martes, 30 de marzo de 2010

Dies Irae

Dentro del tema musical de esta semana he escogido una versión reciente de una composición tradicional denominada Dies Irae, el Día de la ira, que casi todos los compositores de música clásica incluyen entre su repertorio, ya que me parece apropiado para estos días de Semana Santa.

Se trata de un poema que describe el día del juicio final, con la trompeta llamando a los muertos ante el trono divino y el alma que se acerca suplicante pidiendo clemencia amparándose en la misericordia de Dios. Está escrito en el siglo XIII y ha sido muy utilizado en la liturgia romana, formando parte inseparable de las 'misas de requiem'.

De las muchas versiones que hay, he seleccionado dos. Una muy reciente de un coro de voces blancas y la más clásica y conocida de Mozart.

La primera está interpretada por el coro Libera, que reúne a un grupo de niños procedentes de unas parroquias de Londres y que se han hecho famosos en el mundo entero con sus canciones. Es una versión muy ágil que a mí personalmente me encanta. (En el video llega hasta el minuto 4:30, el resto es prescindible).

Y la segunda versión es la clásica de la Misa de Requiem de Mozart, que impresiona por su rotundidad. Las imágenes son de la partitura original de Mozart.

Aquí van. ¡Feliz Semana Santa! 

(Ah! y al final la traducción del poema, para los que tengan curiosidad)






Dies Irae
Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
La trompeta, esparciendo un sonido admirable
por los sepulcros de todos los reinos
reunirá a todos ante el trono.
La muerte y la Naturaleza se asombrarán,
cuando resucite la criatura
para que responda ante su juez.
Aparecerá el libro escrito
en que se contiene todo
y con el que se juzgará al mundo.
Así, cuando el juez se siente
lo escondido se mostrará
y no habrá nada sin castigo.
¿Qué diré yo entonces, pobre de mí?
¿A qué protector rogaré
cuando ni los justos estén seguros?
Rey de tremenda majestad
tú que, salvas gratuitamente a los que hay que salvar,
sálvame, fuente de piedad.
Acuérdate, piadoso Jesús
de que soy la causa de tu calvario;
no me pierdas en este día.
Buscándome, te sentaste agotado
me redimiste sufriendo en la cruz
no sean vanos tantos trabajos.
Justo juez de venganza
concédeme el regalo del perdón
antes del día del juicio.
Grito, como un reo;
la culpa enrojece mi rostro.
Perdona, señor, a este suplicante.
Tú, que absolviste a Magdalena
y escuchaste la súplica del ladrón,
me diste a mí también esperanza.
Mis plegarias no son dignas,
pero tú, al ser bueno, actúa con bondad
para que no arda en el fuego eterno.
Colócame entre tu rebaño
y sepárame de los machos cabríos
situándome a tu derecha.
Tras confundir a los malditos
arrojados a las llamas voraces
hazme llamar entre los benditos.
Te lo ruego, suplicante y de rodillas,
el corazón acongojado, casi hecho cenizas:
hazte cargo de mi destino.

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