viernes, 5 de diciembre de 2008

Una gota de esperanza

Este fin de semana es muy especial para mí, pues se cumplen cuatro años del fallecimiento de Fernando Rielo, maestro, padre y amigo, de quien aprendí cuanto intento llevar a la práctica en mi vida cotidiana, tanto en lo espiritual como en lo humano.

Entre otras muchas cosas, nos decía que somos esperanza y fermento para la sociedad. Por eso, en homenaje suyo, os envío este relato sobre la esperanza, con la ilusión de que todos seamos realmente esperanza para los demás, empezando por nuestros seres queridos.

Un abrazo muy fuerte y muchas gracias por vuestra amistad.


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UNA GOTA DE ESPERANZA

En la ladera de una montaña había una fuente conocida por todos como "La Fuente de la Esperanza". Todo aquel que estaba deprimido o desanimado por alguna dificultad, bastaba con que bebiera un poco de aquella agua para llenarse de esperanza y tener fuerzas para superar su dificultad, por imposible que pareciera. Esto hacía que los habitantes de aquella región estuvieran siempre alegres a pesar de los problemas.

Pero un día la fuente se secó y ya no pudieron beber su agua. Esto fue catastrófico. El desánimo y la desesperanza se apoderó de todos. Dejaron de estar alegres y se volvieron terriblemente pesimistas.

Sólo hubo un niño que no perdió la esperanza.

Todas las mañanas acudía a la fuente esperando que volviera a caer el agua. Y allí se pasaba el día entero. Los que le veían le decían que se marchara porque estaba perdiendo el tiempo; la fuente se había secado para siempre. Pero él no les hacía caso. Todos los días, semana tras semana, no dejó de ir a la fuente. Algunos hasta se burlaban de él y le tomaban el pelo. Era imposible que saliera agua porque el manantial de donde se alimentaba la fuente estaba cegado por la tierra.

Una mañana de tantas, cuando todo parecía perdido, el niño vio con sorpresa que de la fuente iba a caer una gota de agua. Era la última gota de esperanza que le quedaba. A toda prisa puso su mano para recogerla y se fue entusiasmado a enseñársela a todos.

Pero nadie le hizo caso. Aquello era una gota insignificante que no valía ya para nada. Le dijeron que la tirara donde quisiera porque ya no había nada que hacer. La esperanza estaba perdida sin remedio.

El pobre niño se marchó muy triste y desanimado. Así que fue al pozo de donde bebían todos y tiró allí su gota de agua.
Sin embargo, aquella única gota de agua tenía la esperanza tan concentrada en su interior, que cuando se mezcló con el agua del pozo, hizo que todo él se contagiara de esperanza.

Al día siguiente, cuando todos bebieron de aquel agua, quedaron nuevamente llenos de esperanza. Cuando se enteraron de que había sido por la gota de agua que el niño había echado, fueron a darle las gracias porque fue el único que continuó esperando contra toda esperanza.

Y desde entonces, aquel pozo fue conocido por todos como el Pozo de la Esperanza.

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