Mucha gente piensa que orar es repetir mecánicamente unas palabras, más o menos sentidas, dirigidas a Dios. A veces sí, pero su efecto va mucho más allá. Si esas palabras no tienen una clara repercusión en mi cotidianeidad, es que algo no va bien.
La historia de esta semana es una oración de Gandhi que expresa magníficamente esta repercusión en los demás.
De hecho ha sido utilizada en las escuelas de liderazgo para hacer ver a los futuros líderes cómo es la mejor manera de acercarse a los demás, cómo debe ser mi actitud frente a las situaciones que la vida nos va deparando, sin dejarse llevar por la corriente.
De hecho ha sido utilizada en las escuelas de liderazgo para hacer ver a los futuros líderes cómo es la mejor manera de acercarse a los demás, cómo debe ser mi actitud frente a las situaciones que la vida nos va deparando, sin dejarse llevar por la corriente.
Y dicho de una forma que ya San Juan resumió sencillamente: no puedo amar a Dios a quien no veo si no amo a mi hermano a quien veo.
En definitiva, se trata de una apuesta por la superación personal en la dirección más bonita: la del amor. Aquí va esta magnífica y actual oración de Gandhi.
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Señor, ayúdame!
Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes
y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver la otra cara de la moneda,
no me dejes culpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a ti mismo y a no juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Mas bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver la otra cara de la moneda,
no me dejes culpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a ti mismo y a no juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Mas bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme
y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
¡Señor...si yo me olvido de ti, nunca te olvides de mí!