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martes, 9 de septiembre de 2025

El sabio de la isla

¿Dónde buscamos las respuestas a nuestros interrogantes, a las cosas que nos preocupan? Seguramente muchas veces tratamos de eludirlas, pero al final las grandes preguntas vuelven.

En este cuento, titulado El sabio de la isla, se hace una reflexión sobre dónde encontrar esa sabiduría que dé las respuestas, pues se suele pensar que es propia de mentes muy preparadas y alejadas de nuestro entorno. Sin embargo, el protagonista se da cuenta al final de que todo pasa por repensar la propia actividad con sencillez y humildad, gracias a las palabras del anciano, que no se reconoce sabio sino simplemente una persona cercana que sabe escuchar los problemas de los demás.
En definitiva es un buen recordatorio de que afrontar las situaciones con humildad y sencillez es la mejor ayuda para resolver las dificultades.

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El sabio de la isla

Había una vez un rey en una remota isla que estaba aburrido por todo lo que veía y todo lo que hacía y que ya no encontraba gracia a nada. Así que decidió hacer una visita a la isla vecina donde habitaba un gran sabio que de todo te daba razón y ni corto ni perezoso salió en su busca. 

Fueron varios los días de viaje, tan cansados que el rey durmió todo el viaje soñando y pensando con encontrar las respuestas más sinceras y seguras del mundo, las respuestas de cómo ser más alegre, divertido y sobre todo ser mejor gobernante cada día.
 
Así pasaron los días y este rey pensando en todo lo importante. Le pregunta a su capitán  cuando arribarían a la otra isla y éste le contesto que ya estaban en las orillas de la famosa isla del sabio. El rey se alegró tanto que tan pronto encallaron bajo y corrió por el puerto preguntando por el sabio tan famoso que tantas cosas había escuchado de él.

Se encuentra con un anciano de ropas rasgadas y de aspecto muy humilde y le dice: 
- Oye tú, mendigo, ¿dónde está el sabio que habita esta isla? 
 
El anciano contesta: 
- No lo sé. Todo mundo viene preguntando por ese sabio y en esta isla hay tan solo unas cuantas gentes como yo.

El rey le dice: 
- ¿Cómo? ¿que no hay ningún sabio en esta isla?
 
El anciano le vuelve a contestar:  
- No, no hay ningún sabio que yo sepa, ¿bueno para que quiere ver a ese sabio?
 
El rey molesto replicó:  
- Para que me diga el secreto de cómo ser más feliz, cómo ser mejor gobernante y todo lo bueno de la vida.

Entonces el anciano le dice "pregúntame a mí, que yo te ayudaré", a lo que el rey se ríe con tremenda carcajada y de pronto se queda serio, y le dice:
 
- ¿Tú un anciano mal vestido y, por lo que veo, muy ignorante me vas a decir lo que solo un sabio me puede decir?".

El anciano le contesta:  
- No necesito traer ropas lujosas como tú, ni necesito riquezas o tropas para ser sabio, lo único que yo necesito es mi cabeza y mi paciencia. Tú, rey de la isla vecina, me preguntaste por un sabio y aquí no lo hay. Han venido cientos de reyes y demás gobernantes a buscarlo y no lo han encontrado. Sólo han hablado conmigo. Tan pronto terminan de hablar conmigo se retiran riéndose y diciendo que viajaron tanto que tuvieron tiempo para pensar muchas formas de solucionar sus problemas y que yo terminé dándoles la llave para ser mejores, pero no sé por qué.

El rey se da la media vuelta y se dirige pensativo hacia su barco pero tan pronto da unos pasos se voltea hacia el anciano y le dice: 
 
- Gracias famoso sabio de la isla, me has dado la llave de cómo ser mejor gobernante, de cómo ser mas divertido, de cómo tener más paciencia. Me has enseñado que primero debo encontrarme a mí mismo con mis pensamientos, con mis actos y mis deseos, sólo así seré mejor. ¡Muchas gracias sabio! 

El anciano, atónito, se rasca la cabeza y se dice a sí mismo: "Por eso no salgo de esta isla, afuera todos deben de estar locos, con eso de estar pensando cómo ser mejores y aliviar sus penas. No, no, no, yo estoy mejor aquí con mi ignorancia y mi humilde persona, lo único que hago es escuchar a toda esa gente que viene y preguntarles. Sólo por eso me dicen sabio". 
 

lunes, 23 de septiembre de 2024

El Príncipe y las semillas

Cuando uno se pone a pensar en las causas de la crisis social que padecemos, al final llegamos a que la raíz está en el propio ser humano: se desea el poder frente a la sencillez, la avaricia frente a la humildad, la apariencia frente a la realidad,... 

Y en definitiva, dentro de la crisis general de valores que hay, se diluye tremendamente algo tan clásico y sencillo como la honestidad y el honor personal.


La historia de esta semana es un cuento de Paulo Coelho bastante conocido que trata precisamente de eso, de mantener la honestidad por encima de las demás consideraciones sociales, por muy grandes que nos parezcan. 

Se titula El Príncipe y las semillas, y espero que os guste.
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El Príncipe y las semillas

Alrededor del año 250 a.C, en la antigua China, un cierto príncipe de la región de Thing-Zda, estaba preparado para ser coronado emperador; pero antes, sin embargo, de acuerdo con la ley, tenía que casarse.

Como se trataba de escoger a la futura emperatriz, el príncipe tenía que encontrar a una joven en quien pudiese confiar plenamente. Aconsejado por un sabio, decidió convocar a las jóvenes de la región para elegir entre ellas a la más digna.

Una vieja señora, sierva del palacio desde hacía muchos años, al oír los comentarios sobre los preparativos para la audiencia, sintió una gran tristeza, pues su hija alimentaba un amor secreto hacia el príncipe.

Al llegar a su casa y comentar el hecho a la joven, se espantó al oír que ella también tenía intención de presentarse. 
La señora se desesperó: 

–¿Hija mía, qué vas a hacer allí? Estarán presentes las más bellas y ricas candidatas de la corte. ¡Sácate inmediatamente esta idea de la cabeza! ¡Ya sé que debes estar sufriendo, pero no transformes el sufrimiento en una locura! 

Y la hija respondió: 

–Querida madre, ni estoy sufriendo, ni mucho menos me he vuelto loca; sé que jamás podré ser la escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos algunos momentos cerca del príncipe, y esto ya me hace feliz, aún sabiendo que mi destino es otro.


Por la noche, cuando la chica llegó al palacio, allí estaban efectivamente las más bellas jóvenes, con las más bellas ropas y las más bellas joyas, dispuestas a luchar de cualquier modo por la oportunidad que se les ofrecía. Rodeado de su corte, el príncipe anunció el desafío:

–Daré una semilla para cada una de vosotras. Aquella que, dentro de seis meses, me traiga la flor más linda, será la futura emperatriz de la China.


La chica cogió su semilla, la plantó en una maceta y como no era muy hábil en las artes de jardinería, cuidaba la tierra con mucha paciencia y ternura, pues pensaba que, si la belleza de las flores surgiese en proporción a la intensidad de su amor, no tendría que preocuparse del resultado. 

Pasaron tres meses y nada brotó. La joven buscó soluciones, habló con labradores y campesinos que le enseñaron los más variados métodos de cultivo y no consiguió ningún resultado. Cada día se sentía más lejos de su sueño, aunque su amor continuase tan vivo como antes. 

Finalmente, los seis meses se agotaron y nada nació de su maceta. Aunque sabía que no tenía nada para mostrar, era consciente de su esfuerzo y dedicación durante todo aquel tiempo, de modo que comunicó a su madre que retornaría al palacio en la fecha y hora establecidas. Secretamente sabía que este sería su último encuentro con el bienamado, y no estaba dispuesta a perderlo por nada del mundo.

Llegó el día de la nueva audiencia. La chica apareció con su maceta sin planta y vio que todas las otras pretendientes habían conseguido buenos resultados: cada una tenía una flor más bella que la otra, de las más variadas formas y colores.


Por fin llegó el momento esperado: el príncipe entra y observa a cada una de las candidatas con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, anuncia el resultado e indica a la hija de su sierva como su nueva esposa.

Todos los presentes empezaron a protestar, diciendo que cómo era posible que él hubiera escogido justamente a la única que no había conseguido cultivar ninguna planta.
Entonces, serenamente, el príncipe aclaró la razón de su desafío:

–Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de ser emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles, y no podían nacer de manera alguna.




miércoles, 11 de julio de 2018

Los tres ciegos

Creo que fue el famoso Kant el que afirmaba que 'no vemos la realidad como es, sino como somos'. Y es difícil no estar de acuerdo con esta afirmación.

En efecto, solemos estar convencidos que nuestras ideas son las mejores y damos por sentado que llevamos siempre la razón. Todo ello llevados por los prejuicios que por educación, cultura, costumbres,... nos impiden pensar con objetividad.

La historia de esta semana es muy ilustrativa de esta situación, y es muy aplicable a la realidad actual dominada por los medios de comunicación, que intentan presentarnos la realidad de la forma que más les conviene a sus intereses.

La verdadera sabiduría pasa por darse cuenta que hay que aceptar con humildad nuestras limitaciones y estar abiertos a aprender cosas nuevas aunque a veces nos sorprendan.

Pero seguro que de la lectura de Los tres ciegos vais a sacar más ideas prácticas y útiles para la vida diaria. 
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Los tres ciegos


Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.

Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.

Los tres sabios, que eran ciegos, quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.

El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos mantas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trató de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:


- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.


Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. Se colgó de ella y comenzó a balancearse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba al elefante, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:

- Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para balancearse.

Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos de lo que habían descubierto sobre el elefante, no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo. Pero lo que decían parecía imposible de concordar.

Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.
Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.


Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado.


Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.


La Historia de la Semana

lunes, 30 de abril de 2018

La cajita dorada


Cuando nos hacemos mayores normalmente vamos perdiendo la mirada inocente de las cosas, dando entrada a los prejuicios, resentimientos, ideas negativas de los demás,...

Por eso es importante volver la mirada atrás y recordar la infancia y la niñez para no perder esos valores tan importantes que nos ayudan a ser felices y encontrar la situación justa en cada momento, sin ideas preconcebidas que alteran la realidad.
La historia de esta semana trata precisamente de la distinta mirada que tienen un padre y su hija acerca de un regalo, una cajita dorada.

Y recuerda el conocido consejo de Jesucristo de hacerse como niños, pues de los son como niños es el reino de los cielos.
 

A continuación esta preciosa historia sobre la humildad y sencillez titulada La cajita dorada.

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La cajita dorada

La historia dice que hace algún tiempo un hombre castigó a su hija de cinco años de edad por desperdiciar un rollo de papel dorado para envolver que era muy caro. El dinero estaba escaso y él se enojó aun más cuando la niña pegó el papel dorado para decorar una caja y ponerla debajo del árbol de Navidad. 


Sin embargo, la niñita le trajo la caja de regalo a su padre la mañana siguiente y le dijo:

-"Esto es para ti, papá".

El padre estaba avergonzado por su anterior reacción exagerada, pero su enojo apareció de nuevo cuando encontró que la caja estaba vacía. Le habló a su hija de una manera recia: 


-"¿No sabes, jovencita, que cuando das un regalo a alguien, se supone que debe haber algo dentro del paquete?" 
 
La niñita lo miró con lágrimas en sus ojos y le dijo:

-"Papá, no está vacía. Le puse besitos hasta que se llenó".

El padre quedó turbado y confundido. Cayó de rodillas y abrazó a su pequeña hija; le rogó que lo perdonara por su enojo innecesario y guardó su cajita dorada con esmero.


La Historia de la Semana

domingo, 23 de abril de 2017

El circo

Solía decir Santa Teresa de Calcuta que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien.

Aunque vemos a nuestro alrededor muchas acciones malas, sigo creyendo que la tendencia al bien del ser humano es algo intrínseco en su espíritu, si bien por circunstancias varias a veces actúa de forma incorrecta.

La historia de esta semana, que lleva por título El circo, no sólo habla de hacer el bien, sino además hacerlo de la mejor forma posible: sin que el beneficiario se dé cuenta. De ahí la cita que ponía al inicio de la Madre Teresa.

Ésta suele ser la parte más difícil, pues se basa en una gran humildad personal y confianza en la Providencia. Por eso viene bien recordarlo como en esta ocasión.

Aquí va a continuación y espero que os guste. Hay también una versión inglesa en este enlace.

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​El circo
 
Cuando yo era adolescente, en cierta oportunidad estaba con mi padre haciendo cola para comprar entradas para el circo. Al final, solo quedaba una familia entre la ventanilla y nosotros. Esta familia me impresionó mucho. Eran ocho chicos, todos probablemente menores de doce años. 


Se veía que no tenían mucho dinero. La ropa que llevaban no era cara, pero estaban limpios. Los chicos eran bien educados, todos hacían bien la cola, de a dos detrás de los padres, tomados de la mano. Hablaban con excitación de los payasos, los elefantes y otros números que verían esa noche. Se notaba que nunca antes habían ido al circo. Prometía ser un hecho sobresaliente en su vida.

El padre y la madre estaban al frente del grupo, de pie, orgullosos. La madre, de la mano de su marido, lo miraba como diciendo: Eres mi caballero de brillante armadura. Él sonreía, henchido de orgullo y mirándola como si respondiera: Tienes razón.


La empleada de la ventanilla preguntó al padre cuantas entradas quería. Él respondió con orgullo: Por favor, deme ocho entradas para menores y dos de adultos, para poder traer a mi familia al circo. La empleada le indico el precio.

La mujer soltó la mano de su marido, ladeo su cabeza y el labio del hombre empezó a torcerse. Este se acerco un poco más y preguntó: ¿Cuánto dijo? 


La empleada volvió a repetirle el precio. ¿Cómo iba a darse vuelta y decirle a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?

Viendo lo que pasaba, mi papá puso la mano en el bolsillo, sacó un billete de veinte dólares y lo tiró al suelo. 


Nosotros no éramos ricos en absoluto. Mi padre se agacho, recogió el billete, palmeó al hombre en el hombro y le dijo: Disculpe, señor, se le cayó esto del bolsillo".

El hombre se dio cuenta de lo que pasaba. No había pedido limosna, pero sin duda apreciaba la ayuda en una situación desesperada, angustiosa e incómoda.


Miró a mi padre directamente a los ojos, con sus dos manos le tomó la suya, apretó el billete de veinte dólares y con labios trémulos y una lágrima rodándole por la mejilla, replicó: Gracias, gracias señor. Esto significa realmente mucho para mi familia y para mí.


La Historia de la Semana

viernes, 15 de marzo de 2013

Ping pong

Un poco de humor para amenizar la semana nunca viene mal. Y si además tiene una pequeña moraleja, mejor que mejor.

En esta ocasión comparto un video de animación que toma como pretexto una partida de ping pong entre el oso Bernard (que ya ha salido por estas páginas) y un simpático (¡y bien despierto!) pingüino.

Para mí, la lección que saco es que nunca hay que despreciar a un contrincante en cualquier campo valiéndose únicamente de las apariencias externas.

Se suele decir que 'las apariencias engañan', y creerse superior a otro simplemente por lo exterior lleva a situaciones como la de este video, en las que se suele acabar con la peor parte. Y hay que ser humildes para reconocer nuestros propios valores.

¡Espero que os guste!


La Historia de la Semana

domingo, 18 de noviembre de 2012

La princesita y su amiga pobre

Un lugar común en el arte y la literatura a través de los tiempos es el aprecio y la búsqueda de la belleza.

Pero ¿de qué belleza hablamos?, ¿dónde está la auténtica belleza?, ¿cuál es la belleza que importa de verdad?

En estos tiempos que vivimos suele predominar lo superficial sobre lo profundo, lo externo sobre lo interior; y resulta difícil reconocer la verdadera belleza.

La historia de esta semana, La princesita y su amiga pobre, es un cuento al estilo clásico, que nos recuerda algo que decimos frecuentemente pero a veces nos cuesta creer: la belleza que de verdad importa es la que se ve con los ojos del corazón. Lo que constituye una gran verdad.

Y sólo buscando esa belleza interior se encuentra la verdadera y auténtica felicidad a la que aspiran todas las personas. ¡Espero que os guste! 

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La princesita y su amiga pobre

Erase una vez una princesita de ojos grandes y claros, tez blanca, mejillas como de porcelana y rosadas, rostro redondo y larga cabellera rubia que vivía en un precioso, grande, lujoso y acogedor castillo con unos reyes muy ricos que eran sus padres.

Justo al lado del castillo había una casa de piedra muy sencilla y pequeña, sin ningún lujo, donde vivía una niña de la misma edad que la princesa con la diferencia que ella era pobre como sus padres y su parecer no era tan hermoso. Su tez era morena como el té. Tenía el pelo negro pero enmarañado y rizado, y su aspecto era más andrajoso que elegante. 

Sin embargo la pequeña princesita, aún teniendo de todo, no era feliz; parecía estar enojada todo el tiempo y su irritabilidad se reflejaba en su rostro hermoso. A pesar de ser tan hermosa parecía que el pueblo no reparaba en su belleza. En cambio la niña de la casa de piedra tenía una enorme sonrisa dibujada en su cara y el pueblo sí parecía ser atraído por esta muchachita de ojos saltones y alegres. Allá por donde pasaba dejaba su huella en el corazoncito de la gente con su simpatía y su magnética personalidad. No había en el pueblo nadie que no la conociera por su cercanía y
todos la apreciaban. 

Un día esta niña se acercó movida por la curiosidad al castillo y allí conoció a la princesa. La niña saludó a la princesita y ésta reaccionó con la antipatía que la caracterizaba y la echó de su castillo. Lejos de ponerse triste, su pequeña vecinita le pidió disculpas alegremente y se fue de allí feliz como era habitual en ella.

Al día siguiente la princesita estaba aburrida en la torre de su habitación asomada a la ventana. Su ventana casualmente daba al patio de la pobre pero feliz muchacha. Mientras que ella lo tenía todo y su vecinita nada, era mucho más feliz corriendo detrás de los pollos con sus trapos andrajosos. 


De repente algo se inquietó dentro del corazón de la princesa cuando vio aquella escena y recordando las palabras amables del día anterior de la muchacha y el respeto frente a su actitud de rechazo, dejando a un lado el orgullo, decidió reconocer su error y movida por el arrepentimiento tomó el valor necesario para presentarse en casa de sus vecinos y pedirle disculpas a la muchacha alegre.

La muchacha lejos de enfadarse la recibió con una amplia sonrisa y aceptó sus disculpas. Desde aquel día fueron inseparables y compartieron juegos y amistad. Todos los días la princesita iba a buscar a su amiguita a la casa de piedra y viceversa y desde entonces todo el pueblo amó a la princesa y adoraban a las dos niñas.

Pero los años pasaron y las dos niñitas tuvieron que tomar sus respectivos caminos en la vida y dejaron de verse. La princesita creció y se convirtió en una hermosa joven que atraía todas las miradas de los muchachos. Los príncipes iban y venían a pedirla en matrimonio; éstos a su vez le ofrecían riquezas y regalos prometiéndole toda clase de presentes materiales pero ella no se interesó en ninguno.
Prefirió seguir los consejos que le dejó su amiga de la infancia y no fijarse en lo externo de los hombres sino en lo apuesto del corazón de aquel que iba a merecer su amor.


Pasados unos años un tímido y apuesto príncipe se armó de valor para ir a visitarla al castillo y pedir la mano de la joven, quien se fijó en la hermosura de su corazón y apreció algo diferente. Y se hicieron grandes amigos. El príncipe tenía un corazón magnánimo y la princesa se enamoró profundamente.

Después de dos años de noviazgo decidieron casarse, pero en lugar de vivir en el castillo de sus padres, regalaron a los más pobres del pueblo todas las riquezas que tenían y los regalos de su boda. Ellos decían que el mejor regalo que tenían era la felicidad y que también querían compartirlo con los demás.

Por eso el príncipe y la princesa vivieron humildemente y se fueron a residir a una casa de campo de una aldea cercana, dejando todas las comodidades de sus vidas pasadas y recorriendo el mundo entero juntos ayudando a los más necesitados.

Los años pasaron, y el príncipe y la princesa envejecieron como todo el mundo. Pero no les importó el paso del tiempo porque se dieron cuenta de que la mejor riqueza y la mayor hermosura las tenían en el interior de su corazón.


La Historia de la Semana

jueves, 6 de septiembre de 2012

La cámara secreta

En la entrada anterior se hacía referencia a ese jardín secreto que tenemos en el alma y que sólo conocemos cada uno de nosotros. Y la historia de esta semana, titulada La cámara secreta, trata precisamente de esto.
 
¿Qué guardo en lo más íntimo de mi corazón, en mi jardín secreto? Es seguro que caben muchas cosas, y aunque piense que sólo son para mí, al final también los que están a mi alrededor las acaban percibiendo.

Por eso conviene desterrar del corazón todas las cosas negativas que reducen nuestra visión, como el rencor, la envidia, la avaricia,... y cultivar todo lo que nos engrandece como personas: el amor, la generosidad, la amistad,...

Y aunque provoque reacciones adversas en los demás, el ser fieles a estas convicciones íntimas nos hará plenamente felices y realmente alegres.

De todo esto trata este cuento, aunque estoy seguro que en vuestra cámara secreta encontraréis más tesoros aún para enriquecerlo.

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La cámara secreta

Al ser joven, apuesto, inteligente y bueno, Ayâz era el favorito del rey. Este último gustaba de su compañía, buscaba sus consejos y tenía una confianza absoluta en él. Para sellar su amistad, colmó a Ayâz de tantas mercedes que se encontró en posesión de una pequeña fortuna.

Evidentemente su posición no dejó de exacerbar el odio y los celos de los demás cortesanos que no soñaban sino con su caída y trataban por todos los medios de desacreditarle delante del rey. 

Como Ayâz se encerraba todos los días en una pequeña cámara, donde se quedaba un buen rato, los cortesanos pensaron haber encontrado, por fin, la prueba de su doblez. Se imaginaron que guardaba allí el fruto de sus rapiñas. Se apresuraron a informar de sus sospechas al rey y le suplicaron que desenmascarara al traidor visitando la cámara misteriosa.

Movido por esta camarilla llena de odio y convencido de la fidelidad de su favorito, el rey aceptó su petición a fin de acallar aquellas malas lenguas.

Ordenó que se echara abajo la puerta de la cámara y, seguido de sus cortesanos, penetró en la estancia. Cuál no sería su asombro al descubrir todo el mundo que la estancia se hallaba completamente vacía. En vez de encontrar en ella montones de riquezas resguardadas de la mirada de los curiosos, lo que vieron fue nada más que un viejo par de sandalias de cuero y un mísero traje hecho pedazos.

Intrigado, el rey hizo venir a Ayâz y le preguntó por qué guardaba tan celosamente aquellos viejos andrajos. Y éste le respondió con modestia:

-Fue vestido con estas ropas viejas como llegué a la corte y vengo a verlas todos los días, para acordarme de todas las bondades que me habéis dispensado desde entonces y no olvidar la humildad de mis inicios.

Alejandro Jodorowsky


La Historia de la Semana

miércoles, 25 de abril de 2012

La rosa y el sapo

La historia de esta semana, como bien indica el título, tiene dos protagonistas: una rosa y un sapo. ¿Qué papel desempeña cada uno?

A primera vista es mucho más llamativa y deseable la rosa, pero eso no significa que el sapo sea menos importante en la relación entre ambos.

Para mí, el texto es una parábola sobre la humildad: nunca nos podemos considerar superiores a los demás simplemente por nuestro aspecto o nuestros logros.

O dicho de otra manera: nos hace ser conscientes de que vivimos en un mundo de relaciones y, aunque no nos demos cuenta de muchas de ellas, nos ayudan enormemente en nuestra vida diaria.

Y también me recuerda la importancia de saber acompañar a las personas que nos rodean. Pero seguro que se os ocurren muchas más ideas.

Aquí está La rosa y el sapo.
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La rosa y el sapo

Había una vez una rosa roja muy bella; se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos.

Notó que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca.

Indignada ante lo descubierto, le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente dijo:

- Está bien, si así lo quieres, me iré.

Poco tiempo después, el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:

- ¡Vaya que te ves mal! ¿Que te pasó? 

La rosa contestó:

- Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual. 

El sapo sólo contestó:

- Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.


La Historia de la Semana