Mirado desde esta perspectiva cambia radicalmente la manera de tratar a los demás: nos resulta mucho más fácil disculpar y perdonar a un amigo que a alguien que no conocemos cuando hacen algo que no nos gusta.
La historia de esta semana trata precisamente de este tema, utilizando el símil de las luces y las sombras, pues es bien cierto que ni somos totalmente transparentes ni totalmente opacos. O dicho en palabras de San Pablo: no hacemos el bien que deseamos y hacemos el mal que no queremos.
Pero, para mí, lo más bonito de la historia Entre luces y sombras es cuando resalta que el brillo de la luz se aprecia mucho mejor en la oscuridad.
Por eso, ¡que en medio de las sombras seamos luz para los demás!
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Entre luces y sombras
Entre luces y sombras
El maestro llevó a sus discípulos a una
habitación oscura.
- Nada, maestro, -le respondieron- la oscuridad
es absoluta y no nos deja ver.
El maestro dió una palmada, y se encendieron al
mismo tiempo mil lámparas de intensa luz.
- ¿Qué ven ahora? -les preguntó otra vez.
- Nada, tampoco
-dijeron los discípulos-. Esta luz cegadora nos impide abrir los ojos
para ver.
- Aprendan, pues, -les enseñó el maestro- que ni en la luminosidad absoluta ni en la
completa oscuridad el hombre puede ver. Por eso estamos hechos de luces y sombras, para podernos ver los unos a los otros.
¡Ay de aquél que no perdone la oscuridad que hay
en el alma de su hermano, pues no lo podrá ver, y estará solo!
¡Y ay de aquél que no busque poner luces en su
oscuridad, pues a sí mismo se perderá!
Esto dijo el sabio, y concluyó:
- Cada uno de nosotros estamos hechos de
sombras. Por tanto, ¿dónde mejor que en nosotros
puede brillar la luz?