La historia que comparto esta semana me ha encantado porque revela un grado de madurez que es muy deseable en todas las personas.
Y la trama es sencilla: el personaje que se cree poderoso reclama un milagro al sabio, pero no es consciente de los 'pequeños milagros' que continuamente ocurren a su alrededor.
A veces nos dirigimos a Dios para pedirle que nos resuelva una situación o un problema, y está bien porque El es que más sabe, pero seguramente sería mejor si le pedimos fortaleza, paciencia o humildad y que nos acompañe en nuestra tarea.
El texto se titula Los verdaderos milagros, y aunque es un poco largo espero les guste.
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Los verdaderos milagros
Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante alumno del sabio.- Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa, inclusive puedes hacer milagros.
- Soy una persona vieja y cansada... ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?
- Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos..... esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso.
- ¿Te referías a eso? Tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso... no un viejo como yo; esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego. Todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
- Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces..... muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
- Esta mañana, ¿volvió a salir el sol?
- Sí, claro que sí.
- Pues ahí tienes un milagro..... el milagro de la luz.
- No, yo quiero ver un VERDADERO milagro. Oculta el sol, saca agua de una piedra.... Mira hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas.
- Soy una persona vieja y cansada... ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?
- Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos..... esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso.
- ¿Te referías a eso? Tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso... no un viejo como yo; esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego. Todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
- Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces..... muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
- Esta mañana, ¿volvió a salir el sol?
- Sí, claro que sí.
- Pues ahí tienes un milagro..... el milagro de la luz.
- No, yo quiero ver un VERDADERO milagro. Oculta el sol, saca agua de una piedra.... Mira hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas.
- ¿Quieres un verdadero milagro? ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?
- ¡¡Sí!!, fue un varón y es mi primogénito.
- Ahí tienes el segundo milagro.... el milagro de la vida.
- Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro...
- ¿Acaso no estamos en época de cosecha?, ¿no hay trigo y sorgo donde hace unos meses sólo había tierra?
- Sí, igual que todos los años.
- Pues ahí tienes el tercer milagro...
- Creo que no me he explicado, lo que yo quiero...
- Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti... si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer.
Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda; cuando el poderoso terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el sabio y su alumno, el sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado, y le dijo:
- Maestro: te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero?, ¿por qué lo haces ahora que no puede verlo?
- Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y no pudo verlos.... para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno... no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día.
El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido.
- Maestro: te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero?, ¿por qué lo haces ahora que no puede verlo?
- Lo que él buscaba no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y no pudo verlos.... para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno... no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día.