viernes, 24 de septiembre de 2010

El racimo de uvas

¡Las vueltas que da la vida! Seguramente casi todos hemos utilizado alguna vez esta exclamación cuando nos sorprende un acontecimiento actual al relacionarlo con otro acaecido tiempo atrás.

Y es que muchas veces, las consecuencias de nuestros actos se manifiestan tiempo después de tomadas las decisiones. Por eso hay que sembrar siempre con amor y generosidad, para que la cosecha futura sea buena y abundante. Como dice el refrán: ¡se recoge lo que se siembra!


Esto es lo que me ha recordado la historia de esta semana, en la que de forma simpática se pone de manifiesto que las buenas acciones siempre se ven recompensadas. 

Se titula El racimo de uvas, y espero que os guste.

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El racimo de uvas

Un día llamaron a la puerta de un convento, y abrió como siempre el hermano portero. Éste vio con asombro que un hortelano de las tierras de al lado le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que le causó admiración, diciéndole:

-Hermano: te regalo este racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al convento.

Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar cuenta de él. Pero apenas salió el hortelano del convento, ya se relamía pensando en que se lo comería él solo sin dejar nada a los demás, ¡al fin y al cabo se lo habían regalado para él! Así que lo lavó y dejó escurrir en un clavo que había colgado en la pared, mirándolo con alegría por el gran festín que le esperaba. 

Pero su viva conciencia le hizo recordar que en el convento había un hermano enfermo que no gustaba de comer nada, debido a su enfermedad. Y pensó para sí que sería una buena obra alegrarle el día al enfermo y de paso llenarle el estómago, tan necesitado de alimento.  Sin pensarlo mucho, descolgó el racimo de uvas y se fue a la enfermería a regalárselo.

El enfermo, al ver el racimo abrió los ojos sobresaltado al ver su gran tamaño, y el portero le dijo:

- Hermano Matías, me han regalado este racimo, pero pensando en tu enfermedad y sabiendo que no te apetece comer nada, quizás estas uvas te abran el apetito.

El hermano Matías le agradeció de corazón que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando estuviera en el cielo con Nuestro Señor.

El portero le buscó una fuente donde colocó el racimo para que fuera picando cuando gustara. Dejándolo solo se fue para la portería pensando en la obra de caridad que había hecho por su hermano Matías.

El enfermo cogió el racimo como pudo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo dejaba haría un buen sacrificio para la remisión de sus pecados y el bien de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano enfermero, que le atendía con tanta caridad y se desvivía por él todas las noches.

Así que llamó a gritos al hermano enfermero y éste, pensando que le sucedía algo grave, acudió rápidamente.

- Hermano Esteban, el hermano portero me ha traído este racimo de uvas para que lo degustara pensando en mi enfermedad, pero dado que no me entra nada en el estómago y puede que me haga daño, he pensado que te lo comas tú, que te portas tan bien conmigo.

El hermano Esteban insistía en que intentara comérselo, pero cuanto más insistía el enfermero más lo rechazaba el enfermo. Al final lo tomó y decidió comérselo en su celda, dándole las gracias por tan precioso regalo. Pero mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo daría al hermano cocinero que tanto se esforzaba para que todos lo frailes comieran lo poco que les llegaba de la huerta y de los donativos.

Bajó a la cocina, y encontrándose con Buenaventura le mostró el racimo y le dijo:

- Mira lo que me han regalado, pero te lo regalo a ti, para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso y generoso es tu corazón con la comunidad.

El hermano Buenaventura, quitándole importancia a lo que decía, le insistió en que se lo diera mejor al prior, ya que era muy atento y responsable con la comunidad.

Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería, donde el hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso, decidió que no diera más vueltas el dichoso racimo de uvas.

Y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto, que le pareció el racimo con las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.

martes, 21 de septiembre de 2010

Kothbiro

Normalmente utilizo los temas musicales como complemento y para poner un punto de relax en las actividades cotidianas, dejando pasar varias semanas entre ellos.

Pero en esta ocasión no he podido resistirme y comparto esta composición totalmente nueva para mí que se utilizó en la película El jardinero fiel, ya que no sólo me ha encantado sino que me ha tocado la fibra más sensible. 

Se trata del tema Kothbiro, del cantautor kenyata Ayub Ogada. Toda ella respira un aire mágico y especial, no exento de melancolía, pero que transmite una gran paz de espíritu.

La letra también refleja la sabiduría ancestral de los pueblos africanos. Como es habitual, la transcribo al final después del video, que recoge escenas de Africa muy bellas.




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Kothbiro

No somos más
que una gota de luz,
una estrella fugaz,
una chispa tan solo
en la edad del cielo.
No somos lo que quisiéramos ser,
sólo un breve latir
en un silencio antiguo con la edad del cielo.

Calma, todo está en calma
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure.
Deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo.

No somos más
que un puñado de mar,
una obra de Dios,
un capricho del sol del jardín del cielo.

No damos pie,
entre tanto tic-tac,
entre tanto big-bang
sólo un grano de sal en el mar del cielo.

Calma, todo está en calma
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure.
Deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Más SOPA

¡Tranquilos! No, no me he pasado a la gastronomía aunque el título haga referencia a la sopa. Se trata de otra sopa bien distinta.

Acabo de leer un artículo sobre la vida familiar que me ha parecido perfectamente extrapolable a la vida escolar, al trabajo con niños y jóvenes, e incluso a la vida laboral, y creo que viene bien en estos inicios del curso.

Se trata de cuatro ideas sencillas pero fundamentales para la educación en valores. Sin ellas difícilmente podemos transmitir todas las cosas buenas que se llevan en el corazón, tarea básica y primordial de todo educador.

Así que, a partir de hoy, ¡¡más SOPA!!

(Las fotos son del Monasterio de Piedra, bonito lugar cerca de mi tierra chica: Zaragoza)

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Más SOPA

Una de las cosas que he aprendido de mi padre es una sabia receta para condimentar con éxito la vida familiar. Esa receta se condensa en la fórmula «más SOPA».

La primera es la S de serenidad. Pase lo que pase, se rompa lo que se rompa, en casa nunca hay que ponerse nervioso. Cuando un hijo suspende o hace un desastre no se gana nada gritando, sino que todo se empeora todavía más. 

En una situación crítica no hay que dejarse arrastrar por la tensión y tomar decisiones que luego se mostrarán desacertadas. Cuando uno se agobia y pierde la serenidad, hay que recuperar la paz por dentro y por fuera lo antes posible aunque sea dando una vuelta a la manzana. Lo que no podemos hacer es agobiar a los demás con nuestro mal humor o nuestro genio insoportable.

La segunda es la O de orden: el orden material de la casa, en la cocina, en la sala de estar, ... Convendrá que haya una leonera para los niños, pero no puede ser toda la casa una leonera. 

Sin llegar a convertirnos en unos maniáticos del orden —ni enfadarnos por esa causa— hemos de ayudarnos unos a otros a dejar las cosas en su sitio para que los demás puedan encontrarlas. ¡Ordenar no puede ser sólo tarea de la madre!

La tercera es la P de puntualidad, que a algunos tanto les cuesta. En una casa  tiene que haber un horario que incluya el levantarse de la cama (incluido los domingos), la hora de comer y de cenar, las horas para llegar habitualmente a casa, para ver la televisión, para usar el baño, etc. No puede parecer un cuartel, pero hace falta un horario. 

Será tarea de todos el empeñarse en llegar a tiempo a las cosas: eso es hacer familia, eso es demostrar con hechos el cariño.

La cuarta es la A que corresponde a la alegría y que muchas veces es también el mejor fruto del cuidado de las otras tres. Si en una familia todos procuran estar serenos, hay un cierto orden y una relativa puntualidad, lo lógico es que, como se quieren, estén de ordinario alegres. 

La alegría se traducirá en la sonrisa cariñosa habitual, en las risas a carcajadas a veces, en los besos, abrazos y caricias que expresan el afecto.

Jaime Nubiola