La historia de esta semana va dedicada a mis amigos de Aragón, la región donde nací. Dentro de España tenemos fama de ser un poco (es un decir...) 'cabezotas': idea que se nos mete en la cabeza, idea que llevamos a la práctica sí o sí (bueno, esto se compensa con que también tenemos fama de nobles, ejem).
Muchas veces nos puede la inercia y nos empeñamos en cosas que vistas desde fuera se pueden afrontar de varias maneras, pero sólo estamos pendientes de la nuestra. ¡Por eso se dice que rectificar es de sabios!
El cuento de hoy trata precisamente sobre este tema y es de Jorge Bucay. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.
PD.: Espero que mis amigos y familiares de Aragón no se lo tomen a mal y me retiren la ciudadanía !!!
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Mi diario
Me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en la vereda, no lo veo, y me caigo en él.
Día siguiente... salgo de mi casa, me olvido que hay un pozo en la vereda, y vuelvo a caer en él.
Tercer día: salgo de mi casa tratando de acordarme que hay un pozo en la vereda, sin embargo no lo recuerdo, y caigo en él.
Cuarto día: salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo en la vereda, lo recuerdo, y a pesar de eso, no veo el pozo y caigo en él.
Quinto día: salgo de mi casa, recuerdo que tengo que tener presente el pozo en la vereda y camino mirando al piso, y lo veo, y a pesar de verlo, caigo en él.
Sexto día: salgo de mi casa, recuerdo el pozo en la vereda, voy buscándolo con la vista, lo veo, intento saltarlo, pero caigo en él.
Séptimo día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no es suficiente y caigo en él.
Octavo día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, ¡¡llego al otro lado!!
Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido, que festejo dando saltos de alegría... y al hacerlo, caigo otra vez en el pozo.
Noveno día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, lo salto, y sigo mi camino.
Décimo día: recién me doy cuenta hoy que es más cómodo caminar por la vereda de enfrente.
Jorge Bucay
Cada semana una breve historia y un relato que
nos ayude en la educación en valores
y en la madurez personal
sábado, 3 de octubre de 2009
domingo, 27 de septiembre de 2009
Decálogo de la Empatía
Esta semana quisiera compartir con todos el Decálogo de la Empatía. Está dirigido a padres con niños pequeños pero es perfectamente extrapolable, con los necesarios ajustes, al ámbito de la educación y de las relaciones personales.
Los que nos movemos en el ambiente educativo tendemos a imponer nuestro criterio y forma de ver las cosas pensando que es lo mejor (¡y puede que lo sea pues con nosotros ha funcionado!) , pero es también importante y necesario ponerse en la piel del educando o del amigo para discernir qué es lo que piensa y lo que más le conviene en cada momento.
Siempre recordaré una anécdota de un campamento: estaba recriminando un determinado comportamiento a una niña cuando, después de dejarme hablar, me contestó: '¡pero si sólo tengo nueve años y me tratas como si fuera mayor!'. Palabra de honor que no supe qué responderle.
Pues aquí va este Decálogo de la Empatía, dedicado sobre todo a los padres y educadores, y que espero os sea muy útil en vuestra labor.
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Decálogo de la Empatía
1.- Sólo por hoy, en la mañana, voy a sonreír cuando vea tu rostro y reír cuando tenga ganas de llorar.
2.- Sólo por hoy, en la mañana, voy a dejarte escoger la ropa que te vas a poner, voy a sonreír y a decirte que te queda perfecta.
3.- Sólo por hoy pediré un día de descanso, o vacaciones, para llevarte al parque a jugar.
4.- Sólo por hoy, al mediodía, voy a dejar los platos en la cocina y voy a dejarte que me enseñes como armar un rompecabezas.
5.- Sólo por hoy, en la tarde, voy a desconectar el teléfono y apagar la computadora para sentarme junto a ti en el jardín para hacer burbujas de jabón.
6.- Sólo por esta tarde no voy a reclamarte, ni siquiera a murmurar, cuando tú grites y llores cuando pase el carro de los helados, y voy a salir contigo a comprarte uno.
7.- Sólo por esta tarde no voy a preocuparme sobre que va a ser de ti cuando crezcas y voy a pensar otra vez en todas las decisiones que haya hecho acerca de ti.
8.- Sólo por esta tarde te estrecharé en mis brazos y te contaré una historia acerca de cuando tú naciste y sobre lo mucho que te quiero.
9.- Sólo por esta noche te dejaré salpicar en la bañera y no me voy a enojar.
10.- Sólo por esta noche te dejaré despierto hasta tarde, mientras nos sentamos en el porche a contar las estrellas.
Y sólo por esta noche, cuando pase mis dedos entre tu cabello mientras rezas, simplemente daré gracias a Dios por el mayor regalo que he recibido.
Los que nos movemos en el ambiente educativo tendemos a imponer nuestro criterio y forma de ver las cosas pensando que es lo mejor (¡y puede que lo sea pues con nosotros ha funcionado!) , pero es también importante y necesario ponerse en la piel del educando o del amigo para discernir qué es lo que piensa y lo que más le conviene en cada momento.
Siempre recordaré una anécdota de un campamento: estaba recriminando un determinado comportamiento a una niña cuando, después de dejarme hablar, me contestó: '¡pero si sólo tengo nueve años y me tratas como si fuera mayor!'. Palabra de honor que no supe qué responderle.
Pues aquí va este Decálogo de la Empatía, dedicado sobre todo a los padres y educadores, y que espero os sea muy útil en vuestra labor.
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Decálogo de la Empatía
1.- Sólo por hoy, en la mañana, voy a sonreír cuando vea tu rostro y reír cuando tenga ganas de llorar.
2.- Sólo por hoy, en la mañana, voy a dejarte escoger la ropa que te vas a poner, voy a sonreír y a decirte que te queda perfecta.
3.- Sólo por hoy pediré un día de descanso, o vacaciones, para llevarte al parque a jugar.
4.- Sólo por hoy, al mediodía, voy a dejar los platos en la cocina y voy a dejarte que me enseñes como armar un rompecabezas.
5.- Sólo por hoy, en la tarde, voy a desconectar el teléfono y apagar la computadora para sentarme junto a ti en el jardín para hacer burbujas de jabón.
6.- Sólo por esta tarde no voy a reclamarte, ni siquiera a murmurar, cuando tú grites y llores cuando pase el carro de los helados, y voy a salir contigo a comprarte uno.
7.- Sólo por esta tarde no voy a preocuparme sobre que va a ser de ti cuando crezcas y voy a pensar otra vez en todas las decisiones que haya hecho acerca de ti.
8.- Sólo por esta tarde te estrecharé en mis brazos y te contaré una historia acerca de cuando tú naciste y sobre lo mucho que te quiero.
9.- Sólo por esta noche te dejaré salpicar en la bañera y no me voy a enojar.
10.- Sólo por esta noche te dejaré despierto hasta tarde, mientras nos sentamos en el porche a contar las estrellas.
Y sólo por esta noche, cuando pase mis dedos entre tu cabello mientras rezas, simplemente daré gracias a Dios por el mayor regalo que he recibido.
viernes, 18 de septiembre de 2009
El discípulo y el cementerio
Una de las cosas que suele diferenciar al joven del viejo es la respuesta que damos a los estímulos del entorno que nos rodea. Los jóvenes aparentemente son más viscerales frente a las opiniones ajenas, mientras que los mayores solemos ser -me incluyo- más tranquilos y 'pasotas' a la hora de responder a lo que piensen los demás de las acciones que creemos justas.
¿Qué es mejor? Yo creo que la respuesta va en la línea de la historia de esta semana: no dejarse influenciar por lo que digan los demás, sea favorable o no, sino seguir lo que la propia conciencia nos va sugiriendo, siendo libres para elegir siempre lo mejor, sin condicionamientos. Citando a W. Shakespeare: "No eres mejor porque te alaben ni peor porque te vituperen: Lo que eres, eres". ¡Espero que os guste!
¿Qué es mejor? Yo creo que la respuesta va en la línea de la historia de esta semana: no dejarse influenciar por lo que digan los demás, sea favorable o no, sino seguir lo que la propia conciencia nos va sugiriendo, siendo libres para elegir siempre lo mejor, sin condicionamientos. Citando a W. Shakespeare: "No eres mejor porque te alaben ni peor porque te vituperen: Lo que eres, eres". ¡Espero que os guste!
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El discípulo y el cementerio
Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza trascendental. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
-- Querido mío, mi muy querido amigo, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
-- ¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.
-- Nada dijeron.
-- En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:
-- ¿Qué te han respondido los muertos?
-- De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
-- Pues así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros.
El discípulo y el cementerio
Era un venerable maestro. En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza trascendental. El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
-- Querido mío, mi muy querido amigo, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
-- ¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.
-- Nada dijeron.
-- En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:
-- ¿Qué te han respondido los muertos?
-- De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
-- Pues así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros.
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