He rescatado del baúl de antiguas historias ésta de Jorge Bucay que me ha servido en ocasiones para ilustrar cómo vivimos encadenados a nuestros prejuicios de manera insconsciente.
A veces vivimos atados a estacas que pueden ser pequeñas e insignificantes, pero que suponen un lastre en nuestras relaciones con los demás y a la hora de iniciar nuevas empresas.
Por eso, aunque no demos importancia excesiva a los prejuicios, hay que estar muy atentos para que no nos impidan desarrollar todo lo bueno que llevamos en el corazón.
En Hamlet de W. Shakespeare una de las protagonistas exclama: Sabemos lo que somos, pero ignoramos lo que podríamos llegar a ser. Para descubrirlo hay que ir rompiendo las estacas que nos atan y amordazan.
En Hamlet de W. Shakespeare una de las protagonistas exclama: Sabemos lo que somos, pero ignoramos lo que podríamos llegar a ser. Para descubrirlo hay que ir rompiendo las estacas que nos atan y amordazan.
Esta historia de El elefante encadenado puede servir para reflexionar un poco sobre este tema.
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El elefante encadenado
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba eran los animales. Me llamaba poderosamente la atención el elefante. Después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.
¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando era chico, pregunté a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia...
- Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
Sin embargo la estaca era un minúsculo pedazo de madera, apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal, capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.
¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando era chico, pregunté a los grandes. Algunos de ellos me dijeron que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces, la pregunta obvia...
- Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, me olvidé del misterio del elefante y la estaca.
Hace algunos años descubrí que alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: "El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño."
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Imaginé que se dormía agotado y al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día y al otro...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque ¡CREE QUE NO PUEDE!
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.
Vivimos pensando que "no podemos" hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: NO PUEDO, NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ.
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque ¡CREE QUE NO PUEDE!
Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.
Vivimos pensando que "no podemos" hacer un montón de cosas simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: NO PUEDO, NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ.
Jorge Bucay
¡Qué cierto! ...gracias, jefe ;)
ResponderEliminarComo siempre, maravilloso. Es tan cierto que asusta.
ResponderEliminarGracias :)
Muy bueno, un gran ejemplo de vida.
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