El tema musical de esta semana es una balada de Loreena McKennitt con letra de un poema de Alfred Noyes titulado The Highwayman, que se podría traducir por El bandolero.
Narra una bonita (y triste) historia de amor entre un salteador de caminos y la hija del dueño de la posada. Cuando va a despedirse de ella para otra de sus correrías, un pretendiente celoso lo denuncia y ... ocurre la tragedia.
Alfred Noyes es un poeta inglés del siglo pasado que es conocido sobre todo por esta balada.
He encontrado dos versiones que me han parecido sugerentes para compartir.
La primera es una versión original de la propia cantante, que me parece muy buena.
La segunda es un video con una colección de pinturas de Goya.
La cantante canadiense Loreena McKennitt ya ha salido por el blog aquí y aquí, pues sus melodías tansmiten una paz y tranquilidad que me parecen bastante necesarias hoy día.
Aquí va el primer video, en versión original:
Y aquí el segundo, con las pinturas de Goya:
Y por último la letra del poema en español:
===================Alfred Noyes
“El bandolero” , The Highwayman
Primera Parte
I
El viento era un torrente de oscuridad entre los racheados árboles,
la luna, un galeón fantasmagórico zarandeado en mares nubosos,
la carretera, un cinta de luz lunar sobre el páramo púrpura,
y el salteador venía cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
el salteador llegó cabalgando hasta la vieja puerta de la posada.
II
Llevaba sobre la frente un bicornio francés, una lazada de encaje bajo el mentón,
un abrigo de terciopelo granate y calzones de gamuza canela,
todo ajustado sin arruga alguna: ¡las botas altas hasta el muslo!
Y cabalgaba con un rutilar de joyas,
la culata de su pistola, un rutilar
la empuñadura de su estoque,
un rutilar, bajo el ciejo enjoyado.
III
Sobre los adoquines chacoloteó y resonó en el oscuro patio de la posada,
y repiqueteó con su fusta en los postigos, pero todo estaba cerrado y trancado;
silbó una melodía hacia la ventana,
y a quien debería estar ahí esperando:
sólo a la hija de ojos negros del dueño,
Bess, la hija del dueño,
trenzando un nudo de amor rojo oscuro en su largo y negro cabello.
IV
Y oscuro, en el viejo y oscuro patio de la posada, un portillo del establó chirrió
donde Tim el guadarnés escuchaba; su rostro blanco y afilado;
sus ojos eran pozos de locura, su pelo como heno mohoso,
pero él amaba a la hija del dueño,
a la hija de labios rojos del dueño,
mudo como un perro escuchaba y oyó al ladrón decir:
V
“Un beso, maja mía, corazón; ando tras un trofeo esta noche,
pero estaré de vuelta con el oro amarillo antes de luz matutina;
pero, si andan pisándome los talones y sin descanso me persiguen todo el día,
entonces búscame a la luz de la luna,
vela por mí a la luz de la luna,
vendré a ti bajo la luz de la luna, aunque el Infierno bloquee el camino.”
VI
Él se elevó sobre los estribos; apenas podía alcanzar la mano de ella,
¡pero ella soltó el cabello sobre el marco de la ventana!
La cara de él ardía como una tea
cuando la negra cascada de perfume se desparramaba sobre su pecho;
y el besó sus ondas a la luz de la luna,
(¡Oh, dulces, negras ondas a la luz de la luna!).
Entonces tiró de las riendas a la luz de la luna,
y se marchó galopando hacia el poniente.
Segunda Parte
I
El no llegó a la aurora; no llegó al mediodía;
y al rojizo atardecer, antes del orto lunar,
cuando la carretera era una cinta gitana, serpenteando el páramo púrpura,
una compañía de casacas rojas venía marchando...
marchando... marchando...
los hombres del rey Jorge llegaron marchando,
hasta la vieja puerta de la posada.
II
No dijeron una palabra al dueño, aunque sí bebieron de su cerveza,
pero amordazaron a su hija y la ataron a la pata de su estrecha cama;
dos de ellos se arrodillaron junto al marco de su ventana, ¡con mosquetes a su lado!
Había muerte en cada ventana;
e infierno en una ventana oscura;
para que Bess pudiera ver, a través de su marco, la carretera que el recorrería.
III
Ellos la habían atado en posición firme, entre risitas y bromas;
al lado de ella habían sujetado un mosquete, ¡con el cañón bajo su pecho!
“Ahora, ¡vela cuidadosamente!” y la besaron.
Ella oyó al muerto decir:
“Búscame a la luz de la luna;
vela por mí a la luz de la luna;
¡vendré a ti bajo la luz de la luna, aunque el Infierno bloquee el camino!”
IV
Ella se retorció las manos a su espalda; ¡pero todos los nudos estaban bien firmes!
Contorsionó las manos hasta que sus dedos no estuvieron húmedos de sudor o sangre!
Se estiraban y tensaban en la oscuridad, y las horas se arrastraban como años,
hasta que, entonces, al filo de la medianoche,
exactamente, al filo de la medianoche,
¡la punta de un dedo lo tocó! ¡Al menos el gatillo era suyo!
V
La punta de un dedo lo tocó; ¡ya no se esforzó por el resto!
En vela, ella se mantuvo firme, con el cañón bajo su pecho,
no se arriesgaría a que la oyeran; no se esforzaría otra vez;
porque la carretera estaba al descubierto bajo la luz de la luna;
despejada y al descubierto bajo la luz de la luna;
y la sangre de sus venas a la luz de la luna latía con fuerza por refrenar su amor.
VI
¡Troc-troc; troc-troc! ¿Lo habrán oído? Los cascos del caballo sonando claramente;
troc-troc; troc-troc, ¿a lo lejos? ¿Estarán sordos que no le han oído?
Por la cinta de luz de luna abajo, por sobre la cima de la colina,
¡el salteador venía cabalgando,
cabalgando, cabalgando!
¡Los casacas rojas miraron sus detonadores! Ella se mantuvo, firme y en silencio!
VII
¡Troc-troc, en el helado silencio! ¡Troc-troc, en la noche reverberante!
¡Él se acercaba más y más! ¡La cara de ella era como una luz!
Los ojos de ella se ensancharon por un instante;
tomó aire profundamente una última vez,
y movió el dedo a la luz de la luna,
su mosquete hizo añicos la luz de la luna,
destrozó su pecho a la luz de la luna y le avisó a él... con su muerte.
VIII
Él se volvió; espoleó hacia el poniente; ¡no sabía quien estaba
inclinada, con su cabeza sobre el mosquete, empapada con su propia sangre roja!
No hasta que al alba lo oyó -su cara se puso gris al oírlo-
como Bess, la hija del dueño,
la hija de ojos negros del dueño,
había velado por su amor a la luz de luna, y allí había muerto en la oscuridad.
IX
¡Retornó, espoleando como un loco, gritando una maldición al aire,
con la blanca carretera humeando tras de sí y su estoque blandiendo en alto!
Rojo sangre eran sus espuela bajo el mediodía brillante;
rojo vino, su abrigo de terciopelo,
cuando lo mataron de un tiro en el camino,
abatido como un perro en el camino,
y yace sobre su sangre en el camino, con la lazada de encaje en su garganta.
X
Y aún hoy, dicen, de una noche de invierno, cuando el viento está en los árboles,
cuando la luna es un galeón fantasmagórico zarandeado en mares nubosos,
cuando la carretera es un cinta de luz lunar sobre el páramo púrpura,
un salteador llega cabalgando...
cabalgando... cabalgando...
un salteador llega cabalgando hasta la vieja puerta de la posada.
XI
Sobre los adoquines chacolotea y resuena en el oscuro patio de la posada,
y repiquetea con su fusta en los postigos, pero todo está cerrado y trancado;
silba una melodía hacia la ventana, y a quien debería estar ahí esperando
sólo a la hija de ojos negros del dueño,
Bess, la hija del dueño,
trenzando un nudo de amor rojo oscuro en su largo y negro cabello.
La Historia de la Semana