viernes, 26 de diciembre de 2008

Zapatos para estar con Jesús

como no podía ser menos, esta semana envío una historia de navidad, de esas que nos recuerdan los buenos sentimientos que todos albergamos en nuestro corazón pero que a veces no nos atrevemos a expresar por miedo, por timidez, por cansancio,.... ¿Y si para nosotros todo el año fuera navidad? ¡¡Vaya reto!!

Un abrazo muy fuerte con mis mejores deseos, ¡y a disfrutar de estos días!!



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ZAPATOS PARA ESTAR CON JESÚS


Solo faltaban cinco días para la Navidad. Aún no me había atrapado el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos llenos, y dentro de las tiendas, el caos era mayor. No se podía ni caminar por los pasillos. ¿Por qué vine hoy?, me pregunté.


Me dolían los pies lo mismo que mi cabeza. En mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero yo sabía que si no les compraba algo se resentirían. Llené rápidamente mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas registradoras. Escogí la más corta, calculé que serían por lo menos 20 minutos de espera.


Frente a mí había dos niños, uno de 10 años y su hermana de 5. Él iba mal vestido con un abrigo raído, zapatos deportivos muy grandes, probablemente 3 tallas más grandes. Los jeans le quedaban cortos. Llevaba en sus sucias manos unos cuantos billetes arrugados. Su hermana iba vestida parecido a él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella llevaba un par de zapatos de mujer dorados y resplandecientes.


Los villancicos navideños resonaban por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se tratara de un tesoro. La cajera les entregó el recibo y dijo: son $6.09. El niño puso sus arrugados billetes en el mostrador y empezó a rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $3.12.


-Bueno, creo que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los compraremos, añadió. Ante esto la niña dibujó un puchero en su rostro y dijo: "Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos".


-Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores, vamos a volver.


Sin tardar, yo le completé los tres dólares que faltaban a la cajera. Ellos habían estado esperando en la cola por largo tiempo y después de todo, era Navidad. Y en eso un par de bracitos me rodearon con un tierno abrazo y una voz me dijo, muchas gracias señor.


Aproveché la oportunidad para preguntarle qué había querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña, con sus grandes ojos redondos, me respondió:


"Mi mamá está enferma y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del cielo son de oro reluciente tal como estos zapatos. ¿No se le verá a mi mamá hermosa caminando por esas calles con estos zapatos?"


Mis ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante.


Por supuesto que sí, le respondí. Y en silencio, le di gracias a Dios por usar a estos niños para recordarme el verdadero valor de las cosas.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El árbol que no sabía quién era

Seguro que os habéis dado cuenta y no revelo ningún secreto: ya no hay remedio: ¡¡tenemos la Navidad encima!! ¡¡Ya ha pasado otro año!!!

¿Qué vamos a hacer? ¿Seguir la corriente como todo el mundo? ¿Hacer lo de siempre? ¿O buscar dentro de cada un@ lo que realmente me llena y me hace ver la vida 'con otros ojos'?

Pues para dar ideas, aquí os va la historia de esta semana, con mis mejores deseos para todos y cada uno.


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El árbol que no sabía quién era

Había una vez, en algún lugar que podría ser cualquier lugar y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales.

Todo era alegría en el jardín; y todos ellos estaban muy satisfechos y felices. Excepto por un solo árbol, profundamente triste.

El pobre tenía un problema: no daba frutos. "No sé quién soy," se lamentaba.

- Lo que te falta es concentración,- le decía el manzano,- si realmente lo intentas, podrás tener deliciosas manzanas. ¿Ves que fácil es?

- No lo escuches,- exigía el rosal.- Es más sencillo tener rosas y ¿Ves que bellas son?

Y desesperado, el árbol intentaba todo lo que le sugerían. Pero como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.

Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó:

-No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Es tu enfoque lo que te hace sufrir.
"No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo. Conócete a ti mismo como eres. Y para lograr esto, escucha tu voz interior." Y dicho esto, el búho se fue.

-"¿Mi voz interior...? ¿Ser yo mismo...? ¿Conocerme...? ".- Se preguntaba el árbol desesperado. Y se puso a meditar esos conceptos.

Finalmente, de pronto, comprendió. Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y pudo escuchar su voz interior diciéndole:

"Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros y belleza al paisaje. Eso es quién eres. ¡Sé lo que eres!"

Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces todo el jardín fue completamente feliz, cada quien celebrándose a sí mismo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Una buena lección

Se acerca la Navidad y los buenos sentimientos se vuelven más espontáneos y surgen más fácilmente.

Y cuando se trata de sentimientos generosos no está de más llevarlos a la práctica con alegría. De eso va la historia de hoy.


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UNA BUENA LECCIÓN


Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quien los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones.


Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias.


El alumno dijo al profesor:


- Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.


- Mi querido amigo -le dijo el profesor-, nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres.Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.


Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre pobre terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos y su abrigo.
Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado. Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar.


Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda.


Sus sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, hablando de su esposa enferma y sin ayuda y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida no morirían de hambre.


El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas.


- Ahora- dijo el profesor- ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma?


El joven respondió:


- Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo que es mejor dar que recibir.