martes, 7 de junio de 2011

Leyes del alumno

Llegan los exámenes y para muchos estudiantes es la hora de la verdad: ponerse frente al papel en blanco y demostrar que ¿sabe?, ¿domina? la materia en cuestión.

Hoy nos acordamos desde aquí de todos los sufridos alumnos y les animamos a superar las dificultades que se les plantean en su dura y ardua ascensión hacia la cima del conocimiento. 

Espero que no hagan caso de un grafitti que vi en una universidad que decía: el conocimiento me persigue... ¡pero yo soy más rápido!

Y si es con un poco de humor, mejor todavía :-)), así que aquí van estas Leyes del alumno.

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Leyes del alumno:

1.- El alumno no saca ceros, colecciona huevos de colores.
2.- No copia, ejercita la vista.
3.- No come chicle, fortalece la dentadura.
4.- No se distrae, examina las moscas.
5.- No se duerme, reflexiona.

6.- No fuma, se relaja.
7.- No hace novillos, le reclaman en el bar.
8.- No copia en los exámenes, pone las respuestas en común.
9.- No habla, intercambia opiniones.
10.- No enfada al profesor, estudia sus reacciones.
11.- No llega tarde a clase, se culturiza en el exterior.

12.- No está en las nubes, examina los fluorescentes.
13.- No pone pegas, sirve de relaciones públicas.
14.- No lee revistas, se informa.
15.- No critica al profesor, le saca defectos.
16.- No le enseñan, aprende.

17.- No suspende, le suspenden.
18.- No dice tacos, se desahoga.
19.- No va al despacho del director, lo visita.
20.- No le echan de clase, va a dar una vuelta.
21.- No destroza la clase, la decora a su gusto.
22.- Cuando un alumno sale a la pizarra, toda equivocación se debe al movimiento ondulatorio de la tiza.


viernes, 3 de junio de 2011

El guiso de lentejas

Diógenes Laercio fue un historiador griego de la filosofía clásica que vivió sobre el siglo III d.C. 

En sus escritos cuenta muchos relatos y chismes acerca de sus colegas contemporáneos, pero la historia de esta semana me ha parecido especialmente significativa y de fácil aplicación en nuestros tiempos.

Suele resultar más cómodo hacer el juego a los poderosos y adular a los que están por encima para obtener lo que interesa, que ser fieles a las propias convicciones y aceptar las consecuencias.

Esta historia de Diógenes, titulada El guiso de lentejas, trata precisamente de la adulación, y me ha parecido muy instructiva. ¡Espero que os guste!


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 El guiso de lentejas

Un día, hace muchos años, estaba  Diógenes comiendo un plato de lentejas sentado en el umbral de una casa cualquiera.

No había ningún alimento en toda Atenas más barato que el guiso de lentejas. 

Comer guiso de lentejas significaba que te encontrabas en una situación de máxima precariedad.

Pasó un ministro del Emperador y le dijo:
  
-¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y adular un poco más al Emperador, no tendrías que comer lentejas.

Diógenes dejó de comer, levantó la vista y, mirando intensamente al acaudalado interlocutor, le contestó:

-¡Ay de ti, hermano! Si aprendieras a comer lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al Emperador.


La Historia de la Semana

martes, 31 de mayo de 2011

El poder de la oración

Según los manuales clásicos, una de las formas más comunes de oración es la de petición: nos dirigimos a Dios para pedirle por lo que vemos necesario e inaplazable y está lejos de nuestras manos; aunque también es cierto, como dice el evangelio, que 'nuestro Padre sabe lo que necesitamos antes de pedirlo'.
 
La historia de esta semana aporta un ingrediente más para la reflexión con el que estoy completamente de acuerdo: la oración es mucho más eficiente cuando el objeto de nuestra súplica es el prójimo y no uno mismo, cuando va dirigida a los demás.

¡A fin y al cabo Dios ya sabe lo que yo necesito!

Pero de todas maneras, para mí lo más importante de la oración es dialogar con Dios como quien habla con un amigo: sabiendo que mi voz va a ser escuchada.

Aquí va un relato sobre este tema titulado El poder de la oración.


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El poder de la oración

Un barco naufragó en una tormenta y sólo dos hombres pudieron nadar hasta una isla desierta.   Los dos hombres no sabían qué hacer y decidieron que ambos debían orar a Dios. 


Decidieron que para saber cuál de los dos haría las oraciones más eficaces iban a separarse; y, así, decidieron establecerse en lados opuestos de la isla.

Lo primero por lo que oraron fue por alimentos.   A la mañana siguiente, el primer hombre vio un frondoso árbol de frutas en su territorio, del cual pudo comer. El segundo hombre no recibió nada.


Varios días después el primer hombre se sintió solo y oró por una mujer que le acompañase.


Al próximo día, otro barco naufragó y la única sobreviviente fue una mujer que llegó a su territorio y allí se estableció como su compañera.


Los dos hombres siguieron orando y el primero pidió en sus oraciones casa, ropa y más alimentos.   Como por arte de magia el primer hombre recibió todos sus deseos, mientras el segundo nada recibía.


Finalmente, el primer hombre oró por un barco de manera que él y su compañera pudieran dejar la isla.  Al día siguiente, un barco llegó milagrosamente al lado donde él vivía, y decidió dejar al segundo hombre abandonado en la isla, pues consideró que sus oraciones no habían recibido la bendición de Dios y por eso no habían sido respondidas.


Cuando el barco zarpaba de la isla escuchó una voz resonando desde los cielos que le preguntó:


-¿Por qué dejaste a tu compañero abandonado en la isla?


El primer hombre respondió a la voz:


-Mis bendiciones son sólo mías porque fui yo quien las pidió. Las súplicas de mi compañero no fueron escuchadas por Dios, porque Dios no tenía nada para él.


La voz le respondió:


-Estás totalmente equivocado, él sólo tuvo una súplica que yo le respondí.


A lo cual el primer hombre preguntó:


-Dime entonces, ¿qué pidió él para que yo le deba algo en pago?


La voz le respondió:


-Él oró sencillamente para que todas tus súplicas fueran concedidas.



La Historia de la Semana