La búsqueda de la trascendencia es una constante en el ser humano desde todos los tiempos. Es la respuesta natural al ansia de ser + que llevamos dentro de nuestro corazón y que no se sacia con cualquier cosa.
Es una búsqueda que toma muchas formas, unas más afortunadas que otras. Hay quien lo identifica con la felicidad, con el bienestar, con Dios, con lo esotérico,...
El cuento que comparto esta semana, que lleva por título La pradera nevada, incide en este camino de búsqueda de Dios en el que se han embarcado muchas personas tratanto de localizar esas huellas que nos llevan a Dios y que a veces son escurridizas como la arena que se escapa entre los dedos.
El protagonista de este cuento recorre el mundo y la vida para encontrar a Dios, sin escatimar esfuerzos, hasta que encuentra la persona idónea que le indica donde encontrarlo aunque para ello tiene que convertirse en una pradera nevada...
Pero el final, ¡mejor leerlo directamente! Aquí va a continuación.
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La pradera nevada
Un hombre quiso encontrar las huellas de Dios. Estaba convencido de que si llegaba a encontrarlas sería feliz.
Siendo joven se puso en camino. Cargó en su mochila un sinfín de proyectos, tuvo como lema el entusiasmo, su cruz del sur, y comenzó con ilusión.
Miraba siempre adelante,no perdía detalle de cuanto pasaba a su alrededor. Así recorrió aldeas, pueblos, ciudades y países, vadeó ríos, escaló montañas, y sediento y desfallecido atravesó desiertos.
Sin embargo no encontraba las huellas de Dios. Se convirtió en hombre maduro, desarrolló sus conocimientos, la capacidad de reflexión. Siguió caminando, observando, preguntando a los animales, las flores, a los pájaros y a los hombres por las huellas de Dios. Las respuestas que recibía no le satisfacían.
-No, no puede ser, tengo que seguir, seguiré buscando, lo haré con más tesón; algún día descubriré las huellas de Dios.
Ya anciano y desconsolado, una noche se perdió. Lo encontró un anacoreta, un siervo de Dios. Después que hubieron cenado una frugal colación, el anciano preguntó al caminante:
-¿Qué te trae por estas tierras, qué buscas?
Respondió el caminante:
-Busco las huellas de Dios. Esa es la meta de mi vida., por eso me hice caminante. Si las encontrara las seguiría: no inmporta adónde me llevasen.
El anacoreta se quedó pensativo; después dijo al caminante:
-Si fueses una pradera nevada, descubrirías las huellas de Dios.
-No te entiendo anacoreta, he buscado tanto…
-Si estuvieses en silencio como una pradera nevada, comprenderías que el soplo del aire es la voz de Dios que te habla.
Si fueses una pradera nevada descubrirías que las huellas que te marcan son los signos del amor de Dios las gracias que de continuo te manda.
Si fueses pradera nevada te darías cuentas de que el perdón de Dios te transforma en agua de alegría y de esperanza.
Si fueses pradera nevada habrías comprendido que las flores, los pájaros, los animales y el hombre te habrían dado una repuesta acertada: la naturaleza entera es una huella de Dios.
El caminante interrumpió al anacoreta:
-¿Como puedo ser una pradera nevada?
El anacoreta miró al caminante y sonrió, después añadió:
-Teniendo pureza, humildad y sencillez de corazón. Mira hacia tu interior: Dios habita en ti mismo, tú eres su huella mejor.
El caminante comprendió entonces que había buscado espejismos seducido por su apariencia exterior, cuando ya lo tenía dentro de sí.
La Historia de la Semana