¿Qué es lo realmente importante de nuestras acciones?: ¿los resultados obtenidos o la intencionalidad de las mismas?
Nos hemos acostumbrado a medir la importancia de las cosas por sus efectos inmediatos, por el éxito o fracaso que llevan aparejadas... y a partir de ahí se suelen elaborar los juicios sobre las personas.
Y sin embargo, lo que da valor a la persona no son los éxitos o fracasos sino el corazón y el amor que pone en lo que hace, o como decía antes, la intencionalidad de sus acciones: si quiero hacer un bien, tenga éxito o fracase, es bueno; y si quiero hacer daño, lo logre o no, es malo. Pero esto es difícil de apreciar 'desde fuera'.
El cuento de esta semana está extraído de uno de los últimos libros de Jorge Bucay, titulado El camino de la espiritualidad, y refleja muy bien esta idea de que lo importante de verdad es la intención de corazón.
Aunque esto ya aparece en el evangelio de Mateo cuando resalta que es Dios quien ve en el corazón del hombre y ante quien hay que presentar nuestras acciones.
El cuento lleva por título El hijo del rabino, y aquí va a continuación.
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El hijo del rabino
Dicen que había un pequeño pueblo en el que vivía un conocido rabino. Todos los habitantes estaban muy conformes con el modo en que el rabino llevaba la vida espiritual del pueblo. Siempre tenía una palabra de aliento o un sabio consejo para darles a los que se acercaban para consultarle.
Sin embargo, el rabino era viejo y estaba claro que pronto moriría. Los habitantes del pueblo se reunieron para decidir quién sería su sucesor y todos coincidieron en que debía ser el hijo del rabino, que también había estudiado religión, pues ¿quién mejor que su propio hijo para que continuara el legado del padre?
Pronto el rabino murió y su hijo ocupó su lugar. Sin embargo, al poco tiempo el nuevo rabino comenzó a proponer cambios y a dar consejos misteriosos o totalmente opuestos a los que todos creían que habría dado su padre.
Los habitantes del pueblo volvieron a reunirse para decidir qué hacer y resolvieron ir a hablar con el nuevo rabino.
Cuando estuvieron frente a él, uno de ellos tomó coraje y habló:
- Mire, rabino, para serle franco, estamos un poco preocupados con todos los cambios que está haciendo. ¿Sabe qué pasa?, que nosotros lo elegimos porque pensamos que usted era como su padre, pero no es así.
- Se equivocan -respondió el nuevo rabino-. Yo soy igual que mi padre. Él no hacía las cosas de otro modo que como el creía que era mejor hacerlas... y yo sigo su ejemplo.
La Historia de la Semana
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