jueves, 15 de septiembre de 2011

La sopa de piedra

Una de las características más notables de las personas es la respuesta a las situaciones adversas que se presentan en la vida.

Cuando las cosas van bien y todo sale como queremos es muy fácil tener una visión positiva de la vida. Pero, ¿y cuando las cosas no son como nos gustaría que fueran?

Estamos inmersos en las diferentes situaciones de la vida, unas buenas otras no tanto, y son iguales para todas las personas. Lo que marca la diferencia entre unas y otras es cómo manejamos la situación y si somos capaces de superarnos en los momentos de dificultad.

El cuento de esta semana trata precisamente de cómo afrontar con creatividad una situación complicada y las consecuencias que se derivan para los que están a nuestro lado.

Se titula La sopa de piedra y aquí va.

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La sopa de piedra

Hubo una vez hace muchos años, un país que acababa de pasar una guerra muy dura. Como ya es sabido, las guerras traen consigo rencores, envidias, muchos problemas, muchos muertos y mucha hambre. La gente no puede sembrar ni segar, no hay harina ni pan. 

Cuando se acabó la guerra, llegó a un pueblecito un soldado agotado, harapiento y muerto de hambre. Era muy alto y delgado. Golpeó la puerta de una casa y cuando vio a una dueña le dijo: 

-"Señora, ¿no tendría un pedazo de pan para un soldado que viene muerto de hambre de la guerra?" 

La mujer lo miró de arriba a abajo y respondió: 

-"Pero ¿estás loco? ¿No sabes que no hay pan y que no tenemos nada?, ¿cómo te atreves?" -Y a empujones, con un portazo, lo sacó fuera de la casa.
 
El soldado siguió probando fortuna en una y otra casa, haciendo la misma petición y recibiendo a cambio peor respuesta y peor trato. Pero el soldado, casi desfallecido, no se dio por vencido.

Cruzó el pueblo de punta a punta y llegó al final, donde estaba el lavadero público. Halló a unas cuantas muchachas y les dijo: 

-"¡Eh, muchachas! ¿No habéis probado nunca la sopa de piedras que hago?" 

Las muchachas se rieron de él diciendo: "¿Una sopa de piedras?; no hay duda de que estás loco".

Pero había unos chicos que estaban espiando y se acercaron al soldado cuando éste marchaba decepcionado: "Soldado, ¿Te podemos ayudar?", le dijeron.

¡Claro que sí! Necesito una olla muy grande, un puñado de piedras, agua y leña para hacer fuego". Rápidamente los chicos fueron a buscar lo que el soldado había pedido. Encendieron el fuego, pusieron la olla, la llenaron de agua y echaron las piedras. El agua comenzó a hervir. "¿Podemos probar la sopa?", preguntaron impacientes los chicos. 

-"¡Calma, calma!" El soldado la probó y dijo: "Mmmm... ¡qué buena, pero le falta un poco de sal!". "En mi casa tengo sal", dijo un chico. Y salió corriendo por ella. La trajo y el soldado la echó en la olla.

Al poco tiempo volvió a probar la sopa y dijo: "Mmmm... ¡Qué rica!, pero le falta un poco de tomate". Daniel, uno de los chicos fue a buscar unos tomates y los trajo enseguida. En un momento los chicos fueron trayendo cosas: patatas, lechuga, arroz y hasta un trozo de pollo. La olla se llenó; el soldado removió una y otra vez la sopa hasta que de nuevo la probó y dijo: 

-Mmmm... es la mejor sopa de piedras que he hecho en toda mi vida. ¡Venid, venid; avisad a toda la gente del pueblo que venga a comer! ¡Hay para todos! ¡Que traigan platos y cucharas!" 

Y repartió la sopa. Hubo para todos los del pueblo que, avergonzados, reconocieron que si bien era verdad que no tenían pan; juntos podían tener comida para todos.

Y desde aquel día gracias al soldado hambriento, aprendieron a compartir lo que tenían.



La Historia de la Semana 

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