Solemos interpretar las situaciones bajo nuestro punto de vista, sin tener en cuenta otros parámetros que nos darían una opinión más subjetiva.
De esto va la historia de esta semana titulada El Tapiz, en la que las prisas por apreciar un regalo son un obstáculo para apreciarlo en su realidad.
Y es que, como se dice algunas veces, hay que saber mirar para poder ver.
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EL TAPIZ
Un hombre recibió una carta de su
mejor amigo anunciándole que le haría llegar un hermoso tapiz, tejido con sus
propias manos para ofrecerle el esfuerzo de su amistad; le decía que estaba
bordado en oro, que representaba preciosas escenas de cacería, y tenía unos
colores preciosos... que simbolizaban la luminosidad de la amistad que les unía
a pesar de la distancia.
Al recibir el paquete, días más
tarde, lo abrió deprisa y lleno de nervios por la carga emocional que para él
significaba aquel detalle. Pero inmediatamente, la decepción inundo cada uno de
sus poros...
Era un montón de hilos mal tejidos
y nudos mal distribuidos por todas partes. Las preciosas escenas de cacería
había más que verlas, imaginarlas; las hilaturas de oro sólo se adivinaban, y
los colores eran un insulto al arte.
Aún así, era un regalo de su mejor
amigo, e intentaba valorar el esfuerzo latente en aquel símil de ¿alfombra
extravagante? Le resultaba muy difícil verlo con buenos ojos.
De repente, sin darse cuenta, dio
la vuelta al tapiz, posiblemente para evitar el sufrimiento a sus
pensamientos.
Y entonces quedo admirado por el
derroche de belleza....
¡¡Lo había estado mirando al
revés!!
Ahora aparecieron los riquísimos
matices de colores, las bellísimas escenas de cacería, los espléndidos encajes
bordados en oro, y al mismo tiempo, el brillo de la amistad.
Su amigo se había quedado corto
con sus elogios... Y él muy corto con su confianza.