La historia de esta semana es un cuento de Paulo Coelho bastante conocido que trata precisamente de eso, de mantener la honestidad por encima de las demás consideraciones sociales, por muy grandes que nos parezcan.
El Príncipe y las semillas
Como se trataba de escoger a la futura emperatriz, el príncipe tenía que encontrar a una joven en quien pudiese confiar plenamente. Aconsejado por un sabio, decidió convocar a las jóvenes de la región para elegir entre ellas a la más digna.
Una vieja señora, sierva del palacio desde hacía muchos años, al oír los comentarios sobre los preparativos para la audiencia, sintió una gran tristeza, pues su hija alimentaba un amor secreto hacia el príncipe.
Al llegar a su casa y comentar el hecho a la joven, se espantó al oír que ella también tenía intención de presentarse. La señora se desesperó:
Por la noche, cuando la chica llegó al palacio, allí estaban efectivamente las más bellas jóvenes, con las más bellas ropas y las más bellas joyas, dispuestas a luchar de cualquier modo por la oportunidad que se les ofrecía. Rodeado de su corte, el príncipe anunció el desafío:
–Daré una semilla para cada una de vosotras. Aquella que, dentro de seis meses, me traiga la flor más linda, será la futura emperatriz de la China.
La chica cogió su semilla, la plantó en una maceta y como no era muy hábil en las artes de jardinería, cuidaba la tierra con mucha paciencia y ternura, pues pensaba que, si la belleza de las flores surgiese en proporción a la intensidad de su amor, no tendría que preocuparse del resultado.
Llegó el día de la nueva audiencia. La chica apareció con su maceta sin planta y vio que todas las otras pretendientes habían conseguido buenos resultados: cada una tenía una flor más bella que la otra, de las más variadas formas y colores.
Por fin llegó el momento esperado: el príncipe entra y observa a cada una de las candidatas con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, anuncia el resultado e indica a la hija de su sierva como su nueva esposa.
Todos los presentes empezaron a protestar, diciendo que cómo era posible que él hubiera escogido justamente a la única que no había conseguido cultivar ninguna planta. Entonces, serenamente, el príncipe aclaró la razón de su desafío:
–Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de ser emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles, y no podían nacer de manera alguna.