una fuente donde colocó el racimo para que fuera picando cuando gustara. Dejándolo solo se fue para la portería pensando en la obra de caridad que había hecho por su hermano Matías.

El enfermo cogió el racimo como pudo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo dejaba haría un buen sacrificio para la remisión de sus pecados y el bien de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano enfermero, que le atendía con tanta caridad y se desvivía por él todas las noches.

Así que llamó a gritos al hermano enfermero y éste, pensando que le sucedía algo grave, acudió rápidamente.

- Hermano Esteban, el hermano portero me ha traído este racimo de uvas para que lo degustara pensando en mi enfermedad, pero dado que no me entra nada en el estómago y puede que me haga daño, he pensado que te lo comas tú, que te portas tan bien conmigo.

El hermano Esteban insistía en que intentara comérselo, pero cuanto más insistía el enfermero más lo rechazaba el enfermo. Al final lo tomó y decidió comérselo en su celda, dándole las gracias por tan precioso regalo. Pero mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo daría al hermano cocinero que tanto se esforzaba para que todos lo frailes comieran lo poco que les llegaba de la huerta y de los donativos.

Bajó a la cocina, y encontrándose con Buenaventura le mostró el racimo y le dijo:

- Mira lo que me han regalado, pero te lo regalo a ti, para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso y generoso es tu corazón con la comunidad.

El hermano Buenaventura, quitándole importancia a lo que decía, le insistió en que se lo diera mejor al prior, ya que era muy atento y responsable con la comunidad.

Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería, donde el hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso, decidió que no diera más vueltas el dichoso racimo de uvas.

Y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto, que le pareció el racimo con las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.