miércoles, 11 de enero de 2012

Convencer vs Derrotar

Pasadas las fiestas de Navidad retornamos a los temas educativos, con un artículo que me ha parecido interesante para compartir.

Hay personas que se toman las discusiones o los debates como una guerra: tienen que vencer a toda costa pasando por encima de lo que sea o de quien sea.

La historia de esta semana es un resumen de una conferencia del profesor Juan Manuel Mora, de la Universidad de Navarra, que trata sobre los beneficios de convencer antes que derrotar en una conversación, y, por extensión, me ha parecido muy útil para los que nos dedicamos a la educación en valores de jóvenes y adolescentes, en la que nos interesa transmitir lo mejor de nosotros mismos de manera que sea asumido por ellos y no impuesto a la fuerza.

Se fija especialmente en tres aspectos: el mensaje que queremos transmitir, la persona que lo transmite y la forma de hacerlo, concluyendo que con mensajes positivos, relevantes y claros; transmitidos por personas creíbles, empáticas y amables; de forma profesional, transversal y gradual, la comunicación de ideas y valores alcanza buenos resultados.

El resumen viene a continuación. Es un poco largo pero creo que merece la pena leerlo. La conferencia completa se puede ver aquí y aquí.

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Convencer vs. Derrotar

Sobre el mensaje a transmitir: 

1) El mensaje ha de ser positivo. Los públicos atienden a informaciones de todo género y toman buena nota de las protestas y las críticas. Pero secundan sobre todo proyectos y propuestas positivas. “Más vale encender una luz que maldecir la oscuridad”.

2) El mensaje ha de ser relevante. O sea, significativo para quien escucha, no solamente para quien habla. Hay que  conocer sus preguntas antes de proponer las respuestas.

3) El mensaje ha de ser claro. La comunicación no es principalmente lo que el emisor explica, sino lo que el destinatario entiende.

A veces, cuando la comunicación no funciona, se adopta una actitud equivocada y se traslada la responsabilidad al receptor: se considera a los demás como ignorantes, incapaces de entender. Más bien, la norma ha de ser la contraria: esforzarse por ser cada vez más claros, hasta lograr el objetivo que se pretende.

Sobre la persona que lo transmite:

1) Para que un destinatario acepte un mensaje, la persona que lo propone ha de merecer credibilidad, que se fundamenta en la veracidad y la integridad moral.

2) Hay que tener empatía. La comunicación es una relación que se establece entre personas, no un mecanismo anónimo de difusión de ideas. Cuando se habla de modo frío, se amplía la distancia que separa del interlocutor.

La empatía no implica renunciar a las propias convicciones, sino ponerse en el lugar del otro. En la sociedad actual, convencen las respuestas llenas de sentido y de humanidad.

3) Hay que ser cortés y amable. En los debates públicos proliferan los insultos personales y las descalificaciones mutuas. La claridad no es incompatible con la amabilidad.  Con amabilidad se puede dialogar; sin amabilidad, el fracaso está asegurado de antemano.

Sobre el modo de transmitirlo:  

1) Profesionalidad.  Cada campo del saber tiene su metodología; cada actividad, sus normas; y cada profesión, su lógica. Y hay que dominarlas.

2) Transversalidad.  No cerrarse  a las propias convicciones personales o políticas y ver las situaciones desde diversos puntos de vista. Estar abierto para comprender otras posturas.

3) Gradualidad.  La comunicación de ideas tiene mucho que ver con el “cultivo”: sembrar, regar, podar, limpiar, esperar, antes de cosechar. Lo contrario de este principio es la prisa y el cortoplacismo que llevan a la impaciencia y muchas veces también al desánimo, porque es imposible lograr objetivos de entidad en plazos cortos.

A estos nueve principios habría que agregar uno de orden técnico: la brevedad (regla de oro de la comunicación) y otro de orden global: la caridad (que impregna todos los demás).

La caridad es el contenido, el método y el estilo de la educacion en valores y comunicación de la fe; la caridad convierte el mensaje cristiano en positivo, relevante y atractivo; proporciona credibilidad, empatía y amabilidad a las personas que comunican; y es la fuerza que permite actuar de forma paciente, integradora y abierta.

Juan Manuel Mora, Universidad de Navarra


La Historia de la Semana 
 

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