miércoles, 11 de septiembre de 2013

La camisa del zar

La historia de esta semana es otra versión de un cuento clásico pero no por ello menos actual.

Viene a responder a la eterna pregunta que se formula el ser humano: ¿dónde se encuentra la felicidad?, ¿cómo alcanzarla?

Todos aspiramos a ser lo más felices posibles, es un instinto de nuestra naturaleza, pero solemos andar despistados a la hora de caminar hacia ella.

En esta sociedad que nos ha tocado vivir se identifica ser feliz con disponer de medios para satisfacer los gustos que tengamos, y casi todos van en busca del dinero, el poder y la ostentación. Pero no alcanzan la auténtica felicidad de corazón, la plenitud a la que estamos llamados.

Hay una frase atribuida a San Francisco que ilustra muy bien la idea de que no es más feliz el que más tiene sino el que menos cosas necesita, y dice así: Necesito poco; y lo poco que necesito, lo necesito poco.

Esto es lo que me ha suscitado La camisa del zar, que aquí va a continuación.

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La camisa del zar

Había una vez un zar que se encontraba enfermo y dijo:

- Daré la mitad de mi reino a quien me cure.

Entonces todos los sabios se reunieron y deliberaron mucho rato sobre la manera de curar el zar, pero no sabían como hacerlo. A pesar de los pesares, uno de aquellos sabios dijo que él lo podía hacer.

- Si en la tierra podemos encontrar un hombre feliz - dijo -, que le quiten la camisa y que el zar se la ponga: así se curará.

El zar hizo que le buscaran por el mundo un hombre feliz: unos enviados suyos se desperdigaron por todo el reino, pero no encontraban ninguno. No había ni uno, de contento: uno era rico pero estaba enfermo; otro estaba sano pero era pobre; otro, rico y con salud, se quejaba de su mujer; otro, de su hijo... Todo el mundo deseaba una cosa o otra.

Un anochecer, el hijo del zar pasaba por delante de una barraca miserable y oyó a alguien que decía:

- Gracias a Dios he trabajado bien, he comido bien, tengo amigos, me voy a la cama... ¡soy feliz! ¿qué más puedo pedir?

El hijo del zar se alegró mucho; ordenó que entraran enseguida, que cogieran la camisa de aquel hombre, dándole por anticipado el dinero que quisiera, y que la enviaran al zar.

Los mensajeros enseguida entraron en casa del hombre feliz y le quisieron comprar su camisa... pero aquel hombre era tan pobre ¡que no tenía camisa!


La Historia de la Semana

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